ChatGPT ya tiene 2 años. ¿Cumpleaños feliz?
La caja de Pandora se abrió el 30 de noviembre de 2022. ¿Hemos emprendido los procesos de reflexión y actuación que requería esta evolución de la IA? Al revés: nos hemos entregado a oráculos robotizados
“Escribir la historia es dar a las fechas su fisonomía”, decía Walter Benjamin, “es decir, dar a cada acontecimiento su verdadero rostro”. La introducción de ChatGPT, el 30 de noviembre de 2022, es una de esas fechas de las que se dice que, a partir de entonces, nada volverá a ser igual.
Hemos llegado al “punto de ...
“Escribir la historia es dar a las fechas su fisonomía”, decía Walter Benjamin, “es decir, dar a cada acontecimiento su verdadero rostro”. La introducción de ChatGPT, el 30 de noviembre de 2022, es una de esas fechas de las que se dice que, a partir de entonces, nada volverá a ser igual.
Hemos llegado al “punto de inflexión intelectual y creativo de la inteligencia artificial”. Y, para comprender todo su alcance, tenemos que utilizar una fórmula literal: que, a partir de ahora, son los sistemas los que se encargarán de llevar a cabo tareas que antes necesitaban nuestras facultades intelectuales y creativas.
Estos atributos se suman, sin sustituirla, a la dimensión cognitiva y organizativa de la IA, que está en funcionamiento desde hace 15 años y ya es capaz de interpretar una situación y, en función de ella, recomendar una forma de actuar. Ahora, a esas señales que guían el comportamiento humano, se une la capacidad tecnológica de producir símbolos.
La caja de Pandora se ha abierto y no volverá a cerrarse. No cabe duda de que cada aniversario estará salpicado de nuevos anuncios cada vez más asombrosos, hasta el punto de que, antes de que termine esta década, pensaremos que crear imágenes y música es ridículo o está pasado de moda.
Con unos cambios de semejante gravedad, ¿nos hemos movilizado suficientemente? Es decir, ¿hemos emprendido, desde el 1 de diciembre de 2022, los procesos de reflexión y actuación necesarios? Todo lo contrario: hemos visto a cientos de millones de personas abrazar con entusiasmo estos oráculos robotizados.
En todas las profesiones involucradas deberían organizarse grupos de trabajo para salvaguardar las exigencias que se consideran intangibles
Es muy reveladora esta discrepancia entre la trascendencia histórica del acontecimiento, que estaba llamado a neutralizar el uso de nuestras facultades más básicas, y el hecho de que inmediatamente se fundiera en nuestra vida cotidiana. Es fácil adivinar el motivo de esta indolencia: se encuentra en el utilitarismo vigente desde hace más de un siglo, que solo se preocupa por tratar de tener las menores pérdidas y los máximos beneficios posibles, en todo momento, y que se ha convertido hasta tal punto en la norma general que rige nuestra existencia que incluso se ha infiltrado en nuestra mente.
En lugar de ponernos a usar inmediatamente estos sistemas, lo primero que deberíamos haber hecho es preguntarnos por nuestros hijos. Porque ellos, de aquí a unos años, nos preguntarán por qué tienen que ir a la escuela, aprender gramática y ortografía, a expresarse correctamente, si las máquinas, con una orden sencilla, son capaces de escribir por ellos. Y, sin embargo, entre nuestras preocupaciones no ha estado una cuestión tan fundamental.
Hay otros aspectos cruciales, fundamentalmente de tres categorías. En primer lugar, el tipo de lenguaje que se produce, que no es, en absoluto, similar al nuestro. Lo que caracteriza a estos robots es que diseccionan textos en internet y, a partir de ellos, deducen leyes semánticas. Los enunciados se generan exclusivamente a partir de un análisis estadístico y una correlación probabilística. Es decir, si aparece un término determinado, el siguiente término seleccionado será el que se haya visto que, según el historial, es el más recurrente en la secuencia. Por consiguiente, se tiende a formular lo que ya había aparecido antes.
Por eso, más que de generación, habría que hablar de reproducción, porque no hay una novedad total. O sea, es un funcionamiento opuesto a nuestra forma de emplear el lenguaje, porque no se basa en el principio de correlación, sino en el de asociación. Esa es la singularidad de nuestra elocución, porque nadie piensa de manera idéntica a otra persona.
Tenemos, por un lado, un pseudolenguaje, matematizado y normalizado. Y por otro, el nuestro, hecho de creatividad y que constituye el vector primario de nuestra libertad. ¿Nos damos cuenta de que esta forma necrosada de discurso está destinada, un día, a ser mayoritaria?
El segundo aspecto es que todo el mundo tiene a su alcance unas tecnologías que generan imágenes casi en tiempo real. ¿No sufre ya bastante la sociedad con las manifestaciones de los resentimientos, los bulos y las teorías de la conspiración? Por ejemplo, vamos a pedirle al generador de imágenes Dall-E que cree y publique una imagen de nuestro vecino, con el que estamos peleados, en la que se le vea golpeando a una mujer. Ya no podemos saber el origen ni la naturaleza de una imagen. Lo mismo ocurre con las voces, que de ahora en adelante se van a poder duplicar.
Nos adentramos en una era de indiferenciación general que acarrea numerosos peligros. Teniendo en cuenta que la democracia no se apoya solo en unos principios comunes, sino también en puntos de referencia comunes, sin los que ya no será posible entenderse y cada uno se encerrará en su isla particular, dispuesto a desdeñar a los demás.
En otro sentido, podremos ordenar las películas, las series y la música en función de nuestras opiniones. Nuestro interés por las obras de arte, por el genio de la alteridad, decaerá. ¿Somos conscientes de la catástrofe cultural que se avecina?
En tercer lugar, ahora que la mayoría de los puestos de trabajo están en el sector servicios, precisamente los que movilizan nuestras facultades intelectuales y creativas, ¿cómo no ver el huracán que se avecina?
La verdad es que, si no tenemos cuidado, nos vamos a encontrar en todas partes con dispositivos que van a llevar a cabo tareas que antes hacíamos nosotros de manera más barata, rápida y eficaz. Precisamente las tareas que nos han exigido estudios largos y costosos y que nos proporcionan placer, momentos de sociabilidad y reconocimiento.
El concepto de “destrucción creativa”, teorizado hace casi un siglo por el economista Joseph Schumpeter, ya no sirve de nada, dado que suponía que iba a haber una transferencia de oficios obsoletos a otros de nueva creación y esos puestos de trabajo, hoy, no existen.
Vivimos un momento único de la historia de la humanidad, en el que las máquinas se están apoderando de lo que específicamente nos constituye. Pero no es, en absoluto, ningún proyecto deliberado de sociedad, sino el resultado de la visión de los ingenieros y la ambición sin límites de la industria digital. Pronto veremos hasta dónde llegan las consecuencias, incluidas las enormes repercusiones energéticas. En muchos casos, será demasiado tarde; la situación se habrá consolidado y será irreversible.
A este respecto, en mayo de 2023, hubo un sector que supo movilizarse: los guionistas de Hollywood. Y al final ganaron su caso. Y eso sin contar con el regulador, en general sometido al positivismo tecnológico. Es un ejemplo que debería inspirarnos. En todas las profesiones involucradas deberían organizarse grupos de trabajo nacionales e internacionales que estudien cómo salvaguardar las exigencias que se consideran intangibles. Es una cuestión urgente, en vista de la magnitud de las inversiones y la increíble velocidad de los avances actuales.
Es vital que, además de preocuparnos por el calentamiento global, también lo hagamos por la glaciación que se cierne sobre nuestras facultades. Y entonces, si asumimos este imperativo, en cada aniversario de la puesta en funcionamiento de ChatGPT, nos erigiremos, ya no en espectadores atónitos de anuncios sensacionalistas, sino en guardianes —en definitiva responsables y tenaces— de nuestra alma.