Libros diseñados al gusto del planeta: cómo saber cuánto contaminan los ejemplares que compramos
Algunas editoriales se han comprometido a hacer libros con un impacto positivo en el planeta, sin embargo la ecoedición todavía no es suficientemente conocida por la industria del libro y los lectores
Un buen libro debe contaminar las mentes, sí, pero no contaminar el planeta. El libro es una tecnología muy longeva y con una fama intachable, pero también puede tener su lado oscuro en lo referente a lo medioambiental. Dependiendo del diseño (materiales, formatos, tintas, papel...), de la forma de distribución y, según algunos, hasta del contenido, los libros pueden ser o no ser nocivos para el entorno, un hecho del que deben ser más conscientes...
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Un buen libro debe contaminar las mentes, sí, pero no contaminar el planeta. El libro es una tecnología muy longeva y con una fama intachable, pero también puede tener su lado oscuro en lo referente a lo medioambiental. Dependiendo del diseño (materiales, formatos, tintas, papel...), de la forma de distribución y, según algunos, hasta del contenido, los libros pueden ser o no ser nocivos para el entorno, un hecho del que deben ser más conscientes tanto la industria editorial como los lectores.
La editorial Arpa, dedicada a la no ficción “de calidad”, ha querido poner este asunto sobre la mesa publicando un informe en su web. “La sostenibilidad es un tema muy complicado y en el mundo editorial ni siquiera está claro del todo lo que se debe hacer”, explica el editor Álvaro Palau, “muchas veces se toman medidas superficiales o contradictorias”. A su juicio, hay falta interés y conocimiento. Por ello, además de su informe, han decidido poner en marcha una ambiciosa estrategia de sostenibilidad que tiene en cuenta los mil y un factores implicados en la cadena del libro.
Lo primero, claro está, es el papel y otras materias primas utilizadas en los libros: suponen hasta un 42 % del impacto directo e indirecto, según el Análisis del Ciclo de Vida (ACV) efectuado por el proyecto Greening Books (un proyecto europeo Life+ en el que participan el centro tecnológico Leitat, la editorial Pol.len y la imprenta El Tinter y que ha generado la calculadora de carbono bookDAPer). “La ecoedición es poco conocida en la industria, o solo se conoce en parte”, asegura Marta Escamilla, de Leitat. Solo el 10 % de la población mundial consume el 50 % del papel; Europa y Norteamérica están seis puntos por encima de la media, según informa Greenpeace, que lo considera un “derroche”. Buena parte del papel utilizado proviene de la destrucción de bosques primarios, grandes sumideros de carbono y santuarios de la biodiversidad.
Sin embargo, el papel bien gestionado puede considerarse un recurso renovable. Existen certificaciones (como la FSC y la PEFC, de estándar más bajo) “que acreditan que la madera con la que se ha obtenido el papel proviene de plantaciones responsables y sostenibles y que los procesos de fabricación son los correctos”, explica Ángel Pérez, exdirector de producción de Penguin Random House, ahora en Malpaso.
Hace 10 años Greenpeace cerró su proyecto Libros amigos de los bosques, apoyado por autores como Isabel Allende, José Saramago, Günter Grass o J.K. Rowling. “Fue la primera llamada de atención a la industria editorial, que no era consciente de su huella ecológica”, dice Miguel Ángel Soto, responsable de bosques en la organización. La conciencia ha crecido, “aunque hay editoriales vetustas que aún no han adoptado la cultura de reportar sobre su impacto medioambiental”. Grandes grupos, como Penguin Random House, se han comprometido con el papel FSC.
Otras dimensiones a tener en cuenta son el gramaje (el peso del papel por centímetro cuadrado, suele estar entre 50 y 100 g/cm2): a menor gramaje, menos consumo, aunque, en el lado malo, más endeble y transparente resulta la página. Se trata de encontrar el equilibrio, el punto justo para cada publicación. También importa la utilización de papel de pasta química o de pasta mecánica (son diferentes métodos para extraer las fibras). “En algunos procesos químicos se utilizan compuestos organoclorados que acaban en los ríos, por eso es recomendable utilizar papel libro de cloro”, apunta Pérez. El método mecánico utiliza, en cambio, presión y calor. Caso aparte son las cubiertas, cuya película de estampación no es siempre biodegradable (por ejemplo, las espectaculares texturas metalizadas u holográficas, muy chulas en el anaquel pero no tanto en el medio ambiente). Las tintas pueden ser de origen mineral o vegetal, siendo estas últimas más ecológicas.
Menos obvia es la contribución de la fabricación del objeto, que supone un 30 % del impacto. Por ejemplo, el diseño de un libro importa mucho en la mejor o peor utilización de recursos. Un tamaño que se adapte mejor a las máquinas de imprenta consigue ahorrar papel, unas dimensiones muy diferentes a las estandar harán que se malgaste mucho papel sobrante (lo que se llaman las mermas). En definitiva, se trata de usar materiales de bajo impacto y en la menor medida posible (por ejemplo, en libros más ligeros y menos voluminosos, según recomienda el Manual de Ecoedición del proyecto europeo Life+ Ecoedición y la Junta de Andalucía).
La distribución tiene también su peso (de hasta un 13 %): lo más sostenible es evitar que los libros recorran demasiados kilómetros en su transporte de los almacenes a las librerías (y a la inversa, cuando son devueltos); también que el impresor no esté demasiado lejos. El embalaje de los libros para su transporte es otra variable a tener en cuenta.
Por último, habría que citar el llamado book waste, es decir, la cantidad de libros que se fabrican y se acaban tirando. Algunas fuentes de este fenómeno: “El hecho de que nunca se coloque el 100 % de los libros y que suelan fabricarse de más, pues el coste marginal decrece por cada ejemplar adicional, es decir, cada uno sale más barato”, explica Palau. Se trata de un problema de “asimetría” de la información: “Si los editores conociéramos con antelación los pedidos de las librerías, podríamos ajustar mejor las tiradas”. Otro motivo es el gran volumen de devolución que hay en el sector, que suele ser de entre el 30 % y el 40 %. La pandemia puede traer algo de cordura a la sobreabundancia de oferta y a la rápida rotación en un país en el que se publican la friolera de 76.000 títulos al año (fue la cifra de 2018, según datos de la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libros, y eso que había bajado un 12,7 % desde el año anterior).
¿Y los lectores? ¿Es receptivo el público a la edición sostenible? “Hay, en general, un interés mayor que hace 15 años, cuando nosotros empezamos”, explica Jordi Panyella, editor de Pol·len, “para llegar al lector defendemos tres sellos: el del papel FSC (que cada vez se reconoce más), el que indica que está impreso cerca y el de la mochila ecológica”. Una particularidad de los libros es que lo importante para el lector suele ser el contenido (el autor o el tema), por lo que pueden prestar menos atención al continente, aunque en los últimos años el libro como objeto, con un diseño distintivo, ha cobrado relevancia.
Por último, la sostenibilidad también puede estar en el contenido: un libro que difunda ideas para una sociedad más sostenible, será también un libro más sostenible. “Queremos generar una comunidad que comparta ideas y debata”, dice Panyella, “no solo que nos compren un libro y adiós”.
Concluyen en la editorial Arpa que el problema de la ecología y la industria editorial es similar al que hay en casi todos los sectores de la economía: “Para crecer necesitamos vender más libros, para vender más libros necesitamos fabricar más libros y fabricar más libros implica aumentar nuestra huella ecológica”. El continuo crecimiento frente a los límites precarios y finitos del planeta. ¿Cómo salir del bucle? “Logrando que el impacto del libro sea net positive. Es decir, que tenga un impacto neto positivo (vs. negativo), mediante la reducción de los impactos negativos por un lado y el desarrollo de servicios ecosistémicos con impacto positivo por el otro”.