¿Por qué no hay árboles en la nueva Puerta del Sol? Así desapareció la vegetación de las grandes plazas urbanas
¿Lugar de paso o lugar para vivir? Hay expertos que ven en el nuevo kilómetro cero el síntoma de un modelo de ciudad que da la espalda a sus ciudadanos, pero otros afirman que la capital sí tiene razones para mantener su etiqueta “verde”
Los árboles como síntoma y como manzana de la discordia. Si algo resulta especialmente llamativo en el proyecto de reforma de la Puerta del Sol es que va a seguir siendo una plaza de hormigón desprovista de árboles. Se desplazan la estatua ecuestre, la fuente central, el oso y el madroño o los accesos al metro para crear un amplio espacio diáfano, sin vegetación, a imagen de las “plazas duras” que tanto proliferaron en nuestro país...
Los árboles como síntoma y como manzana de la discordia. Si algo resulta especialmente llamativo en el proyecto de reforma de la Puerta del Sol es que va a seguir siendo una plaza de hormigón desprovista de árboles. Se desplazan la estatua ecuestre, la fuente central, el oso y el madroño o los accesos al metro para crear un amplio espacio diáfano, sin vegetación, a imagen de las “plazas duras” que tanto proliferaron en nuestro país hasta finales de la década de 1990. Un “ágora”, dicen algunos. Un entorno “limpio”. Un espacio inhóspito, opinan otros.
A finales del pasado año ya se presentó en sociedad la “nueva” plaza de España, en la que los árboles, entonces recién plantados y aún raquíticos, se concentran en la parte meridional. Al norte, al pie de la Torre de Madrid y del Edificio España, se ha dispuesto una enorme explanada de suelo empedrado. De nuevo, un gran espacio diáfano, sin sombra ni cobijo, que se convierte en hostil en cuanto suben las temperaturas. En las redes sociales proliferan los mensajes que comparan tanto la puerta del Sol como esa mitad superior de la plaza de España con el “desierto del Gobi” o se refieren a ambos espacios singulares como “mares de cemento”.
Un modelo controvertido
Madrid muestra cierta querencia por las plazas duras. En su centro, además de Sol, las plazas de Chueca, Ópera, Callao, Lavapiés, los Cubos, Santo Domingo o Tirso de Molina encajan, con matices, en ese modelo. En su libro La ciudad de los cuidados (Catarata), la arquitecta madrileña Izaskun Chinchilla recuerda que “las plazas duras contribuyen extraordinariamente al conocido efecto de las islas de calor, el fenómeno urbano por el cual la temperatura en las ciudades, respecto a un área rural considerada dentro de un radio de diez kilómetros, resulta consistentemente mayor a lo largo del año”.
Las junglas de asfalto son hornos cuyo regulador térmico más eficaz son las arboledas urbanas, capaces de reducir la temperatura entre dos y ocho grados. Chinchilla atribuye la persistencia en nuestro país de las plazas duras al prestigio que tuvo en su día el llamado “modelo Barcelona”, un tipo de urbanismo modernista impulsado en su día por arquitectos como Oriol Bohigas o Ignasi Solà-Morales.
La plaza dura por antonomasia es la de los Països Catalans, en el barrio barcelonés de Sants, obra de Albert Viaplana y Helio Piñón. A Chinchilla le resulta muy significativo que esta superficie de granito y hormigón, sin apenas vegetación ni mobiliario urbano, vaya a ser remodelada y “renaturalizada” por el equipo RCR, todo un referente en arquitectura sostenible de novísimo cuño. Incluso Barcelona parece estar renunciando a los más emblemáticos ejemplos de su modelo.
Para Javier Benayas, catedrático de Ecología de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) y concejal de urbanismo de Soto del Real, la falta de árboles en la Puerta del Sol no es, “ni mucho menos”, un escándalo, pero sí una “anécdota significativa”. Benayas considera que el expediente ecológico de un ayuntamiento no depende de “cómo se concibe y se diseña un único espacio singular”. Hay que ser más ecuánime, enfocar con “las luces largas” y “hacer una valoración global de cuántos árboles por habitante tiene una ciudad y cómo están distribuidos”.
Ta y como resalta el urbanista, Madrid cuenta con “grandes pulmones, como el Retiro y la Casa de Campo”, que hacen que aparezca en algunos indicadores como una de las ciudades más verdes de la Unión Europea e incluso del mundo. Sin embargo, en las zonas de muy alta densidad del centro “los árboles son un bien escaso”.
No en todas partes y no por cualquier razón
Como concejal que es, Benayas entiende las dificultades logísticas y técnicas que implica en ocasiones plantar árboles en espacios singulares: “No es razonable obstinarse en arbolar calles estrechas creando problemas de movilidad o haciendo que se produzcan conflictos entre las raíces y las redes de agua o luces que pasan por el pavimento”. Él asume que la Puerta del Sol es, en efecto, uno de esos espacios en los que crear una arboleda resulta “problemático”. Pero cree que se debería haber hecho el esfuerzo de “plantar al menos algún ejemplar de alguna especie autóctona, por humanizar y naturalizar la plaza y para mandar un mensaje: nos estamos tomando muy en serio la apuesta por un modelo de ciudad cada vez más verde y resiliente al cambio climático, y por eso hemos puesto un par de árboles incluso en su espacio más emblemático”.
Ese “árbol singular, seña de identidad de la plaza” que él echa tanto de menos, tendría además un par de beneficios obvios: el ornamental (“porque los árboles son bellos y pueden tener un óptimo encaje paisajístico casi en todas partes”) y la sombra que proyectarían.
Enrique Estrela, experto en comunicación y fundador de la empresa Verdes Digitales, opta también por la prudencia. “Más allá de la polémica, casi siempre politizada, que se pueda generar en las redes sociales, hay que plantearse por qué el Ayuntamiento de Madrid remodela uno de sus buques insignia urbanísticos y sigue ciñéndose al desfasado modelo de plaza dura”. Estrela acepta que “no hay por qué plantar árboles en todas partes y, desde luego, no hay que plantarlos de cualquier manera”. Sí le parece “paradójico” que en una ciudad de veranos más bien tórridos se opte por soluciones como “llenar la calle Preciados de parasoles artificiales” cuando la opción óptima es que sean los árboles “los que ofrezcan sombra y actúan de mitigadores térmicos”.
La ola de calor que estamos padeciendo estos días nos recuerda hasta qué punto, en su opinión, “la Puerta del Sol y su espacio inmediato son entornos hostiles, además de muy concurridos y muy fotografiados”. Estrela no comparte un modelo de ciudad en el que “la principal oferta de descanso y cobijo en un lugar público sean las terrazas de los restaurantes y cafeterías”. Él insiste en que la ciudad no puede ser “un escaparate orientado al consumo”. Le preocupa que “desde las autoridades madrileñas se hagan recomendaciones tan frívolas como que, si pasas calor, entres en los centros comerciales, que tienen aire acondicionado”. Difícil concebir, en su opinión, “un mensaje más erróneo cuando de lo que se trata es de construir ciudades más amables, que cuiden la salud y el bienestar de visitantes y ciudadanos, no que les inciten a consumir sin más”.
Una placa de hormigón que no deja echar raíces
El Ayuntamiento de Madrid tiene sus propias razones y está dispuesto a compartirlas con ICON Design. En respuesta a una consulta por correo electrónico, fuentes del Área de Obras y Equipamientos del consistorio madrileño nos explican que “en la Puerta del Sol existe una losa de hormigón debajo del pavimento en más del 90% de la plaza y eso impide plantar árboles”. Se trata de “una losa muy superficial, a unos 20 centímetros del pavimento”. Sí reconocen que hay una zona “junto a la Carrera de San Jerónimo”, en la que podrían plantarse “ocho o nueve árboles, pero no tiene sentido plantar allí y en el resto de la plaza no”. De hecho, la Comisión Local de Patrimonio rechazó esa idea, que hubiese estado en línea con el plantado “simbólico” que sugiere Javier Benayas.
Las fuentes municipales contestan también a una pregunta que se hacen muchos madrileños: ¿por qué se pudieron plantar árboles en Madrid Río o se podrán plantar en el futuro Parque Central de Madrid Nuevo Norte y no en Sol?: “La respuesta es sencilla: para poder plantar árboles necesitamos que sobre la losa de hormigón exista una capa de tierra de alrededor de 1,5 metros. Eso fue posible en Madrid Río y lo será en el Parque Central, porque hablamos de espacios en los que se puede jugar con distintos niveles de suelo o hacer colinas. No es el caso de Sol. Aquí tendríamos solo dos opciones: hundir más las instalaciones de metro y ferrocarril de cercanías que discurren bajo la plaza, algo impensable, o elevar el suelo metro y medio, una opción tan impensable como la anterior”.
El Ayuntamiento recuerda, por último, que “la Puerta del Sol nunca en su historia ha tenido árboles, algo común a las grandes plazas europeas, que no suelen presentar vegetación. Solo la tienen en los países nórdicos, de clima muy distinto al nuestro, pero no países similares en ese sentido a España, como Italia”. Los árboles son un recurso apropiado para “plazas de barrio, en las que puede haber vegetación o incluso juegos infantiles”. Otra cosa son lugares como Sol o la plaza Mayor, aunque esta última sí ha tenido árboles a lo largo de su historia.
Distintas varas de medir para un reto de futuro
Recogiendo el guante de Benayas y Estrela, nos planteamos hasta qué punto, más allá de lo que ocurra en una plaza en concreto, Madrid tiene una política arbórea eficaz y coherente. Como decía el poeta Juan Gelman, interrogar a la realidad es siempre complejo, porque solo te contesta a las preguntas que le planteas. Si le preguntamos a Madrid cuántos árboles tiene, la respuesta es que muchos. En teoría, más que suficientes.
También en este aspecto tan concreto se manejan métricas muy distintas, pero, según datos correspondientes a 2020 de la Fundación Arbor Day de las Naciones Unidas, la capital de España es la segunda gran ciudad más arbolada del mundo tras Tokio con un parque total de 240.000 ejemplares de estas plantas. Ni San Francisco, ni Oslo ni París, tres ciudades con sólida reputación verde, pueden competir a este respecto con la urbe del Manzanares.
Madrid cuenta con el Retiro, la Casa de Campo y, a nivel más cualitativo, ese museo verde al aire libre que es el Real Jardín Botánico. La estadística, pese a todo, varía de manera muy sustancial si se incluyen en ella ciudades de tamaño intermedio. Sheffield, en el Reino Unido, cuenta con una masa forestal de más de dos millones de árboles que cubren el 60% de su superficie. Allí Madrid retrocede, pero tal vez, como apunta Javier Benayas, “no resulte del todo justo comparar a una capital con ciudades que, por su escala menor, presentan menor complejidad y más margen de maniobra”.
Si valoramos el porcentaje de áreas verdes, Treepedia, un proyecto interactivo del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), destaca muy por encima del resto el expediente verde de ciudades como Singapur, Sídney (Australia), Vancouver y Montreal (Canadá), Durban (Sudáfrica), Curitiba (Brasil), Oslo (Noruega) o Tampa (Estados Unidos). Este indicador da especial importancia a los espacios de calidad ecológica que no forman parte de grandes parques periféricos incluidos en el término municipal.
A qué distancia estoy del árbol más cercano
Uno de los indicadores más refinados y cualitativos es el que propone el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal). En un estudio publicado en The Lancet, el ISGlobal analiza cómo se distribuyen las superficies verdes en más de 1.000 ciudades europeas con al menos 100.000 residentes. La comparativa parte de una recomendación de la Organización Mundial de la Salud: para evitar muertes prematuras asociadas a la emisión de gases contaminantes, el desequilibrio térmico, el estrés o la contaminación acústica, todos los ciudadanos deberían vivir a menos de 300 metros de un espacio verde de al menos media hectárea.
Un mapeado de las ciudades que son objeto de análisis demuestra que el 60% de sus ciudadanos no disponen de ese acceso inmediato a zonas saludables. El ranking del estudio arroja resultados sorprendentes: dos ciudades españolas, Elche y Telde, son las más ecosaludables de Europa. Gijón y La Coruña están entre las peores, aquellas en las que se producen más muertes anuales debido a un déficit de zonas verdes. Comparten ese dudoso honor con Copenhague, una ciudad con suntuosos parques en su periferia, pero con una llamativa ausencia de superficies verdes en sus áreas centrales.
Un equilibrio tan complejo como necesario
Benayas concluye que Madrid “tiene una política arbórea aceptable, pero, como todo, mejorable”. Disponer de tesoros verdes en sus zonas relativamente céntricas es una enorme ventaja, pero no debería ser un pretexto para caer en la complacencia. Los árboles y espacios verdes de la capital están distribuidos de “manera no óptima”, porque están demasiado lejos de muchos ciudadanos.
Pese a todo, el catedrático y concejal destaca que “se están potenciando espacios de calidad en zonas de la ciudad que lo necesitan, como ocurre en el caso del parque del Oeste o el entorno del templo de Debod, y hay que darle a los nuevos árboles del sur de la plaza España el tiempo necesario para coger masa y convertirse en una arboleda espléndida”. Hay brotes verdes. Pero no en la Puerta del Sol.
Para Estrela, resulta urgente “despolitizar de una vez por todas estas cuestiones y volver a los consensos básicos. ¿Queremos vivir en entornos algo más salubres y amables? ¿Nos tomamos en serie la necesidad de paliar los efectos adversos del cambio climático? Si la respuesta es que sí (y yo creo que lo es, tiene que serlo), dejemos que trabajen los técnicos y que sean ellos quienes digan a los políticos cómo hay que hacerlo”. A Estrela le resultan esperanzadoras iniciativas como Madrid Río: “Me encanta que en este caso se haya tenido en cuenta la conectividad ecológica”. Ese corredor verde que permite que la biofauna circula es “un ejemplo del impacto transformador que puede tener una buena política de ecología urbana”.