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Columna
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Se cierra el cerco

Juan Manuel Santos cambia la posición que Colombia había adoptado durante años con Venezuela

Diana Calderón

El gobierno colombiano cambió de posición frente a Venezuela. Lo que había sido evitado por años terminó con una frase del presidente Juan Manuel Santos: “Hace seis años le advertí a Chávez que la revolución bolivariana había fracasado”. El entierro de tercera que le dio a Nicolás Maduro por la vía del twitter fue contestado por el dictador con amenazas de revelar los secretos del proceso de paz con las FARC, con el cual Venezuela nos tuvo de rehenes hasta hace poco.

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Las advertencias de Maduro poco o nada pueden hacerle a la negociación con las FARC pero sí al iniciado proceso con el ELN. Favor nos haría, sobre todo cuando los religiosos elenos incrementan sus acciones criminales por la vía del secuestro sistemático. El único secreto a voces de la relación de Venezuela con las guerrillas colombianas es el haber sido el refugio de su accionar delictivo y el papel definitivo que jugó Hugo Chávez tiempo después al decirles a sus huéspedes en Caracas que el único camino era el diálogo.

Colombia ya había empezado a endurecer su posición frente a Venezuela. Y lo había hecho poco a poco y con la responsabilidad que implica ser el vecino con el que se comparten más de dos mil kilómetros de frontera por donde a diario cruzan 55 mil venezolanos a buscar comida. Sin contar con la historia común y los millones de colombianos que viven aún en la patria adolorida de Bolívar y los más de un millón, muchos con doble nacionalidad, que escaparon a las ciudades colombianas a partir de 2014 cuando la revolución les mostró la cara de hambre y la persecución.

No podía ser de otra forma. La comunidad internacional ha dado pasos de fondo frente a Venezuela develando que el bloque que históricamente los ha apoyado se empieza a resquebrajar frente a una realidad que se visibiliza cada vez más extrema: 21 muertos, represión, cruce de bombas y gases. Sectores enteros en las calles dispuestos a hacerse matar por acabar con el régimen que tiene a los presos políticos expuestos en sus huesos como trofeos y a los militares viviendo en los manjares de la corrupción, que es la verdadera fuerza negra en la que se sostiene Nicolás Maduro.

Lo que está pasando es doloroso, pero es positivo. Maduro hoy es ilegítimo ante el mundo y cada vez más ante sus propios compatriotas a los que ya no puede comprar tan fácilmente. Muchos siguen bajo el control social del aparato y salen voluntariamente a marchar por defender la revolución, a otros los llevan en buses y les hacen firmar las planillas de asistencia. El cerco se está cerrando y es el momento para pedir el diálogo pero condicionado al cronograma electoral y la liberación de los presos políticos.

Que el diálogo sirva para establecer las mínimas garantías de una división de poderes donde Tibisay Lucena no empañe los resultados de unas posibles elecciones, donde las urnas libres de la cooptación le puedan devolver a Venezuela el camino de la recuperación de la dignidad y a la oposición la haga ver la responsabilidad que enfrenta ya no en las calles si no en la conducción de una nación con la tasa de homicidios más alta del mundo, 91 por cada 100 mil habitantes. El año pasado 28 mil personas murieron por la violencia. Cada mes llegan a la morgue de Bello Monte de Caracas 450 personas.

Todas las capas de la sociedad han sufrido la humillación del hambre en medio del sueño truncado de una igualdad vendida a un costo muy alto. Los venezolanos crean chats grupales para comunicarse entre ellos dónde conseguir algún alimento en el mercado negro y compartir lo poco que obtienen.

El pronóstico más moderado del Fondo Monetario Internacional plantea una inflación de 720 % mientras el Banco Central de Venezuela reconoce un 274 por ciento, como si la cifra fuera aceptable. En Colombia por ejemplo el gobierno viene luchando porque la inflación baje del 2.52 por ciento acumulado en el primer trimestre de este año.

Todo un régimen de violaciones de derechos mínimos como poderse informar. Pero al tiempo que un nuevo medio de comunicación es cerrado cada día en época de redes se visibiliza masivamente la represión en las calles. Nicolás Maduro no tiene donde esconder lo que ha hecho.

Algo ha empezado a cambiar. El miedo ya no hace a los venezolanos encerrarse en sus casas, se ha transformado en una fuerza capaz de vencer lo que algunos llaman la sofisticación del aparato represivo y yo comprendo como la brutalidad de un dictadorzuelo protegido en la trinchera de los militares que en Venezuela siempre han jugado un peligroso papel en la política.

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