Claustro del monasterio de Santa María la Real, en Aguilar de Campoo (Palencia). FOTO: Javier Prieto (Getty Images)
El Camino de Santiago o las novelas históricas aumentan el interés por una era en que lo sagrado convivía con lo profano.
Desde que Umberto Eco y Ken Follet publicaron sus best-sellers, la afición por el medievo ha prendido de tal manera en la sociedad que cada día que pasa se edita una nueva novela histórica que alimenta el interés por conocer todo lo que concierne a aquellos lejanos tiempos cuando la religiosidad y la superstición impregnaban la vida cotidiana, lo sagrado convivía con lo profano y los caballeros se enfrentaban con los dragones en los capiteles de las iglesias y monasterios del norte peninsular. Movido por la curiosidad, el viajero se pone en camino para recorrer el bucólico paisaje de las montañas palentinas, los infinitos vericuetos de la Ribeira Sacra o los agrestes valles del Pirineo esperando encontrarse en cualquier momento con una ermita maravillosa durmiendo la siesta en una colina. Sabe que el templo ha estado esperándolo durante casi mil años para enseñarle los tesoros escultóricos o pictóricos escondidos en su robusta arquitectura.
El Camino de Santiago, que atrae cada año más y más peregrinos; series de televisión, estudios enciclopédicos, asociaciones de amigos, cátedras de cultura medieval y multitud de páginas digitales de eruditos y aficionados están poniendo el foco sobre este arte primoroso para difundirlo por todo el mundo. Si a esto se unen los ambiciosos planes de restauración que se llevan a cabo en las provincias de Soria, Guadalajara y Zamora, en buena parte de Cataluña o el programa Románico Norte de Castilla y León, no debe de extrañarnos que las rutas románicas se hayan convertirlo en uno de los destinos turísticos más apetecibles.