Izaskun Chinchilla: “¿Por qué puedo aparcar mi coche en la calle, pero no mi sofá o mi nevera?”

La arquitecta acaba de publicar ‘La ciudad de los cuidados’, donde reflexiona sobre todas esas otras actividades no productivas de las que nuestros gobernantes no se ocupan e invita a los ciudadanos a ser agentes de participación en el diseño

La arquitecta Izaskun Chinchilla en su estudio.

En la ciudad contemporánea es difícil encontrar sombra en los días de sol o fuentes donde beber agua, es difícil escapar de las plazas durísimas de hormigón, echarse una siesta o acceder a un baño en el que hacer nuestras necesidades fisiológicas. Es difícil encontrar paz. ...

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En la ciudad contemporánea es difícil encontrar sombra en los días de sol o fuentes donde beber agua, es difícil escapar de las plazas durísimas de hormigón, echarse una siesta o acceder a un baño en el que hacer nuestras necesidades fisiológicas. Es difícil encontrar paz. Son territorio hostil para personas mayores, para dependientes, ya no juegan los niños en las calles, y la calidad del aire es francamente mejorable. ¿Para quién están diseñadas las ciudades?

De eso habla Izaskun Chinchilla en La ciudad de los cuidados (Catarata). Chinchilla es doctora arquitecta y catedrática de Práctica arquitectónica en la Bartlett School of Architecture (Londres). También es autora de proyectos que subrayan la dimensión social de la arquitectura y que la han llevado a exponer su trabajo en distintos foros y a recibir premios en convocatorias nacionales e internacionales. En su nuevo texto ofrece algunas alternativas para desarrollar un tipo de ciudad más sostenible, vivible y amable con todo tipo de habitantes.

Pregunta.- ¿Para qué están hechas las ciudades?

Respuesta.- En las ciudades, sobre todo en el s. XX, se ha prestado especial atención a las actividades productivas, en detrimento de otras. Es muy fácil repartir mercancías, poner publicidad, ir al trabajo diariamente… No solo el diseño de las ciudades se hace en función de estas actividades, sino también la regulación. La ciudad se compone de una parte dura, su construcción, pero también de la legislación que se pone sobre ella, los derechos que tenemos sobre su uso. Y esos derechos se enfocan también en lo productivo: en qué horario se puede hacer reparto, cómo pueden ocupar los negocios el espacio urbano, etc. Esta es la primacía que ha tenido la actividad económica en la ciudad.

P.- ¿Y sus habitantes?

R.- Las ciudades están hechas para el perfil del trabajador, el alma productiva de la ciudad. La ciudad se desarrolla a través de las décadas, así que se ha conceptualizado a un ciudadano productivo de otros tiempos: en edad laboral, pero en general varón, blanco, sin particularidades físicas... Y con coche. En resumen: el destinatario final de la ciudad es el conjunto de entidades que facilitan las actividades productivas, luego el ciudadano que arquetípicamente las lleva a cabo individualmente y, en tercer lugar, los elementos materiales que las posibilitan, como el vehículo privado.

“Las urbes están hechas para un ciudadano productivo de otros tiempos: en edad laboral, pero en general varón, blanco, sin particularidades físicas... Y con coche”

P.- ¿Cuáles son las actividades más allá de lo productivo?

R.- Normalmente se opone el urbanismo productivo al urbanismo reproductivo. El papel del ocio, por ejemplo, es ambiguo, porque el ocio urbano es productivo, es un ocio que produce rendimiento y actividad económica en teatros, restaurantes, eventos deportivos, conciertos o compras. Son un motor económico. En lo reproductivo no cabe solo la pura reproducción humana, el tener hijos, sino, más ampliamente, los cuidados.

P.- Los cuidados están ganando protagonismo en el debate público. ¿Qué engloban?

R.- Son muchas cosas: el cuidado a un menor, el cuidado a un anciano, el cuidado a un dependiente, pero, ojo, también los cuidados a uno mismo, el autocuidado. Tienen una dimensión individual y otra colectiva. Los cuidados se caracterizan porque no están sujetos a las leyes de la actividad económica, ni la reactivan. Luego, dentro de los cuidados, también hay actividades de ocio, por ejemplo, las llamadas “rutas del colesterol”, que son paseos para mantener buena salud (los famosos 10.000 pasos al día) que se celebran en muchas ciudades de España. O jugar con un niño.


Hogar sin casa es un proyecto de soluciones de habilitabilidad en la ciudad que no están sujetas a la propiedad. En la imagen, una estancia para dormir al aire libre en verano. |Izaskun Chinchilla Arquitectos (EL PAÍS)

P.- Entonces, la ciudad no está pensada para la actividad reproductiva, de cuidados…

R.- No. El debate social y político que generan las regulaciones urbanas no suele tener en cuenta estas cuestiones. Todo lo que tiene que ver con lo productivo lo hemos discutido en un parlamento. Lo reproductivo no. ¿Alguien ha discutido en una institución política si un ciudadano tiene derecho a utilizar gratuitamente el aseo de un bar? ¿Tiene que haber fuentes de agua potable cada 100 metros? ¿Por qué puedo aparcar mi coche en la calle, pero no mi sofá o mi nevera? ¿Cuántos árboles como mínimo tiene que haber en un barrio? ¿Hemos discutido y elegido esas cosas? Sí, se ponen árboles o fuentes, claro, pero no como derecho genuino de los ciudadanos, sino por la buena voluntad de los gobernantes. No se suelen regular estas cosas, así que la ciudad no está hecha para satisfacer estas necesidades.

P.- Otras cuestiones sí se regulan.

R.- Podemos fijarnos en lo reguladísima que está la publicidad en la ciudad: para que un comerciante pueda poner un anuncio tiene espacios reservados, una legislación específica, incluso una fiscalidad específica… ¿Por qué no existe esa atención en otros casos relacionados con el cuidado?

Otra imagen del proyecto Hogar sin casa, en el que se presenta un uso del espacio público para el esparcimiento por una persona con un físico no normativo.Izaskun Chinchilla Arquitectos

P.- ¿Ha cambiado la percepción de la ciudad y el espacio urbano con la pandemia?

R.- Indudablemente. En las últimas dos décadas se han presentado tres vectores divergentes de desarrollo de la ciudad: la economía, el medio ambiente (que se ha presentado como un vector costoso y sin retorno, como se vio en el rechazo a las zonas de bajas emisiones) y la salud (se consideraba derroche invertir en accesibilidad o prevención de la obesidad). La pandemia nos ha hecho darnos cuenta de que todo está conectado, que no son elementos divergentes sino vasos comunicantes. La salud, por ejemplo, se conecta con la economía, como estamos viendo ahora mismo. Ya se están calculando los brutales efectos que tendrá el Cambio Climático en la actividad económica. Había, también, una conciencia neoliberal sobre la ciudad, sin poner límites al tráfico, a las terrazas, a la publicidad, a cualquier uso del espacio urbano. Pero tras el comienzo de la pandemia se le ha reclamado al sector público una mayor presencia en el espacio urbano. Se ha reclamado acción, presencia, responsabilidad.

P.- Durante el confinamiento duro parecía que no sabíamos usar la ciudad sin actividad productiva, no sabíamos pasear sin objetivo, cuando se abrieron las terrazas había verdadera ansiedad por coger sitio…

R.- Vivimos sometidos a mecanismos para incentivar el consumo que ya son casi biológicos, los hemos casi somatizado. La velocidad constante, buscar siempre un objetivo, tener siempre plan, programa, actividad, el trabajo cada vez más absorbente… También estamos abocados a una forma despolitizada de usar la ciudad, donde se da por hecho que hay estilos de vida más legítimos que otros: el señor que se sienta en una terraza parece que es mejor que el que duerme en un banco. En la pandemia nos hemos encontrado en el entorno urbano sin prisas, sin la posibilidad de consumir… Esto nos debe llevar a reflexionar sobre la multiplicidad de dimensiones del ser humano, que no siempre tenemos en cuenta.

“Se da por hecho que hay estilos de vida más legítimos que otros: el señor que se sienta en una terraza parece que es mejor que el que duerme en un banco”

P.- ¿Qué hacer para cambiar la ciudad?

R.- Hay varios escenarios de acción y de inversión económica. No estamos hablando de utopías, son cosas fáciles de llevar a cabo. En mi libro pongo varios ejemplos. Uno muy sencillo: desarrollar mobiliario urbano con el que los ciudadanos puedan decidir dónde se instalan: sillas plegables, en vez bancos fijos. Las sillas desarrollan la competencia del ciudadano, que aprenderá qué horas de sol y de sombra hay en la plaza, dónde puede colocar la silla, conocer la legislación sobre el espacio público, etcétera. Estaremos capacitando al ciudadano para ser un agente de participación en el diseño y la transformación de la ciudad. También muestro transformaciones de mayor calado en la movilidad, en las zonas de bajas emisiones, en el uso del espacio urbano, en la accesibilidad cognitiva, que permite a los niños orientarse fácilmente en la urbe...

Prototipo de señalética para una ciudad más accesible, elaborado dentro del taller 'Cycling to School' con niños del distrito de Camden, en Londres. |Izaskun Chinchilla Architects

P.- Hay elementos de la ciudad que no son nada simpáticos con el ciudadano. Por ejemplo, el bolardo.

R.- El sociólogo francés Bruno Latour habla del “parlamento de las cosas”, que suena un poco oscuro, pero que es un concepto comprensible. El bolardo es un objeto perfecto para ejemplificarlo. El bolardo impone una forma de usar el espacio público: parece que está para evitar que los vehículos invadan el área de los peatones, pero también implica molestias al peatón como impactos en la rodilla o la imposibilidad de transitar con un carrito para niños. Es el objeto es el que decide la forma de utilización del espacio, no lo decide la comunidad, ni los políticos. Lo llamo “prohibiciones implícitas”: una vez más, nadie ha debatido sobre dónde y cómo poner los bolardos, es una decisión tomada por organismo político de rango menor. Y eso configura la ciudad para el uso de vehículos privados.

“Parece que los bolardos están para evitar que los vehículos invadan el área de los peatones, pero también implican molestias al peatón como impactos en la rodilla o la imposibilidad de transitar con un carrito para niños”

P.- En ese orden de cosas encontramos la llamada “arquitectura hostil”.

R.- Este tipo de “arquitectura”, que trata de expulsar a personas sin hogar y otros usuarios del espacio urbano, ha desvelado algunos fenómenos ocultos de las ciudades contemporáneas, los llamados POPS (acrónimo de privately owned public spaces; algo así como espacios públicos de titularidad privada). La arquitectura hostil nace en espacios privados, donde el propietario del espacio tiene legitimidad para elegir unos estilos de vida como mejores que otros. Por ejemplo, una familia con niños rubios que consume es mejor que una persona sin hogar. Y otros estilos de vida indeseables: el ejercicio de la prostitución, el botellón, etcétera. En los espacios públicos se ejerce también esta elección. La arquitectura hostil hace cosas tan paradójicas como evitar que puedas tumbarte a echar la siesta en un banco. Por cierto, en la estación de Atocha de Madrid no se puede dormir, si cierras los ojos viene un guardia, con un palo, y te despierta dándote golpecitos. Si le dices que estabas meditando, da igual, y se convierte en un diálogo de besugos. Lo que no se puede es cerrar los ojos demasiado tiempo. Es una situación ridícula.

Ejemplo de urbanismo amable con las personas y con los distintos usos del espacio público, en el bulevar del Ensanche de Vallecas. |Izaskun Chinchilla Architects

P.- Habla también de la creación de una Declaración Universal de los Derechos de las y los Habitantes de la Ciudad.

R.- Las dos grandes declaraciones de derechos son la Declaración Universal de los Derechos Humanos y la Declaración de los Derechos del Niño. Son simbólicas, no se han cumplido. No se contempla en la realidad el derecho a la vivienda, por ejemplo. Pero sí que han tenido un poder fundamental, que es un poder de ser metarreguladoras, por encima del signo político de un gobierno. Orientan a todos los países y gobiernos en una dirección. De igual manera, una declaración sobre las ciudades generaría esa visibilidad, dirigiría los esfuerzos a un fin común. Tambien ayudaría a acabar con el cortoplacismo de políticas urbanas que piensan en periodos de cuatro años, plazos electorales, cuando la ciudad se construye a través de las décadas.

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