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¿Narcocementerio? No, los policías también lo usaban

El hallazgo del cráneo de un fiscal desaparecido en México prueba que delincuentes y policías compartían fosas clandestinas en Veracruz

Pablo Ferri
La señora Griselda Barradas sostiene una foto de su hijo.
La señora Griselda Barradas sostiene una foto de su hijo.SAÚL RUIZ

El martes 17 de enero, la señora Griselda Barradas recibió una llamada de la fiscalía. Le dijeron que tenía que ir al puerto lo antes posible, tenían novedades en el caso de su hijo. Pedro Huesca Barradas había desaparecido hacía casi cuatro años. Se lo llevaron en unas camionetas y su madre no habían vuelto a saber de él. Huesca Barradas era entonces el enlace entre la fiscalía del estado de Veracruz y la Secretaría de Marina. Investigaba a los grupos criminales que operaban en la región y eso, al parecer, molestó a alguien. O simplemente, alguien pensó que podría resultar molesto. La señora Griselda siempre apuntó a la policía estatal. Agentes del cuerpo se lo habían llevado, repetía. Luego las pruebas le darían la razón.

En diciembre, la fiscalía del estado y la policía federal mexicana hallaron dos osamentas en un cementerio clandestino cerca del Puerto de Veracruz, al sur del país. Junto a los huesos, encontraron dos carnés de identidad. Uno era de Pedro Huesca Barradas. El otro, de su ayudante, Gerardo Montiel. El día en que se lo llevaron, el fiscal había ido en carro a casa de Gerardo. Su escolta le había llamado por la mañana. Estaba enfermo, no podía llegar. Solo, Huesca Barradas condujo su camioneta hasta casa de Gerardo, que vivía cerca de la señora Griselda.

“Escuché disparos”, contaba la mujer a EL PAÍS hace unos meses. “Estaba viendo la tele y escuché cinco tiros. Yo pensé ‘¿a quién andarán siguiendo?’ Nunca pensé que… Dicen que a las mamás les dan corazonadas pero yo no pensé…”.

La mujer aseguraba que fueron policías estatales quienes se llevaron a su hijo. Decía que una vecina había visto las camionetas de la estatal en que se lo habían llevado. Decía, también, que la vecina no quería testificar. Tenía miedo. Tiempo después, un agente estatal vinculado a otro caso de desaparición forzada testificaría que un comandante del cuerpo había ordenado que se llevaran al fiscal Barradas.

Los peritos mandaron los cráneos a los laboratorios de la policía científica en la Ciudad de México. Las muestras de ADN de los huesos coincidían con las de los familiares de ambos. Eso le dijeron a Griselda el martes pasado. La fiscalía entregará los restos a las familias en unas semanas. Pía Salazar, abogada de Griselda, explica que los peritos tienen que analizar todos los huesos que encontraron en la fosa. “Los echaron juntos y no se sabe de quién es cada hueso, así que tendrán que ir uno por uno”.

Hasta que trascendió el hallazgo del cráneo del fiscal Barradas, las autoridades asumían que ese cementerio clandestino era de uso exclusivo de los grupos criminales. Primero de Los Zetas y luego del Cartel Jalisco Nueva Generación. Con Barradas se supo que la historia era distinta. No es solo una narcofosa, se trata de algo peor.

EL PAÍS trató de contactar al fiscal de Veracruz, Jorge Winckler, para que explicara que se puede esperar ahora del cementerio, pero no contestó los mensajes. La policía estatal ha sido señalada cantidad de veces estos años por casos parecidos al de Barradas. La última vez, en enero del año pasado, cuando secuestraron a cinco de jóvenes y se los entregaron a sicarios del cartel Jalisco. Los jóvenes nunca aparecieron, solo un cachito de hueso de uno. ¿Guarda acaso el cementerio los restos de otras víctimas de uniformados corruptos? ¿Hasta qué punto las autoridades del estado costeño ayudaban a los delincuentes?

El cementerio clandestino está en Colinas de Santa Fe, a las afueras del Puerto de Veracruz. La señora Griselda vive en Cardel, a 20 minutos en carro de ahí. La mujer conoce la zona. Cualquiera que tuviera un familiar desaparecido en el estado la conocía. El año pasado, el Colectivo Solecito descubrió el paraje gracias a un misterioso mapa que alguien repartió en una de las marchas que organizaron. Era un macabro mapa del tesoro, con indicaciones de cómo llegar desde el puerto, como entrar al predio, dónde empezar a cavar. Los integrantes del Solecito, un colectivo de familiares de personas desaparecidas, pidieron la ayuda de las autoridades y empezaron con la búsqueda. Hasta la fecha han ubicado 105 fosas, con 111 cráneos y más de 6.000 trozos de hueso. Y faltan todavía por rastrear 11 de las 15 hectáreas que integran el terreno.

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Sobre la firma

Pablo Ferri
Reportero en la oficina de Ciudad de México desde 2015. Cubre el área de interior, con atención a temas de violencia, seguridad, derechos humanos y justicia. También escribe de arqueología, antropología e historia. Ferri es autor de Narcoamérica (Tusquets, 2015) y La Tropa (Aguilar, 2019).

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