La generación Z mantiene viva la milenaria pesca del atún
Es una tradición que se hereda de padres a hijos y sostiene la economía de diversas localidades gaditanas
Toda batalla tiene su calma previa. En los prolegómenos de esta lucha, que se librará a dos millas de Zahara de los Atunes (Cádiz), la mar templa los ánimos con el suave bamboleo de las olas y el frescor de una brisa que alivia el sol del último día de mayo. El ensimismamiento acaba al asomarse por la borda. Los atunes dibujan veloces surcos plateados y amarillos bajo el agua, la red del copo está cerrada. Todo está listo. ”¡Vamos a hacerlo bien el último día!”, arenga el segundo capitán Rafa Márquez. La almadraba de Zahara termina hoy su pesca, entre la alegría y la pena. Los 60 hombres que antes esperaban relajados su momento, se activan como resortes sin que nadie tenga que decirles qué hacer. Van y vienen entre gritos escuetos y precisos. El agua bulle ahora bajo sus pies. Ya lo había advertido poco antes Márquez: “Esto es una puñetera locura totalmente coordinada”.
Cuando Ángel Cazalla, de 30 años, probó el veneno de esa suerte de catarsis colectiva pautada y controlada, supo que eso era lo suyo. Ocurrió hace siete años, tras pasar por la construcción, talleres de coches u hostelería. “Pero como esto, nada. Previamente, no lo quería nadie y mira ahora”, tercia el marinero, poco antes de colocarse justo al lado de una de las maquinillas con las que se cierra el copo —última parte del laberinto de redes de la almadraba— izando su red. Cazalla, con pareja y un hijo de tres años, es una de las 500 familias que en la provincia de Cádiz viven de un arte milenario como el de la almadraba. Cobra 13.000 euros por los seis meses de la temporada.
Casi todas están jalonadas por una ascendencia que también se dedicaba a este arte. Márquez es la cuarta generación y ya tiene a la quinta, su hijo, trabajando con él. Cazalla entró por sus dos tíos, uno ya jubilado y el otro, Miguel Ángel Rodríguez, es uno de los codiciados buzos que se tiran al copo para cazar a los atunes con luparas, una suerte de lanzas equipadas con un cartucho de pólvora que acaban con el animal de un toque rápido, al contacto con este.
En total, las cuatro almadrabas del Estrecho de Gibraltar —Barbate, Zahara, Conil de la Frontera y Tarifa—podían capturar en esta campaña 1.643,167 toneladas, permitidas por la Comisión Internacional para la Conservación del Atún Atlántico (Iccat). De ellas, las tres agrupadas bajo la organización OPP-51 —Zahara, Conil y Tarifa— tenían una cuota de 1.189,045 toneladas, a la que han sumado la compra de 112,908 toneladas a otras pesquerías. Tras pasar tiempos de escasez a principios de este siglo, la especie se ha recuperado tan bien que “cada año hay más y más atunes”, como relata Marta Crespo, gerente de la OPP. De hecho, de los miles de atunes que pasan por el Estrecho, “solo el 0,01% es susceptible de caer y la cuota que tenemos es mucho menor”, defiende la bióloga de la OPP, Ana Santos.
La pesca del atún rojo en las almadrabas en el Estrecho acumula razones para su excepcionalidad. Desde tiempos fenicios (siglo VIII a.C.), aprovecha la ruta migratoria del atún desde el Atlántico al Mediterráneo en primavera para capturarlo con un saber artesanal y heredado —con sus variaciones—. Fue un trabajo tan duro que pocos lo querían. Pero hace años que se convirtió en trabajo codiciado, gracias a sus buenas condiciones laborales —con derechos heredados desde hace siglos— y salario. A diferencia de otras pesquerías, en la almadraba no falta personal e incluso es símbolo de prestigio en las localidades en las que se mantiene viva y en las que marca los tiempos colectivos para la fiesta. “Al final, la idiosincrasia está dentro. No es solo la economía, es que lo llevan en la sangre desde pequeños”, apunta Santos. Y Márquez se lo confirma: “En el almuerzo, mi abuelo hablaba con mi padre de la almadraba. Eso se supongo que se te queda ahí en el subconsciente”.
Ningún almadrabero olvida su primera vez. “Se te queda tan grabado como el nacimiento de tu hijo”, tercia el segundo capitán. Antonio Lozano, de 27 años, recuerda bien ese día, vivido hace apenas ocho años: “No me enteraba de nada, fue una verdadera locura”. Porque sin manuales, ni escuela, en la almadraba todo es conocimiento transmitido de generación en generación. Lozano solo tenía claro, nada más terminar el instituto, que lo suyo “era esto”. “Llegas sin saber nada, heredas el trabajo por un familiar, pero la sabiduría te la transmite todos los que estamos aquí”, añade Márquez. Ahora Lozano tiene claro que no se equivocó: “Esto es más que un trabajo, es un símbolo. No es monótono y no quema”.
El hipnótico espectáculo de Zahara culmina demasiado rápido, en apenas hora y media. Pasado el mediodía, se izan los últimos 50 atunes con los que dan por lista la temporada de este 2023. Desde el barco de la sacada —uno de los que configura el cupo—, los túnidos de más 100 kilos se recortan en el horizonte, al vuelo de las grúas que los introducen en el agua nieve de la testa, otra de las embarcaciones, listos para ser ronqueados (despiezados) y congelados a menos 60 grados, tan pronto lleguen a tierra. Nutrirán el mercado de atún rojo de hogares y hostelería de los próximos meses en un producto cada vez más apreciado y valorado. “Antes los japoneses nos compraban el 90%, ahora el 70% es para consumo nacional y el 30% para ellos”, razona Santos. Eso ha alimentado la economía local hasta tal punto que la bióloga asegura que las almadrabas de Cádiz ya son capaces de generar 6.800 empleos indirectos, según un estudio de la Universidad de Cádiz.
Con el atún ya pescado, las cuatro almadrabas encaran ya la leva: dos meses en los que tienen que desmontar el intrincado sistema de anclas y redes que conforma la almadraba. De vuelta a tierra, el vigilante Juan Pérez Rossi se pone nostálgico. Él ha sido uno de esos que ha formado a los recién llegados con tesón y paciencia. Tiene edad —61 años— y años cotizados —41, de ellos 14 en la almadraba— para jubilarse, pero está hecho un mar de dudas. Con una hija, ya formada y con trabajo de azafata, le quedaría una pensión más o menos aceptable, y su mujer le ruega que lo deje, pero Pérez no se decide: “Me llegó la carta del estudio de la jubilación que pedí a la Seguridad Social hace días y es que no la he querido ni abrir. Ahora lo pensaré, ¿pero dónde voy a ir yo con tanto tiempo libre si esto es mi vida?”.