El cuento del buen vecino
La noche electoral en Estados Unidos ha dejado un sabor más que amargo en los mexicanos


Todo fue un espejismo y nada era cierto. Vivimos engañados con el cuento de los buenos vecinos. Durante años nos tragamos las palabras optimistas de los políticos que hablaban de solidaridad, de cooperación, de una relación fuerte y ejemplar. Esta noche nos hemos dado cuenta de lo huecas que suenan esas palabras. Estamos parados en un barro negro y denso. La noche electoral en Estados Unidos ha dejado un sabor más que amargo en los mexicanos por muchas razones. Una de ellas es porque nos hemos dado cuenta de los gringos no dudan en dar la espalda a mucho de lo que les admiramos.
Durante mucho tiempo los mexicanos hemos vivido mirando al norte. Allí hemos encontrado, muchas veces, el ejemplo a seguir. Es algo casi generalizado en todos los sectores de la sociedad. Los más pobres encuentran allá el destino que servirá de sustento para sus pueblos de origen. Por necesidad, están dispuestos a cruzar el desierto y jugarse la vida para conseguir un trabajo y vivir a la sombra. Desde esa oscuridad mandan los recursos que pueden sacar a flote a familias de tres, cinco o diez personas.
Pero Estados Unidos no solo es el destino de los mexicanos pobres. Las élites educadas también lo eligen. La clase rica y educada estudia allí sus posgrados. Vuelven al país con un inglés perfecto y dispuestos a poner en práctica en México lo aprendido al otro lado del río Bravo. A quienes no les interesa la educación están dispuestos a viajar allá para gastar carretadas de dólares en los centros comerciales y en sus eventos culturales y deportivos.
Pero esta noche los estadounidenses han dado la espalda a valores que tanto admiramos. Han dicho no a una mujer preparada que relevaría a un presidente carismático e inigualable. A todo eso han dicho no para elegir a un tipo ignorante y racista. Un xenófobo abusivo al que no importa arrollar al más pequeño. No sé cómo se ve la elección desde otros países, pero desde México parece que los americanos han echado por la borda todo lo que les envidiábamos.
La decisión parecía sencilla a comienzo del día. Solo había que inclinarse por la opción obvia. Pero toda nuestra esperanza se fue desmoronando. Al final de la noche nos hemos dado cuenta de que no vivimos a un lado de quien creíamos. Al que siempre creímos el buen vecino es en realidad un tipo que finge la sonrisa y que, en verdad, nos quiere fuera de su barrio. No dudaría un solo minuto en entregarnos a la policía.
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