En la guarida de la ballena gris
La laguna de San Ignacio, en Baja California Sur, es uno de los pocos lugares en el mundo donde estos cetáceos están a salvo. Así es el turismo exclusivo de uno de los lugares más peculiares de México
Antonio Aguilar le canta corridos a las ballenas porque "a ellas les gusta que les hablen bonito". Y mientras navega va susurrando contra el viento el cancionero popular de los pescadores de Baja California Sur. No se sabe si por la melodía aguda y rasgada de Antonio, o porque son tan "amigables" como dicen, pero poco a poco van emergiendo a la superficie unas criaturas de 12 a 14 metros. Y cuando uno observa la magnitud de la bestia gris al lado de la lancha, entiende por qué los griegos decidieron apodarlas los monstruos del mar.
Cerca de una zona llamada La Freidera, a orillas de la Laguna de San Ignacio —en la costa occidental de la península de Baja California— se esconde la guarida de la ballena gris. Lo que hace años fue su tumba, hoy es uno de los pocos lugares en el mundo donde están a salvo. Hasta allí arrastraban a los cetáceos y los quemaban para extraer el preciado aceite, usado como combustible y lubricante para maquinaria durante el siglo XIX. Esta práctica acabó por extinguir prácticamente su población total. El auge del petróleo y un decreto para preservar el área en los años setenta, permitió que se recuperara la especie. Y desde hace décadas, las ballenas grises han regresado a la laguna para parir y aparearse durante el invierno y en abril emprenden su viaje al norte del Pacífico. En la boca de la laguna las esperan sus peores enemigos: las orcas.
Antonio, que llegó descalzo y sin saber leer ni escribir a la orilla de la laguna, ahora es un hombre de negocios. La noche en su campamento ecoturístico —con vistas al mar, pero con baños de aserrín y sin ningún tipo de lujo— cuesta unos 260 dólares por persona. Y cada año alrededor 1.500 turistas acuden para ver estos mamíferos y observarlos en su hábitat natural. "Es raro ver a un turista mexicano aquí", cuenta su hijo Daniel Aguilar. Al aeropuerto de Loreto, el más cercano, no llegan vuelos desde la capital de México, es necesario hacer escala en Los Ángeles (Estados Unidos). Y después, lo más recomendable para evitar un trayecto en coche de medio día por el desierto es pagar una avioneta privada, que cuesta —sin gastos extra de las pistas de aterrizaje— unos 1.400 dólares la hora.
Pero en ningún lugar del mundo se ven las ballenas tan cerca y tan tranquilas como en las lagunas de Baja California Sur. Allí nadan junto a sus crías a las que amamantan de leche —que expulsa bajo el agua por un orificio a propulsión— durante siete meses. Por esto el científico e investigador de la Universidad de Baja California experto en estos cetáceos, Jorge Urbán, afirma sin temor a equivocarse que la ballena gris es mexicana, "por nacimiento". Los puntos donde pueden observarse así es, además de San Ignacio, en la laguna Ojo de Liebre y en Bahía Magdalena, todas en la costa del Pacífico.
A estos refugios comienzan a llegar en diciembre buscando aguas más cálidas. Proceden del mar de Bering, de las costas de Rusia y Alaska, y viajan unos 10.000 kilómetros al sur por Canadá y Estados Unidos hasta México, "donde encuentra la protección adecuada para ciar a sus ballenatos", explica Urbán. Durante su estancia en las lagunas prácticamente no comen nada, puesto que no hay suficiente alimento para todas las que llegan, según cuenta el investigador.
Se estima que hay en el mundo una población total de 22.000 ballenas grises, de todas ellas, los científicos que trabajan en las lagunas, apoyados por la organización WWF (Fondo Mundial para la Naturaleza), han identificado a 7.500 a través de un método basado en la observación de fotografías. En San Ignacio hay unas 122 ballenas en este mes de febrero.
Aunque a estos mamíferos, al ser costeros, se les puede observar desde otras zonas de la península más turísticas, como Los Cabos, la coordinadora de especies marinas de WWF, Georgina Saad, advierte que allí el avistamiento no se da de manera adecuada. "Sus costas son muy transitadas, lo que puede afectar a las ballenas", señala. Una de las principales amenazas para ellas es la colisión con embarcaciones. Por ello según han descubierto los investigadores, cada vez se acercan menos al Mar de Cortés.
"El ecoturismo es algo bueno porque la gente viene, se deja su dinero y eso mantiene a los vecinos de la zona, si se dañara la laguna, la gente no vendría, nadie quiere ver un lugar como este sin ballenas", comenta a este diario el investigador del Servicio Nacional de Pesca Marina de Estados Unidos.
Sobre unos montones de conchas de almeja catarina, Daniel Aguilar —hijo mayor de Antonio— asa unos ostiones en el fuego. "Aquí el que se muere de hambre es por huevón. Solo tiene que mojarse un poco", apunta. Cuando se van las ballenas, él y su familia se dedican a la pesca. Sus manos gruesas esculpidas a base de trabajo en el mar abren las ostras todavía ardiendo: "Nos han ofrecido varias veces vender estas tierras, mi padre dice que viviríamos tranquilos el resto de nuestras vidas. Pero yo para qué quiero el dinero si tengo esto".
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