La ciudad brasileña donde todos quieren ser negros
Una fiesta en el Estado de Sergipe (en el noreste de Brasil) revive cada año la lucha por la libertad de los esclavos negros
Un pedazo del alma brasileña se esconde en la ciudad de Laranjeiras (Estado de Sergipe, Nordeste de Brasil), donde todos los meses de octubre se rinde homenaje a los esclavos que allí vivieron. Para recordarlos, un grupo de hombres desfila por la ciudad con la piel pintada de negro, con una gorra y pantalones cortos de color rojo. Bailan alegres al ritmo de la percusión de los instrumentos que sus compañeros manejan. Una celebración que parece natural en un país donde el 51% de una población de 200 millones de personas se declara negra o desciende de negros. Pero la fiesta de los Lambe Sujos (algo como Lame Sucios) vs. Caboclinhos es desconocida para la mayoría de los brasileños, aunque familiar para antropólogos e historiadores, que desembarcan allí para estudiar esta celebración que se repite hace más de 100 años.
El cortejo teatralizado se inspira en la historia real de los esclavos que luchaban por su libertad desde los quilombos de Laranjeiras, como se llamaban los escondrijos de los que huían de la esclavitud. Los Lambe Sujos son guiados por un príncipe y un rey y tras ellos van los Caboclinhos, con tocados de plumas en la cabeza y la piel pintada de rojo. Estos últimos representan a los indígenas que eran contratados por los dueños de azucareras para recapturar a sus esclavos. Era una práctica común en Brasil cuando era colonia de Portugal —desde su descubrimiento en 1500, cuando esclavizaron a los indios, y a partir de 1560 a los negros— un cuadro que duró hasta 1888, cuando finalmente se abolió la esclavitud.
Los Lambe Sujos son guiados por un príncipe y un rey y tras ellos van los Caboclinhos, con tocados de plumas en la cabeza y la piel pintada de rojo
La exposición tan clara del pasado, contada por la gente de esa ciudad que ha preservado su historia de generación en generación, ha fomentado decenas de libros y textos académicos. “Estamos retratando la historia del pueblo humilde de Brasil. Esto no se encuentra en las universidades. Son las universidades las que vienen aquí”, dice el maestro Zé Rolinha, el rey de los Lambe Sujos desde hace 30 años. Los negros representan más del 60% de los pobres en Brasil hasta hoy porque nunca pudieron rescatar el retraso que la esclavitud les proporcionó.
En su casa modesta, pero con un corazón gigante, Zé Rolinha vive un continuo entrar y salir de personas a la víspera del desfile del último día 11 de octubre. Es él quien se encarga de la organización, le pide apoyo al poder público y se articula con sus vecinos para mantener la tradición cultural y la historia “del municipio, del Sergipe y del noreste brasileño”.
Laranjeiras, a 20 minutos de la capital, Aracaju, con 27.000 habitantes, fue una de las ciudades más prósperas de Brasil en los tiempos de la esclavitud, gracias a la riqueza proporcionada por la caña de azúcar. Llegó a recibir la visita del emperador Dom Pedro II en 1850 cuando este viajó para conocer las ciudades económicamente más importantes del país. Pero lo que mantenía las industrias en funcionamiento era el trabajo físico de miles de esclavos.
Los negros representan más del 60% de los pobres en Brasil
Todos quieren ser negros el día de la celebración, que empieza la madrugada de domingo. El cortejo va creciendo según avanzan las horas, seguido por lugareños y turistas, que improvisan ropa roja para parecerse a los Lambe Sujos, aunque a estos los venzan, al final de la fiesta, los Caboclinhos. Una derrota victoriosa. “Nunca he visto a un rey ser vencido de forma tan altiva, que sale con la frente en alto, como si no hubiera perdido la batalla”, bromea la antropóloga Beatriz Gois Dantas, de la Universidad Federal de Sergipe, que profundizó en los estudios sobre esta fiesta entre 1969 y 1990.
La derrota forma parte de la narrativa, según los guardianes de la tradición, porque cuando los negros libres crearon la fiesta lo acordaron así con las autoridades. Si por ventura los Lambe Sujos saliesen victoriosos, podrían estimular a los negros que aún vivían en esclavitud a rebelarse.
El coraje de luchar por la libertad es de los negros, no de los caboclos, que obedecen órdenes de los blancos
Pero el coraje de luchar por la libertad es de los negros, no de los caboclos, que obedecen órdenes de los blancos (casi antihéroes en esta fiesta). “Aquí todo el mundo es negro y esta fiesta el para recordar su fuerza”, decía José Luiz, en la fiesta de este año, con la cara pintada muy oscura, lo que resaltaba sus ojos azules. Los brazos continuaban blancos. Los Lambe Sujos tocan panderetas, tambores y ganzás (especie de maracas), que se combinan en un ritmo africano contagioso, una música “guerrera y agresiva”, tal como la define Evandro Bispo, uno de los organizadores.
Un personaje controvertido destaca en este teatro a cielo abierto: el capataz, que carga un látigo de verdad y castiga a quienes se descuidan. Él lleva al evento un clima de tensión permanente. Muchos jóvenes provocan al capataz con el único propósito de que este les dé unos latigazos, en una aparente competición masculina de resistencia al dolor. El efecto de esta escena es impactante. Pero compone cierto caos que, de alguna manera, tiene sentido. El sonido del látigo transporta a los visitantes a los castigos corporales sufridos por los principales homenajeados de la fiesta: los antepasados negros, que sintieron en la piel el dolor de la esclavitud.
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