Niall Ferguson: “Las cosas van muy mal en EE UU. Trump volverá”
El historiador británico, agudo polemista, conservador, sobrellevó la crisis de la covid escribiendo un libro sobre los desastres que ha sufrido la humanidad. Apunta que esta pandemia apenas está entre las 20 peores de la historia
Durante varias tardes del año pasado, Niall Ferguson invitaba a su hijo a pensar en el fin del mundo. El historiador salía a caminar con Thomas, de nueve años, para reflexionar sobre qué es lo que hace terrible a un desastre. En esos paseos filosóficos, en un rancho en Montana adonde la familia viajó durante los primeros meses de la pandemia, la pareja mencionaba fallas de un reactor nuclear, volcanes y terremotos. En la mente del fecundo académico de la Universidad de Stanford, conservador y polemista autor de más de una docena de libr...
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Durante varias tardes del año pasado, Niall Ferguson invitaba a su hijo a pensar en el fin del mundo. El historiador salía a caminar con Thomas, de nueve años, para reflexionar sobre qué es lo que hace terrible a un desastre. En esos paseos filosóficos, en un rancho en Montana adonde la familia viajó durante los primeros meses de la pandemia, la pareja mencionaba fallas de un reactor nuclear, volcanes y terremotos. En la mente del fecundo académico de la Universidad de Stanford, conservador y polemista autor de más de una docena de libros, comenzaban a cimentarse ideas sobre las desgracias. Estas encontraron una salida algo caótica en Desastre: historia y política de las catástrofes (Debate), un libro brillante con una profunda investigación de las huellas dejadas a lo largo de los siglos por calamitosas experiencias en forma de incendios, inundaciones, hambrunas, guerras y, por supuesto, pandemias.
Ferguson (Glasgow, 57 años), hijo de un médico y una física, explica que la obra está escrita con mucho humor negro y rechaza que deje a los lectores sumidos en una atmósfera oscura. “Fue un consuelo escribir este libro, me dio una dimensión de los retos que yo, mis hijos y mi familia enfrentamos”, dice el autor. Desastre culmina con una advertencia geopolítica, el inevitable conflicto entre Washington y Pekín. La entrevista se desarrolla en un hotel en Palo Alto, California.
PREGUNTA. La investigación que contiene el libro lleva a pensar que no es producto de unos meses de aburrimiento durante la pandemia.
RESPUESTA. En 2019 tuve una epifanía. Solo leía historia y nunca ciencia ficción. Así que decidí volver a ella, una interrupción tras 40 años leyendo historia. Estaba convencido de que debía reenamorarme de la ciencia ficción. Pensé en cómo esos autores se imaginaban el fin del mundo de diferentes maneras, todo tipo de desenlaces distópicos. Me propuse escribir un libro sobre eso, una especie de historia del futuro, una idea que no gustó demasiado a mis editores, pero aun así lo hice. Comencé a escribir mientras leía vorazmente todo desde Liu Cixin hasta Margaret Atwood y más atrás, a Mary Shelley. Cuando llegó la pandemia me dije: “Claro, tenía que pasar”. Psicológicamente me fue de mucha ayuda comparar todo tipo de desastres. No encontré problema alguno en pasar todo el día leyendo como loco sobre las plagas de Justiniano hasta Chernóbil.
P. El libro aporta perspectiva sobre dónde estamos. ¿Lo pensó así desde un principio?
R. Totalmente. Los medios siempre dirán “este es el mayor desastre jamás acontecido”, es lo que quieren que sienta el lector. Cuando en realidad esta pandemia apenas está entre las 20 peores, pero eso no es un titular tan atractivo. Tus hijos no están muriendo. Ha afectado al 0,06% de la población comparado con el 2% de 1918-1919 o con alrededor del 30% de la peste negra. Así que parte de mi objetivo era poner las cosas en perspectiva. El otro es transmitir que los desastres no se distribuyen normalmente. Hay un reparto aleatorio de guerras, de pandemias, volcanes y terremotos. Parte del trabajo de los historiadores es mostrar la escala correcta de las cosas y explicar cómo llegamos a ellas.
P. Es un compendio de desgracias a través de los siglos. ¿Hay algún episodio que le haya parecido decisivo?
R. Todos los desastres tienen características comunes. No hay una distinción clara entre los provocados por el hombre y los naturales. Todos los desastres, de alguna manera, son creaciones de la incompetencia humana o la malicia. La experiencia cognitiva de estar en un desastre es bastante estándar entre las diferentes formas de este, ya sea una inundación, un incendio, una plaga o una guerra. Cuando releía Viaje al fin de la noche, de Céline, me detuve en un pasaje sobre lo que era estar en el ejército francés en 1940. Captura cómo el individuo no tiene ni idea de qué es lo que está pasando. Solo hay una sensación de caos, indefensión, miedo y una inexplicable cualidad de saber que tu muerte está más cerca. Esto resurge cuando lees el relato de Plinio el Joven sobre el terremoto en Pompeya o el de esas personas que quedaron atrapadas en un incendio forestal en Wisconsin…
P. Su libro deja la idea de que no nos hemos preparado mejor para los desastres a lo largo de los siglos.
R. Tendemos a pensar que el fin del mundo es un gran final espectacular, pero no pensamos lo suficiente en lo que es encontrarse ante un desastre mediano para el que no estamos preparados. Una de las paradojas de nuestra era es que tenemos una enorme cantidad de conocimiento científico, superior al de la gente de 1340, y no nos va enormemente mejor. Parece ser que el conocimiento no se traslada en una preparación más efectiva para los desastres. Evolucionamos en la modernidad a un sistema burocrático de preparación cuyos hábitos administrativos producen un plan de respuesta a la pandemia de 36 páginas que parece abordar todo, pero no es para nada así. Piensas que si hay un ciberataque seguramente el Pentágono tendrá un plan. La pasividad de la gente, esa expectativa de que el Gobierno lo solucionará todo, es tan mala como la burocracia. Desde hace 20 años Estados Unidos da tumbos de crisis en crisis. Los ataques del 11-S, las crisis financieras, la pandemia, fueron predichos casi cada año en alguna conferencia TED Talk. Hay un problema sistémico que no es exclusivo de EE UU.
P. Una de las críticas que le han hecho es que es blando respecto a la responsabilidad que tienen los políticos en la gestión de los desastres.
R. Si lees lo que he escrito sobre Trump no es suave. Nos decimos que todo era culpa de Trump y pensamos que resolvimos el problema porque nos deshicimos de él. Lo que sucede es que hay un problema sistémico. No importa quién sea el presidente o cuál sea el desastre porque la reacción será mala. Una vez publicado el libro me topé con una entrevista a Ron Klein [el jefe de Gabinete de Biden] donde admitía que si la gripe porcina de 2009 hubiera sido tan mala como la covid-19 el desastre hubiera sido idéntico para la Administración de Obama. Después comencé a pensar en el físico Richard Feynman y en el desastre del Challenger. Escribió un libro sobre el accidente que cambió mi forma de pensar. La prensa tiene una abrumadora necesidad de culpar al presidente de cualquier mierda que suceda. Había un hilarante reclamo de que se debía culpar a Reagan por lo del Challenger. Feynman mostró que todo había sucedido por culpa de un oscuro burócrata de la NASA que cambió la advertencia de los ingenieros sobre las posibilidades de accidente de 1 entre 100 a 1 entre 100.000. Históricamente es más probable que muchos desastres, no todos, se puedan explicar por errores de la gerencia media, más que de los líderes.
P. Habla de la maldición de Casandra, personas que hacen advertencias que desafían a la narrativa dominante y a las que nadie escucha.
R. Siempre hay una Casandra. La razón por la que en la tragedia griega Casandra es ignorada es que su destino era ser ignorada. No importa que tengas tu Casandra del Departamento de Estado o de Defensa. Será ignorada aunque tenga estatus oficial. Lo que necesitamos es rapidez de respuesta, no detección temprana. La rapidez es lo que reduce el conteo de cuerpos. Las burocracias grandes como la de Estados Unidos son malas en esto, en parte, porque los expertos, los burócratas profesionales, se inclinan por esperar a tener más información. La mayoría de las burocracias de Occidente son crónicamente incapaces de una reacción rápida.
P. ¿Aprendieron algo los líderes que siguen en el poder desde que se inició la pandemia?
R. La ironía es que a aquellos que lo hicieron mal en la intervención no farmacéutica, con represión, luego les fue bien con la vacunación. Y a aquellos a los que les fue bien con la intervención no farmacéutica les fue muy mal con la vacunación. Nadie acertó del todo. Los que lo hicieron muy bien el año pasado, la presidenta Tsai en Taiwán y Jacinda Ardern en Nueva Zelanda, tienen porcentajes bajos de vacunación. Trump lo hizo mal en casi todos los aspectos menos en el que más importa en una pandemia, la vacunación. Lo mismo sucedió en el Reino Unido, donde Dominic Cummings tuvo éxito al quitar la entrega de las vacunas de las manos de la burocracia para ponerla en fondos de capital riesgo. La gente que parecía más lista el año pasado ahora parece bastante tonta.
P. ¿Le ha sorprendido que la ciencia haya perdido reputación?
R. Quienes llevaron a cabo la revolución del ARN mensajero son parte de una tradición científica heroica porque trabajaron en contra de ideas preconcebidas y desafiaron el consenso científico. La ciencia lo ha hecho muy bien en los últimos 18 meses. Nada me ha impresionado más que seguir los avances en investigación científica en todo el mundo —incluyo a China— para luchar contra esta nueva pandemia. Ha sido inspirador.
P. Usted es hijo de una física. Su hermana también es científica…
R. Sí, en Yale. La ciencia lo ha hecho muy bien, pero la sanidad pública lo ha hecho terriblemente mal. Los científicos cuyo trabajo es asesorar a políticos y comunicar han dañado su credibilidad y la de la ciencia con su fracaso. El error fue mentirle a la gente. Creo que en EE UU ya había un problema de confianza, que se ha ido a pique en casi todas las instituciones, con la notable excepción de los militares. La covid-19 ha sido la Guerra de Vietnam de la salud pública y debe haber una investigación como la que hicieron los militares después de Vietnam para saber dónde estuvo el problema.
P. Escribe sobre la gripe asiática de 1957, cuando el Gobierno de Eisenhower no impuso cuarentena y actuó bien tras desarrollar una vacuna rápidamente. Pero perdió en las elecciones intermedias de 1958.
R. Que a los republicanos les fuera mal en el 58 no tuvo nada que ver con la pandemia. La gripe asiática fue tan mala como la covid, pero no mató a una proporción grande de la población, aunque sí a gente más joven. Esta hubiera sido una experiencia muy diferente si nuestros hijos hubiesen estado en cuidados intensivos. Cuando te preguntas históricamente a qué es equiparable el coronavirus mi respuesta es que a la gripe de 1957-58. Y aun así la respuesta fue muy diferente, como si se tratase de un país diferente.
P. Escribió el libro en octubre, cuando las cosas mejoraron, pero después volvieron a empeorar. Critica la imposición de cuarentenas obligatorias. ¿Ha cambiado su opinión?
R. Mi relato del año pasado tiene matices. No creo que yo cierre todo o lo deje abierto. Desde que escribí el libro hemos encontrado una nueva variante que es mucho más contagiosa y que ha hecho obsoleta la estrategia represiva. Era algo difícil de prever. He aprendido algo nuevo cada semana.
P. ¿Y qué dice a quienes creen que escribió el libro demasiado pronto?
R. Es una pregunta justa para un historiador. Carter Malkasian, que fue alumno mío, ha publicado un libro sobre la guerra de Afganistán. Me decía que algunas reseñas dijeron que debía haberse esperado 20 años. Es un mal argumento. No podemos esperar 20 años para descubrir qué fue lo que falló. Hay una urgente necesidad de hacer historia lo antes posible. Con una admisión obvia: no todo estará del todo bien hasta que sea definitivo.
P. Se pregunta qué consecuencias dejará la pandemia en lo que usted llama la Segunda Guerra Fría. ¿Lo tiene más claro con lo que ha sucedido recientemente?
R. Antes de la pandemia mucha gente, especialmente en Europa, no quería darse cuenta de esta nueva Guerra Fría. La pandemia la ha revelado. Nadie puede pretender ahora que no exista. Creo que una Segunda Guerra Fría es un buen desenlace, hay una posibilidad de que acabemos con una guerra caliente por Taiwán en un futuro próximo. Puede ser el próximo año. La situación geopolítica ya era mala, no dependía de Trump. Este se ha ido y la situación no ha cambiado. La Administración de Biden tiene más halcones que la pasada. Muy poca gente comprendía que si los demócratas ganaban la política continuaría y sería más ideológica porque Trump quería un pacto con Xi Jinping. Mientras que la gente del entorno de Biden considera que están en una guerra fría. La única pregunta es cuándo llegará esta próxima crisis. Si realmente hay un conflicto porque los chinos invaden Taiwán, la escalada será muy diferente de Irak y Afganistán. La gente no tiene ni la más mínima idea del costo que supondrá en términos económicos y de fuerza militar. Será una categoría de guerra diferente respecto a las de los últimos 20 años.
P. ¿Qué pasará con Biden? ¿Cómo afectará su retirada en Afganistán?
R. Es probable que pierda la Cámara de Representantes. Pero ahora pienso también que [los demócratas] perderán el Senado y que toda la administración está en crisis por cómo la jodieron. Es un ejemplo objetivo de desastre. ¿Cómo pudieron ser tan torpes retirando primero a las fuerzas especiales y después a los civiles?. Mi esposa [la activista Ayaan Hirsi] escribió que quizá si la prensa hubiera sido un poco más dura en los siete meses anteriores en lugar de ser, básicamente, hinchas de la administración, no hubiesen tomado una decisión tan tonta. Es difícil encontrarle algún sentido. Concluyo que gran parte de los consejos fueron ignorados y que se asumió la tesis de que, internamente, salir de Afganistán era rentable a pesar del coste de todas esas personas que se dejaron atrás. Creo que es lo que pensó Biden y que nos llevó a ello la teoría de Jake Sullivan (consejero de Seguridad Nacional) de una política exterior para la clase media. Se darán cuenta pronto de que estaban muy equivocados. El coste será profundo. Y no porque la política internacional sea importante, sino porque han mandado una señal de incompetencia. Pasaron rápidamente de Saigón en el 75 a Teherán en el 79, o al menos a un nuevo Bengasi. Lo afirmé en abril, cuando decían que Biden era un presidente transformador como Roosevelt o Johnson. Es Carter. Será Carter 2.0.
P. ¿Con consecuencias que llegarán a 2024?
R. Veo a Trump ganando. Trump volverá. La gente no quiere afrontarlo, pero esto está yendo tan mal que conseguirá la nominación y volverá.
P. ¿Cambió este libro la perspectiva de cómo piensa usted la historia?
R. Alan Bennett escribió una obra hace varios años llamada Los chicos de historia, donde el personaje central está basado en mí. En la obra hay una línea de alguien que dice: “La historia es solo una jodida cosa tras otra”. Ahora me doy cuenta de que es solo un jodido desastre tras otro.
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