Valeria Vegas: “Me encantan los hombres, pero solo soy mitómana de mujeres”
La guionista de ‘La Veneno’ publica su primera novela, ‘La mejor actriz de reparto’, prepara un documental sobre Nadiuska y continua con su activismo “natural” de mujer trans denunciando la transfobia y huyendo del victimismo
Lo dice ella misma antes de que lo pueda decir la visita. La terraza del ático donde vive Valeria Vegas (Valencia, 37 años) en Madrid es, talmente, la mítica de Mujeres al borde de un ataque de nervios, con sus veladores, su hiedra y sus tiestos. No es casualidad, claro. Ese fue el motivo por el que eligió este minúsculo piso en la calle Téllez, de triste memoria por los atentados del 11-M, inundado de luz y color y decorado co...
Lo dice ella misma antes de que lo pueda decir la visita. La terraza del ático donde vive Valeria Vegas (Valencia, 37 años) en Madrid es, talmente, la mítica de Mujeres al borde de un ataque de nervios, con sus veladores, su hiedra y sus tiestos. No es casualidad, claro. Ese fue el motivo por el que eligió este minúsculo piso en la calle Téllez, de triste memoria por los atentados del 11-M, inundado de luz y color y decorado con retratos de divas de toda época y pelaje. De Brigitte Bardot a Ursula Andress, pasando por Rafaela Aparicio, Sara Montiel y Carmen Miranda. Ni rastro de su propia imagen ni la de su “marido” ni de su “hijastro” de 16 años, con quienes convive entre Sevilla y Madrid desde hace 13 años y a los que cita con naturalidad en la charla.
¿Por qué no hay fotos suyas?
De mi infancia solo conservo dos, y porque me recuerdo feliz en ellas: una, a los tres o cuatro años, subida a los tacones de mi madre, y otra, con el pelo a cepillo, vestida de flamenca. No me gustan mis fotos de niña, me entristecen porque pienso que podría haber sido, como hoy, una mujer, y no haber sufrido ciertas cosas. Obviamente, lo pasé mal en el cole. Pero ni me gusta el victimismo ni quiero arrastrar esa mochila. Tengo mil defectos, pero una de mis virtudes es esa resiliencia para no fustigarme y meter el dedo en la llaga.
Todas las fotos son de mujeres. ¿No tiene mitos varones?
No. Me gusta levantarme y ver a esas mujeres fuertes que se enfrentaban al mundo y no se quedaban en casa. Son mujeres que me han ido perfilando, creándome.
¿Los señores no le inspiran?
Nada. Admiro a ciertos actores. Veo una revista antigua y digo: mira qué guapo Fabio Testi, quién lo pillara. Mi hijastro, como veía a tantas mujeres, creía que yo era lesbiana, o bisexual, y que estaba con su padre por otra cosa. Para nada, soy hetero a muerte. Podría dármelas de moderna, y decir que sí, pero no tengo un ápice de bisexualidad. Me encantan los hombres, los rubios, los morenos, como decía Lola Flores, pero solo soy mitómana de mujeres. Y no sé por qué. No es a propósito.
¿Se quería parecer a ellas?
Puede. Ojalá ser un Frankestein de todas. Vengo de un matriarcado, mi madre son seis hermanas, tengo muchas primas, el mundo femenino siempre ha sido mi entorno, sin buscarlo.
Y ahora, a los 37, ¿se gusta?
Me gusto mucho. Quizá porque no soy megaexigente conmigo misma. Entonces, puede que me falte pómulo, o me sobre mentón, pero me agrado por fuera. Y por dentro me gusto mucho desde hace tres o cuatro años.
¿Qué pasó entonces?
No sé. No hubo ningún hito. Sentí que era mayor. Vi el camino recorrido, que no he dejado víctimas, no he hecho las cosas mal. Estoy contenta y los míos están contentos conmigo, lo he hecho bien con mi hijastro...
Eso suena a madrastra de cuento.
Es que es el hijo de mi marido. Cuando conocí a su padre, él tenía dos años. Él tiene su madre, pero lo he criado cuando estábamos juntos, he cambiado pañales. Yo no quería ser madre. Sé que quedaría bien decirlo, y que alguien pensará que no lo tengo porque no soy una mujer, sino una trans, pero nunca tuve instinto maternal. Y soy buena madre.
Su novela cuenta la relación entre una asistenta y una actriz mayor. Otra vez mujeres.
Tenía el germen de la historia en la cabeza hace tiempo. Cuando murió Gracita Morales leí que AISGE, una asociación de intérpretes, le había puesto una asistenta porque estaba mal física y económicamente. Me atraía esa relación entre mujeres de generaciones y mundos distintos. Creía que ahí podía haber una novela, pero solo la he escrito cuando me lo propuso una editorial. Soy poco ambiciosa, y no lo digo vanagloriándome, sino lamentándome.
Conmueve la amistad entre ellas. ¿En qué se ha inspirado?
En casa tuvimos una asistenta, Tere, venía una vez por semana, pero era, es, parte de la familia. La de las limpiadoras son vidas duras. Igual que las actrices son vocacionales, casi nunca una mujer de la limpieza lo es por vocación. En la relación que establecemos con ellas se ve todo: la humanidad, la intimidad, el clasismo. Uno no es como dice ser, sino como trata a las limpiadoras, a los camareros y a los taxistas.
En su nuevo documental, bucea en la vida de Nadiuska, otra diva olvidada. ¿Por qué le interesa tanto la ingratitud del público con los, perdón, las artistas?
Nos hemos desentendido o hemos mirado para otro lado con la vejez de las estrellas. Es como si tuvieran que pasar 20 años en su casa para que las respetásemos. Hay esa cosa tristísima en España de que nuestros mitos nos parecen pequeños. Piensa en Carol Burnett, y en Lina Morgan, o Mary Santpere, o en esa Josele Román, que entraba en plano y lo robaba diciendo, simplemente: “Aquí están las cocochas”. Al lado de lo de fuera, lo nuestro nos parece cutre. Igual es que lo que era cutre era el país, y lo pagamos con las protagonistas de esas películas, programas o entrevistas.
¿Estuvo usted en el ‘armario’ trans?
Hablé con mis padres de lo que sentía a los 21 años y, obviamente, no les extrañó nada, estaban deseando que lo dijera, porque ellos lo veían. Siempre me comporté como lo que era, nunca oculté nada. Me da rabia usar la palabra suerte, porque debería ser lo normal, pero he tenido mucha con mi familia. Soy tan feliz que tengo miedo.
¿A qué?
A que voy a tener un cáncer fulminante. A que mi chico, como vivimos lejos, tenga un accidente y yo no llegue ni a despedirme. Tengo pesadillas con que se me va a cortar la felicidad. No me interesa recrearme en el pasado y el presente lo llevo bien. Y soy una privilegiada: soy trans en un entorno amable, en el siglo y el país que he nacido, que no es el peor, precisamente. Entonces, creo que esto se va a acabar. Debe de ser esa cosa judeocristiana del castigo y la culpa.
A diferencia de la generación anterior, usted sí tuvo referentes. De hecho, escribió la biografía de ‘La Veneno’.
Totalmente, yo cuando oigo a algunas de mi generación decir que no han tenido pienso: ¿tú dónde has estado, cariño, en una cueva? Bibiana Fernández, la propia Veneno, la Agrado de Almodóvar. Las teníamos ahí, solo había que mirar.
Paca ‘La Piraña’, mujer ‘trans’ amiga de la Veneno, me dijo en una entrevista, sobre su decisión de no operarse: “Entre hipoteca y chumino, elegí hipoteca para tener dónde caerme muerta”. ¿Ellas lo tuvieron peor?
A quien lo dude, que hable con ellas. Ahora hay paro, pero en esa época, las mujeres trans solo podían ser lo que eran. En esa época no había mujeres trans que te atendieran en un supermercado, o un despacho de abogados, o, como yo, en una tertulia de actualidad en la tele.
¿Se considera una activista trans?
Me sale de forma natural, además de por convicción, porque lo estoy viviendo y lo llevo dentro. Si ha habido una injusticia, si veo desinformación o bulos, me sale contestarlos. Pero no soy una activista profesional. No quiero serlo.
¿Le ha ofendido algún comentario estos últimos meses?
Soy bastante impermeable a las ofensas ajenas. Lo que me duele es la gente que se acoge a los bulos para ocultar su transfobia. Y la de algunas mujeres es especialmente cínica.
¿Ha sufrido más por haber transicionado antes de la ‘ley trans’? ¿Se ha perdido algo?
No puedo decirte a posteriori. Yo soy hija de la ley de 2007, yo lo que quería era el DNI, pero, sí, me tuve que comer los dos años de transición y el diagnóstico de disforia. La ley no borra a nadie, y lo que hace es facilitarle la vida a todas las personas.
¿Qué es ser una mujer?
Yo soy una mujer. Si la transexualidad fuera tener un bulto en la frente, o un cromosoma de más, como el síndrome de Down, nos perdonarían. Una da el paso a los cinco, otra a los 55. Yo no te puedo convencer de que siempre fui así, y que tampoco pasa nada si no siempre lo fui y lo soy de repente. Parece que tengas que poder justificar que eres errónea, que tienes una tara. No se perdona que digas que lo sientes porque suena a vicio, está en tu cerebro. La gente necesita una prueba de error para creerte. Y quererte.
Usted es querida y deseada.
Y ahora me voy a casar.
¿Pero no está casada? Habla de su pareja como su “marido”.
Bueno, nos casamos en Las Vegas, por las risas y la mitomanía, vale. Pero ha llegado la hora de hacerlo de verdad, Ya te he dicho que he madurado.
ROBAPLANOS
Valeria Vegas (Valencia, 37 años) siempre se ha sentido atraída por "las mujeres que no se quedan en casa y se enfrentan al mundo". Desde niña sentía que ella era una de ellas. Y de mayor, aparte de serlo oficialmente en el DNI, ha dedicado buena parte de su pasión por la escritura y la comunicación a rescatar historias de divas olvidadas que, sin ser protagonistas de ninguna gran película, robaban el plano en cuanto entraban en una sala. ¡Digo! Ni puta ni santa, su biografía de Cristina Ortiz, La Veneno, llevada a las pantallas por Los Javis, y donde la propia Vegas se interpretaba a sí misma como una joven mujer trans interesada en rescatar la memoria del mito, supuso su salto a la popularidad como escritora y comunicadora. Defensora de los derechos del colectivo LGTBI, Vegas se ha convertido en firma habitual en medios de comunicación y en tertulias televisivas. Ahora presenta su primera novela, La mejor actriz de reparto, y ultima el estreno de su nuevo documental, centrado en la figura de otra gran robaplanos: Nadiuska.