El caos se apodera de la frontera: gases y balas para frenar la ayuda
La Policía y la Guardia Nacional Bolivariana, desbordados, recurren a colectivos armados para reprimir a voluntarios y manifestantes
Los peores augurios se cumplieron en la frontera de Venezuela y Colombia. Los intentos para introducir la ayuda humanitaria fueron reprimidos violentamente por la Policía y la Guardia Nacional Bolivariana, que lanzaron bombas lacrimógenas a todo aquel que se acercaba a territorio venezolano. Allí, en las localidades fronterizas de Ureña y San Antonio, tras los choques iniciales, se desplegaron colectivos armados, que sembraron el terror con disparos de bala.
Los dos lados de los puentes fronterizos ilustraban mundos completamente distintos. En las localidades venezolanas la tensión se sentía desde primera hora de la mañana. En Ureña o San Antonio del Táchira, manifestantes críticos con el chavismo trataron de romper los cordones impuestos por las autoridades, después de que Nicolás Maduro ordenase, la noche del viernes, el cierre de parte de la frontera con Colombia. Fueron los primeros conatos de violencia, en la que los opositores llegaron a quemar algunos autobuses del oficialismo, mientras que las autoridades reprimieron con contundencia, lanzando bombas lacrimógenas.
La situación se tornó más violenta con el paso de las horas. A la represión de la Guardia y la Policía Nacional Bolivariana le sucedió el despliegue de colectivos armados, grupos afines al chavismo, que sembraron el pánico en las localidades fronterizas. Encapuchados, comenzaron a disparar para dispersar a todo aquel que se encontraba en la calle. "Salió una marcha pacífica en apoyo a la ayuda humanitaria, pero los colectivos le dispararon a la gente que solo iba con banderas. Durante dos horas han sonado balas y no de pistola, sino de fusiles de guerra”, asegura el dueño de una panadería en San Antonio del Táchira, que pidió mantenerse en el anonimato por seguridad. “Yo estuve en el momento que atravesaron el puente (los manifestantes), en el momento que se puso tenso. Estamos armados de esperanza. Vi motorizados pasar con armamento. Ellos robaron una panadería cerca de mi casa, le quitaron celulares a las personas que se resguardaron ahí por la represión”, insistía el hombre.
El lado colombiano no tardó en tornarse también en una especie de batalla campal. La postal en el puente Simón Bolívar era esquizofrénica. Una masa de voluntarios acompañaba a los camiones cargados de ayuda humanitaria —medicinas y alimentos— al grito de “¡libertad!”, al tiempo que comenzaban los disturbios. Mientras el primer camión avanzaba por el puente, desde los megáfonos de los voluntarios se pedía que nadie que fuese subido al camión llevara la cara tapada. En un momento dado, tuvieron que detener el vehículo para evitar un embudo que hubiese provocado una tragedia: la represión de los uniformados no cesaba. Bombas lacrimógenas es lo que recibieron los voluntarios que acompañaban al cargamento.
La preocupación del lado colombiano de los seguidores de Juan Guaidó, no obstante, no era tanto por la represión de la Guardia Nacional o de la Policía, en la medida en que se iban conociendo deserciones de varios uniformados, sino por los colectivos armados, que hacían presencia cada vez con mayor intensidad también a este lado de la frontera. Las noticias que llegaban del otro lado, de San Antonio, eran tan impactantes que a aquellos que insistían en intentar llevar la ayuda a las bravas se les pedía que desistiesen.
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