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Tribuna
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La ciencia al servicio del ciudadano

La discusión sobre el Estado del Bienestar tiene que dar paso a una reflexión más amplia sobre el Estado Inteligente

Desde 2009, la Agencia Nacional de Recaudación de Impuestos de Colombia (DIAN) enviaba a funcionarios -ataviados con chaleco e identificación oficial- a visitar a los contribuyentes morosos para notificarles cuánto dinero debían y qué consecuencias enfrentarían en caso de no pagar. A finales de 2012, las autoridades quisieron saber si esta era la mejor estrategia y buscaron el apoyo de la ciencia para averiguarlo.

En un experimento controlado, 20.000 contribuyentes fueron asignados por sorteo a cuatro grupos que recibirían el mismo mensaje a través de canales distintos. El primero recibió una carta física; el segundo, un correo electrónico; el tercero, la visita de un inspector, y el cuarto no fue contactado, sirviendo así como grupo control. Entre las conclusiones destacan que, a pesar de que las visitas personalizadas son el mecanismo de recaudación más efectivo, en muchas ocasiones los funcionarios no pudieron acceder a los deudores porque las direcciones eran erróneas. Esto provocó que el efecto de las visitas fuera similar al del correo electrónico: un mecanismo a priori menos eficiente.

La experiencia condujo a varios ajustes que, en última instancia, lograron mejorar la recaudación de impuestos a través de todos los canales.

¿Cómo interpretamos este proceso y por qué es tan significativo? Diariamente gobiernos en todo el mundo toman decisiones para gestionar los recursos, pero este flujo de información rara vez deja una huella de conocimiento duradera y útil para las administraciones siguientes. En otras palabras, hoy más que nunca los gobiernos de América Latina -y por extensión los Estados que representan- tienen que maximizar la eficiencia de los recursos disponibles, tanto financieros como humanos, en beneficio de sus ciudadanos.

El caso exitoso de Colombia muestra que el uso de la ciencia para mejorar la efectividad de las políticas públicas puede dar resultados muy positivos. Esto es lo que más necesitamos hoy en día: Estados capaces de aprender; Estados Inteligentes.

Otros países han abierto espacios concretos con este objetivo. En Inglaterra, por ejemplo, se creó en 2010 dentro de la oficina del Primer Ministro, el Equipo de Análisis Conductual (Behavioural Insights Team – Nudge Unit) para experimentar con formas de mejorar la gestión pública. Estados Unidos también ideó una figura similar, reportando directamente a la Casa Blanca. En América Latina existen algunas iniciativas como el Minedu Lab del Ministerio de Educación de Perú, que apuntan en esa dirección.

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Esto representa una noción más moderna del Estado, relevante en todo el mundo, pero más aún en los países donde los recursos son más escasos. En el mundo en desarrollo, donde a veces no todos tienen acceso a servicios básicos como agua o electricidad, el uso eficiente de los recursos públicos es crítico para la calidad de vida de la población. Esta realidad se une a que actualmente a causa de la desaceleración económica, los gobiernos no disponen de tantos recursos como tenían durante la época de bonanza.

Para tener instituciones inteligentes tendremos que promover la evaluación de impacto de iniciativas públicas como parte habitual del proceso de la toma de decisiones y con ello promover la cultura de aprendizaje. Adicionalmente, tendremos que aprovechar las comunidades que facilitan el intercambio de conocimiento entre entidades públicas y dentro de las mismas.

En la experiencia de CAF –banco de desarrollo de América Latina– promoviendo esta visión, hemos encontrado que cuando la evaluación se percibe como provechosa para la propia gestión, se destapa un apetito considerable por ponerla en práctica y esto es más profundo y significativo que los resultados de cualquier evaluación particular.

El futuro de nuestras sociedades depende en gran medida de la capacidad de nuestros Estados de adaptarse a las demandas de los tiempos, que estarán marcadas por estructuras productivas más complejas, esquemas de participación ciudadana masivos y flujos de información global instantáneos.

Más que carencia de recursos, el subdesarrollo está marcado por la falta de conocimiento sobre cómo usar los recursos disponibles. Solo instituciones públicas con capacidad de transformar su experiencia en conocimiento serán capaces de cerrar las brechas con el primer mundo.

*Daniel E. Ortega es director de evaluación de impacto y aprendizaje de políticas en CAF –banco de desarrollo de América Latina (@dortegaeval)

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