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“Gane quien gane, todo seguirá igual en Chile”

La derecha del expresidente Piñera y el centroizquierda del oficialista Guillier se enfrentan el domingo en una segunda vuelta amenazada por la abstención

Rocío Montes
Una joven pasea en Santiago de Chile junto a un cartel electoral, el pasado domingo.
Una joven pasea en Santiago de Chile junto a un cartel electoral, el pasado domingo.MARTIN BERNETTI ((AFP))

A diferencia de la polarización que se advierte en las redes sociales, en los medios de comunicación y en la propia clase política, en las calles de Santiago de Chile no se observan señales de agitación ante las elecciones de este domingo. El 17 de diciembre se celebrará la segunda vuelta de las presidenciales, en las que la derecha de Sebastián Piñera y el centroizquierda oficialista de Alejandro Guillier medirán sus fuerzas en unos comicios inciertos y competitivos. En el último debate televisivo, el lunes pasado, los candidatos se criticaron mutuamente en un encuentro encendido.

“No tengo ninguna esperanza. Gane quien gane, todo seguirá igual”, opina Liliana Carrasco, de 58 años, que temprano por la mañana desayuna un sándwich y una gaseosa en un local de comida rápida de la estación de metro Escuela Militar, en la zona oriente de la capital chilena. Vive en San Ramón, un municipio popular de la zona centro-sur de la ciudad, es dueña de casa y está de paso en este lugar para hacer algunos recados. Viuda y con una pensión mensual de 159 dólares —“de miseria”—, piensa que “los principales problemas de Chile son las pensiones de la gente adulta y la pobreza, que todavía es mucha”. “Basta con acercarse a las poblaciones para darse cuenta de las condiciones en que vive la gente”, relata esta mujer que siempre ha votado y que este domingo —aunque sin grandes ilusiones— también sufragará.

La estación de metro Escuela Militar se halla en una zona acomodada de Santiago. Lleva su nombre en honor de la academia que se instaló en este lugar en 1958. Es la intersección de dos importantes avenidas de la capital chilena: Apoquindo y Américo Vespucio, una circunvalación que rodea toda la capital. En una casona de este sector vivió Augusto Pinochet durante la dictadura. En la última planta de un edificio antiguo del barrio sigue residiendo Ángela Jeria, la madre de la presidenta Michelle Bachelet, que vive en el mismo piso desde comienzos de los 70. Gracias al metro —que actualmente cubre 118 kilómetros en seis líneas, una de las mejores redes de la región—, hasta esta estación llega gente de todos los sectores de la ciudad, sobre todo a trabajar.

Roberto Gajardo tiene 28 años, vive en Estación Central —un municipio del centro de la capital— y es vendedor de una compañía de móviles instalada cerca de la boletería del metro, donde hay un pequeño centro comercial. No va a votar el domingo y nunca lo ha hecho. “La política no me llena. Salga quien salga, tendré que seguir siendo el principal sustento de mi casa y siempre será así. No me interesa quién gane: siempre he hecho lo mismo esté Bachelet o Piñera en el Gobierno”, relata este veinteañero que tiene dos hijos y que no pudo continuar los estudios superiores por no tener dinero.

Ni en la superficie ni en el centro comercial del subterráneo se observa un ambiente electoral. Sucede algo parecido en el resto de la ciudad, quizás en parte por las nuevas leyes de financiamiento de la política que regularon el gasto de las campañas.

Jorge San Martín, de 58 años, técnico especializado en aire acondicionado que trabaja temporalmente cerca de Escuela Militar, relata que “nada es como antes”. “Cuando votamos por la Constitución en 1980 —en plena dictadura—, estábamos todos eufóricos, aunque nos metieron el dedo en la boca. En el plebiscito de 1988 —que perdió Pinochet—, todos en las calles. Cuando pasamos a la democracia, felices. Pero después fue decayendo el entusiasmo”, señala este hombre que vive en Maipú, uno de los municipios más grandes de Santiago. “Hasta molesta ver la franja televisiva electoral”, relata San Martín, para quien el principal problema que debería afrontar el próximo Gobierno es “la colusión entre la justicia y los delincuentes”.

Campañas de terror

La gente en la calle repite las llamadas campañas del terror que han levantado los adherentes de uno y otro candidato. Los que prefieren a Piñera hablan de la posibilidad de que Chile, con Guillier, se transforme en Venezuela (“Chilezuela”, dicen). Los que respaldan a Guillier temen que el expresidente quite los beneficios del actual Gobierno, como la gratuidad en la educación superior para el 60% con menos dinero.

Pero, en la práctica, los ciudadanos no parecen creer que esté en juego uno u otro modelo: en la primera vuelta apenas el 46% de los electores ejerció su derecho a sufragio. “Finalmente, no hay tanta diferencia, porque uno es de centroderecha y otro de centroizquierda”, piensa Christopher Bravo, ingeniero de 25 años, que vive en el barrio.

Daniela, Fernanda y Nataly son tres amigas que rondan los 20 —todas de Maipú— y que estudian y trabajan en la zona. Todas van a votar el domingo, una excepción entre los jóvenes, que son los que menos acuden a las urnas. Ellas piensan que la prioridad para Chile es “tener trabajo, porque con eso uno come”, y “la educación”. Nataly, por ejemplo, en marzo se radicará en Buenos Aires para proseguir gratuitamente sus estudios de Odontología, que en Chile su familia no puede permitirse pagar.

Cuesta hallar convencidos, pero sin duda los hay. Mary Bashur, de 67 años, tesorera de una empresa y con residencia en Ñuñoa —una zona de clase media de Santiago—, señala que “en estas elecciones hay mucho en juego”. “La igualdad de género, el matrimonio igualitario y una reforma profunda del sistema de pensiones son las principales prioridades de este país. Dependiendo de quién salga electo se podrá avanzar hacia un camino u otro”, señala, antes de perderse en el tumulto de gente que, por la mañana, camina rápido y con cascos en los oídos por Escuela Militar.

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Sobre la firma

Rocío Montes
Es jefa de información de EL PAÍS en Chile. Empezó a trabajar en 2011 como corresponsal en Santiago. Especializada en información política, es coautora del libro 'La historia oculta de la década socialista', sobre los gobiernos de Ricardo Lagos y Michelle Bachelet. La Academia Chilena de la Lengua la ha premiado por su buen uso del castellano.

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