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EN CONCRETO
Columna
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El gobierno empresarial

Las corporaciones que construyeron a Trump crean una nueva forma de estar en el poder

José Ramón Cossío Díaz

En las últimas semanas Donald Trump anunció un conjunto de medidas de diverso tipo y mediante distintos medios jurídicos. Con ellas quiere disminuir la tasa del impuesto sobre la renta a un nivel particularmente bajo; permitir la construcción de dos grandes oleoductos duramente cuestionados en los años pasados (Keystone y Dakota); revocar las decisiones sobre la emisión de gases y el efecto invernadero que Barack Obama había establecido; crear un comité de renovación gubernamental dirigido por su yerno e integrado por conspicuos empresarios a fin de hacer más pequeña y ágil la Administración pública federal; modificar las bases de la política energética nacional y revisar las normas (Dodd-Frank) que desde 2010 tratan de ordenar los mercados financieros, por ejemplo.

Estamos ante el apoderamiento empresarial de las instituciones públicas

¿Qué hay detrás de estas medidas? ¿La toma de posición sobre el modo de ser del Gobierno y sus maneras de estar en la sociedad, o simplemente la decisión de facilitar negocios y acumulación de riqueza? A comienzos de los años ochenta del siglo pasado, Margaret Thatcher y Ronald Reagan establecieron un cambio fundamental en el modo de concebir al Estado y a la sociedad. Partiendo de la idea primaria de la imposibilidad de conocer y planear el futuro de todas las personas, desestimaron las amplias posibilidades intervencionistas de los gobiernos. Asumían que cada cual debía tomar sus decisiones con la mayor libertad posible, ya que la suma de todas ellas generaría la mejor forma de convivencia posible.

Más allá de la validez de sus argumentos y de las consecuencias sociales que sus políticas tuvieron, esa forma de ver el mundo partía de un fundamento epistemológico, postulaba una ética y pretendía alcanzar una forma específica de organización social. Lo que Trump está diciendo y haciendo, no tiene nada que ver con ese modo de entender las cosas. No estamos ante una revolución política, ni ante un cambio ideológico, ni ante la postulación de un ideario nuevo. Estamos, simplemente, ante el apoderamiento empresarial de las instituciones públicas para la generación de riquezas prontas y aprovechables. Que todo eso se quiera disfrazar en el discurso que rememora las glorias conservadoras del pasado no implica que no seamos capaces de observar lo que de hecho está ocurriendo en los Estados Unidos y, en un futuro no lejano, pudiera quererse replicar en otros países.

Una cosa es plantear que el Estado debe ser reducido para permitir que la iniciativa individual prospere, y otra es tomar a las instituciones públicas gubernamentales que lo conforman para generar oportunidades de negocio. En el primer caso e, insisto, más allá de la opinión personal que el asunto me merezca, hay una reflexión acerca de lo que impide la realización de los deseos individuales, un modo de concebir al derecho y su aplicación para ordenar las libertades de todos, una manera de permitir la acumulación de riqueza y de esperar su derrama social. En el caso de Trump y su gente, no veo nada de ello. Veo un aprovechamiento de las palancas gubernamentales para abrir espacios o derribar los límites de aquello que, simplemente, permite hacer negocios durante el tiempo que se tenga el poder.

El problema es que un empresariado voraz está ocupando directamente los cargos para su personal provecho

En su importante estudio de Freud, Paul Ricoeur decía que en toda discusión semántica se oponen las interpretaciones concebidas para establecer el sentido de las cosas, y aquellas que se conciben para desenmascarar o desmitificar el sentido de las cosas. El problema que nos plantea el modo Trump de gobernar es que su cotidiana construcción del mundo nos mete en la discusión del sentido mismo del mundo y nos distrae de las tareas de desenmascaramiento de lo que está aconteciendo. La empresocracia que construyó a Trump y que hoy él comanda, está generando una nueva manera de estar en el poder. Negocios y poder político han estado muchas veces asociados. Éste no es el problema de hoy. Lo es el modo en que un empresariado voraz está ocupando directamente los cargos para su personal provecho.

José Ramón Cossío Díaz es ministro de la Suprema Corte de Justicia de México. @JRCossio

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