Bienvenido Serrat
Las tribus progresistas, mudas ante la represión en Venezuela o Cuba, se duelen por la represión desmedida sufrida en Cataluña
El cantautor español, que a veces cantaba en catalán, Joan Manuel Serrat, fue por años un símbolo de la España antifranquista, y luego un ícono del progresismo de cabellos largos y actitud desparpajada. Rozó los linderos de la afición por Cuba y sus líderes barbudos, y progresivamente se hizo un progresista respetado, de los que cuidan nietos y velan por sus ahorros, como tantos ciudadanos europeos de la tercera edad. Para nuestro agrado, ha seguido cantando, con el descaro de siempre.
Resulta que el tío afable, al que todos los insumisos aplaudían y veneraban entre troncho y troncho y plaza y plaza, con cuyas canciones fue acunado el mismísimo Pablo Iglesias –con su respectivo chupón untado de Karl Marx para que durmiera con la conciencia de clase tranquila–, se ha convertido en un cerdo burgués, en un peón de la imperialista España, un hijo indigno de la Cataluña sometida por siglos de dictadura extranjera. ¿Cuál ha sido su pecado? Declarar su desacuerdo con la forma express como fue convocado el referéndum de Cataluña: “No puede representar a nadie”, dicen que dijo.
Las tribus progresistas que han ido copando la política española –with a little help from my friends– han sacado a lucir su talante autoritario y la acomodaticia vara moral con la cual se miden ellos mismos, y a los demás. Mudos ante la represión en Venezuela, o en Cuba, o en Irán, o en cualquier país que les deslice en el monedero unos duros de solidaridad silente, o unas vacaciones bajo el sol del Caribe, ahora se duelen por la represión –a todas luces desmedida– que sufrió el “pueblo catalán”.
Poco duró el aire de mayo del 68 que envolvía a los dirigentes de Podemos y sus auxiliares. Luego de los avances electorales que tuvieron, se fueron deslizando hacia la izquierda más rancia española y en el camino hicieron rodar las cabezas de sus pares moderados.
El ejemplo de Íñigo Errejón, antiguo número dos, defenestrado –con todo y su permanente cara de infantil asombro– para poner en su lugar a un próximo de Iglesias, y al lado de este a una cercana a su corazón, su novia, tiene más de la Managua de los Ortega, que de los unicornios retozones de Silvio Rodríguez.
Ahora, han hecho suya la peste negra del regionalismo y el nacionalismo que se cuela por Europa. Todo en nombre de una utopía regresiva –una distopía – donde aislados serían mejor, menos contaminados, más cerca de Rousseau y bien lejos del capitalismo que tanto parasitan para sobrevivir. Buenos, como una semilla de girasol, se pretenden.
Frente a tanto independentismo, qué nos queda a nosotros, sudacas de estas orillas, si ya se nos estaba poniendo difícil conseguir un permiso de trabajo en España, ahora obtener otro para Cataluña, nos pone el suquet morado.
Y no digamos que habrá que interiorizar (ugh, que fea palabreja) que Miró, Gaudí, Dalí, Tàpies, son grandes artistas catalanes y no españoles como siempre nos hicieron creer; que es mentira que Eduardo Mendoza es un gran escritor español nacido en Barcelona, al igual que lo fue Manuel Vázquez Montalbán; que Ferran Adrià brilló, en su momento, como el cocinero más famoso de Cataluña y no de España; y que el Barça es el mejor equipo del… condado de Barcelona.
“Se acabó, el sol nos dice que llegó el final, por una noche se olvidó que cada uno es cada cual. Vamos bajando la cuesta que arriba en mi calle se acabó la fiesta”.
Bienvenido Serrat, aquí todavía te queremos.
Jean Maninat es articulista en El Universal de Venezuela y El Comercio de Perú. Twitter: @jeanmaninat
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