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Columna
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La loca de las naranjas

La loca de las naranjas somos todas las mujeres frente a cualquier hombre que vive en el mundo en que una mujer inteligente y con argumentos es histérica

Diana Calderón

La mujer que aparece en la campaña de expectativa por la nueva temporada de la serie de Netflix, House of Cards, es la misma que le hizo campaña política al uribismo en 2014 en Colombia en contra de Juan Manuel Santos. Ha sido escogida para llamar la atención de la audiencia de este lado del mundo sobre la serie ejemplo de las peores prácticas en la política estadounidense, de la degradación y el poder de corromper que a tantos líderes criollos les parece un ejemplo a seguir.

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Colombia ahora exporta mujeres que desde cualquier lugar de la sociedad irrumpen con gritos para plantear un punto que casi siempre denuncia algo o proclama a un salvador. La “Loca de las naranjas” es el nombre acuñado para una mujer que se identifica como Marta, colombiana, que habla de los políticos que mienten, que va alzando la voz poco a poco, de pie, protegida por una trinchera de naranjas, que amenaza con lanzar, hasta proclamar a Frank Underwood, el protagonista de House of Cards, como el líder, el paradigma del que cumple las promesas.

La elección de la llamada “Loca de las naranjas” llega como anillo al dedo a una reflexión obligada en esta época ya electoral en Colombia, donde han aparecido políticas contundentes y exaltadas en su discurso, que las redes aman y critican y que se convierten en referentes de cara a las elecciones de 2018.

No he escuchado gritar a Angela Merkel en Alemania o a Theresa May en Reino Unido. Ni siquiera a Evita Perón en Argentina. Ni a Hillary Clinton en Estados Unidos, a quien le recomendaban evitar aparecer histérica ante la opinión. Algunas han triunfado con un discurso menos altisonante y formas más controladas. Otras han fracasado. Creo que no gritan, al menos en público, en los escenarios políticos, porque han entendido o han preferido asumir que si tenemos que gritar para ser escuchadas, significa que no hemos ganado nada.

Una filósofa empresaria, prueba de la modernidad, de la evolución de las profesiones actuales, y que es más una observadora angustiada de este país en busca de comprensiones, Norma Jimeno, me hizo la reflexión hace pocos días ante ese grito validado por muchos que consideran además que aprobarlo es una forma de respetar al género.

La “Loca de las naranjas” somos todas las mujeres frente a cualquier hombre que vive en el mundo en que una mujer inteligente y con argumentos es histérica y solo existe en el novelón de sus imaginarios machistas. Por eso es tan delicado que en pleno siglo XXI algunas de nuestras figuras acudan al grito para establecer sus posiciones.

La forma es el fondo y valida por lo tanto comportamientos que nos alejan de la posibilidad del diálogo y la argumentación. No soy, de lejos, amiga de la debilidad. Mucho menos del espectáculo llorón, pero sí de la feminidad que seduce y el argumento que conquista. De la firmeza en la mirada y de la palabra que dice verdades ojalá dolorosas, de las palabras provocadoras, de las denuncias con pruebas. Armas que casi nunca tienen los hombres, a menos que estén seguros de su hombría, o no le teman a su ser femenino, y la mujer no se les convierta en amenaza.

Me gustan, por ejemplo, las formas de Meryl Streep, la contundencia de Michelle Obama o Emma Watson con esa vocecita joven, aguda, chiquita, capaz de hablar de sus peores miedos que la hicieron tragar saliva ante la ONU.

El discurso pronunciado por la congresista Paloma Valencia en la convención de su partido Centro Democrático puso sobre la mesa un tema que se volvió viral en las redes donde recibió aplausos, pero sobre todo burlas, al punto que fue comparada con la “verdulera”, con la misma “Loca de las naranjas” de la serie. Paloma, que inspiró a un auditorio que la aplaudió a rabiar por espacio de 2 minutos, movió los brazos con tal fuerza que su rostro iba transformándose hasta que el aire parecía faltarle.

Angel Beccasino, estratega y publicista, se explica lo que pasa con Paloma y con Claudia López, de los Verdes, como la forma de entrar en la atención de la gente mientras se tiene algo que proponer. Un país que se pasó su historia independiente respirando guerra no sabe qué hacer con la paz. Las respuestas estridentes son una apuesta”. Y va más allá al advertir que es incluso la misma línea de comunicación de las Farc de atacar el pasado, sin saber aún que ofrecer.

Los casos de Paloma Valencia y Claudia López, son entendidos por Becassino como la validación de la incorrección en la conducta cotidiana, la posición intolerante que impide el diálogo con los argumentos del otro. A ambas las conozco como mujeres capaces de escuchar. Claudia es ejemplo de una nueva forma de hacer política que ha puesto de presente el valor de cantarle en la cara a todos y todas, sus pecados. Pero pierde cuando la pasión la domina.

Es difícil escucharlas cuando hablan así. Y a los electores y a las nuevas generaciones es importante hablarles para que entiendan, no para que se pierdan en los eslóganes vacíos que escuchamos hace unos días de boca de Paloma: “Y apareció Alvaro Uribe como una luz en medio de esa tormenta”. Ya Claudia López en su discurso 2.0, había dicho del mismo Uribe: “qué vergüenza da ver a un expresidente de la República huyendo como sanguijuela por alcantarillas”.

Me pregunto si eso no es crear nuevas formas de conflictos, de privilegiar la emocionalidad y rabia que impiden el debate de las ideas. Y entonces aparecerá el Frank Underwood criollo con la bandera de las naranjas a vendernos una sociedad donde se tolere el todo por el todo. El fin que justifica los medios.

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