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Can Gourmet: los enormes bocadillos de una minúscula bocatería ibicenca

Materia prima excepcional y un diminuto local en puerto de Ibiza son las claves del éxito de Can Gourmet, premio al Mejor Bocata de España 2025

“Cuando no se cocina, los ingredientes son aun más importantes”, dice Danilo Virzi, uno de los tres socios de la bocatería Can Gourmet, mientras coloca una mortadela italiana de 27 centímetros de diámetro en la cortadora de fiambre. Él lo tiene claro: entre pan y pan, calidad. El bocadillo que prepara lleva finísimas y abundantes lonchas del embutido traído de Bolonia, peras y queso gorgonzola, también de importación. Son 14 euros, que en Ibiza es lo que cuesta un botellín de agua en una discoteca.

En esta diminuta bocatería del puerto de Ibiza, ―17 metros cuadrados, cocina incluida―, el ronroneo de la cuchilla giratoria no cesa. Abrieron hace cinco años, y desde las diez y media de la mañana hasta la una de la madrugada que cierran, hay gente en la puerta. Tampoco es que haya mucho más sitio en el que esperar la comanda, porque el retacado local tiene apenas una mesita y dos taburetes. No hay baño, pero sí decenas de sombreros de paja adornando el techo, jamones colgados, botellas de aceite o licor de hierbas, latas de conserva y una antigua balanza que le dan un aire de viejo colmado. En la calle, la pizarra también está atiborrada con un menú de bocadillos que va de los 12 euros del de humus de garbanzos, aceitunas negras y verduras asadas, a los 28 del de cecina del mar (ijada de atún) o los 27 del de wagyu con stracciatella (el cremoso interior de burrata que abunda en la carta). No falta el de roast-beef con salsa de atún (15 euros), un delicioso giro del clásico vitello tonnato, que el pasado mes de mayo les valió el premio al mejor bocata de España 2025. Sin embargo, el galardonado Mar y Tierra no es la estrella.

“¡Jamón ibérico with tomate! ¡Simply perfecto!“, dice Chase, turista californiano de 35 años que ha repetido tanto y se lo ha contado a tantos amigos que ya solo le quedaba ponerle una reseña de cinco estrellas en Google (la media del local es 4.7), cosa que ha hecho hoy. ”Más que las redes, nos funciona el boca a oreja”, dice Virzi, que es el socio que se encarga de preparar los bocadillos y hacer la compra. “Y sin duda, el de jamón es el que más vendemos”.

A esta barra llegan las dependientas de las tiendas de la Marina en su hora de comer, los turistas de a pie para aprovisionarse para la playa y los repartidores que vienen a recoger pedidos de los grandes yates y las villas de ultralujo. “Alimentamos a trabajadores y a gente muy rica”, dice Virzi.

Aunque a partir de octubre, explica, bajan los turistas, Can Gourmet no cierra hasta mediados de noviembre y vuelve a abrir un mes después. Otros años, Virzi y sus socios han aprovechado el parón para hacer un viaje: “Nos vamos por España para buscar nuevos ingredientes: en Galicia encontramos unas conservas que flipas, fuimos a Cantabria a buscar las mejores anchoas... El último hallazgo, este jamón de atún rojo de Barbate”, dice Virzi mostrando el manjar envasado.

Entre las marcas de productos gourmet seleccionados están los ahumados y salazones Felisa o las anchoas Yurrita. Tienen las ubicuas escamas de Sal de Ibiza (y las bolsas de patatas de la marca) y benjamines de Dom Pérignon. Pero aparte de un par de cosillas, aquí se venden principalmente bocadillos, y sobre todo para llevar (aunque si se opta por tomarlos in situ, se sirven en unas rústicas cajas de fresas envueltos con papel anti grasa). Hay una treintena para elegir: los italianos (de mortadella y prosciutto), los ibéricos, los baleares (con butifarra ibicenca o sobrasada de Mallorca), de ternera (con roast-beef, wagyu o cecina de León), de pescado (anchoas, sardinas, ventresca), vegetarianos o de pato. Con el ingrediente principal muy bien acompañado con aderezos de higos, rúcula, canónigos, tomates secos, pesto de pistachos, frutos secos... Aunque lo más importante es el pan, subraya Virzi en su pequeño cubículo, en el que sube el calor al tostarlo. “Es una receta propia de pan de cristal que nos preparan en un horno cercano, para que quedase sabroso y crujiente y sea fácil de trabajar”, dice, afanándose, el cocinero que no cocina.

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