Feijóo se enmienda a sí mismo y trata de sacar a Vox de la foto de familia
Tras alimentar a la escisión de extrema derecha cediéndoles poder autonómico, el líder del PP llama a aglutinar el voto y pide a los suyos que no se confíen
“La televisión se ve, no se oye”, respondió Esteban González Pons, interlocutor del PP en las negociaciones para los debates electorales, cuando le preguntaron el miércoles, en el Fórum Europa, por qué Alberto Núñez Feijóo había rechazado participar en el debate a cuatro del día 19. El vicesecretario de acción institucional de los populares admitía, implícitamente, que habían declinado la invitación para no visibilizar que el PP y Vox son un bloque, aunque hizo varias piruetas dialécticas. “No es verdad que no hayamos aceptado más debates”, dijo —al final de la campaña, el líder del PP solo ha...
“La televisión se ve, no se oye”, respondió Esteban González Pons, interlocutor del PP en las negociaciones para los debates electorales, cuando le preguntaron el miércoles, en el Fórum Europa, por qué Alberto Núñez Feijóo había rechazado participar en el debate a cuatro del día 19. El vicesecretario de acción institucional de los populares admitía, implícitamente, que habían declinado la invitación para no visibilizar que el PP y Vox son un bloque, aunque hizo varias piruetas dialécticas. “No es verdad que no hayamos aceptado más debates”, dijo —al final de la campaña, el líder del PP solo habrá participado en uno, el cara a cara frente a Pedro Sánchez del lunes—. “El debate a cuatro es el de la mentira. Traslada la falsa imagen de que hay dos gobiernos posibles: Feijóo con Abascal o Sánchez con Yolanda Díaz. Pero eso no es verdad”, insistió. “Si Sánchez, hipotéticamente, consiguiera que Feijóo no tuviera una mayoría suficiente, su opción de gobierno pasa por gobernar con Díaz, el PNV, Bildu, ERC y la CUP”. Pons reconoció, también, que ese formato a siete había sido propuesta del PP y no de Atresmedia, como decían hace unos días. Los populares mantienen la estrategia de confundir pactos o votos para la investidura con acuerdos de gobierno —salvo Sumar, ninguna de las formaciones que citó Pons entraría en el Ejecutivo de Sánchez—, pero ya no quieren compartir plano con Vox. De aquí al 23 de julio, Feijóo hará todo lo posible para sacar a Santiago Abascal de la foto de familia.
Pero además de los sondeos, que señalan que el PP necesitaría a la extrema derecha para llegar a La Moncloa, fue el propio Feijóo quien declaró que si precisaba los votos de Vox, “lo lógico” es que estuvieran en su Gobierno. Con esa afirmación y con los pactos de gobiernos bipartitos, el líder del PP normalizó la presencia del partido de Abascal en las instituciones y los convirtió en voto útil, ya que, gracias a esos acuerdos, Vox tiene capacidad para decidir y legislar. Esa estrategia enredó la campaña de los populares, obligados a responder cada día sobre histriónicas declaraciones y gestos de su socio, como el de negarse a ponerse tras una pancarta que decía “contra la violencia machista” después del asesinato de una mujer a manos de su pareja en la localidad valenciana de Antella, o vincular la bandera LGTBI con la pedofilia. Tras alimentar a la escisión, salida de la matriz del PP —y por tanto, con un electorado compartido—, gracias a presidencias de parlamentos autonómicos, consejerías y acuerdos programáticos para gobernar juntos en Castilla y León, la Comunidad Valenciana y Extremadura, Feijóo intenta dar marcha atrás, hacer borrón y cuenta nueva.
Había que elegir un escenario para lanzar el nuevo mensaje y poner en práctica la estrategia de desmarque de Vox, aquí no ha pasado nada. Descartadas la Comunidad Valenciana y Extremadura por ser la víspera de las investiduras, respectivamente, de los populares Carlos Mazón y María Guardiola gracias a acuerdos de gobierno con Vox, Feijóo se desplazó el miércoles a Murcia, donde la extrema derecha ha votado en contra del nombramiento de Fernando López Miras por negarse este a cederles consejerías. Allí, al contrario que en Extremadura, podía insistir sin apuros —y así lo hizo— en el mantra popular de que hay que dejar gobernar a la lista más votada.
Feijóo aprovechó el bloqueo en la formación del Gobierno regional para decir que eso mismo puede ocurrir en España si él no logra aglutinar los votos de la derecha. Y a partir de ahí, trató de enmendar hechos con palabras: “Esto es como el fútbol. O ganas o pierdes. Esto de qué bueno es, pero ha perdido, está bien para comentarlo en casa, pero no es útil a los ciudadanos (…) Si el sanchismo y Vox quieren ser aliados, que lo sean. Si prefieren al Gobierno sanchista, que lo digan”. También pidió Feijóo a los suyos que no se confiaran: “Hay que trabajar sin descanso ni relajación, voto a voto, o lo lamentaremos siempre. No penséis que por ser candidatos del PP ya tenéis las elecciones seguras”. El público aprovechaba las pausas para cantar: “Oa, oa, oa, Feijóo a La Moncloa”. Siguen a la cabeza en todas las encuestas, pero el cara a cara del lunes ha dejado una lección para todos: cuidado con las expectativas.
Pese a la cifra récord de las solicitudes de voto por correo (2,3 millones), los populares insistieron el miércoles, en plena ola de calor, que al adelantar las elecciones —como el PP llevaba meses reclamando—, Sánchez pretende que la gente no acuda a las urnas y Feijóo incluso dejó caer otra sospecha: “Pido a los carteros que, con independencia de quiénes sean sus jefes, repartan todos los votos antes de que venza el plazo”.
El candidato se llevó de telonero a Murcia a José María Aznar, ambos uniformados, como Fernando López Miras y el resto de dirigentes del PP estos días, con la camisa blanca de campaña. El cabeza de lista al Congreso por Murcia, Luis Alberto Marín, presentó al expresidente del Gobierno como el hombre que “con su llegada a La Moncloa logró la consolidación de la transición democrática” —era 1996—. Y a López Miras como el político “de principios” que al contrario que otros, no cambiaba de partido —Aznar se quedó en el PP, pero alabó y participó en actos con Albert Rivera, entonces líder de Ciudadanos— y que siempre había estado “dispuesto a ayudar” —habría que preguntarle a Mariano Rajoy—. Aznar, que hace no tanto aseguraba que Pablo Casado era “un líder como un castillo”, pidió el voto con entusiasmo para el nuevo líder del PP, “un político que entiende perfectamente el sentido histórico del momento”; presumió de haber aglutinado “todo lo que estaba a la derecha de la izquierda” y acusó a Vox, que no existía en su etapa, de “poner palos en las ruedas”.
A continuación, el expresidente enumeró toda clase de peligros si no ganaba con rotundidad su nuevo favorito: que España, “una nación de ciudadanos libres e iguales ante la ley” —casi se le escapa una, grande y libre— sea “troceada”; que se impongan “las trincheras culturales” ahora que “la libertad de expresión está amenazada en muchos sitios por abusos de mucha gente...”. A la misma hora, en Madrid, se presentaba un manifiesto con más de 300 firmas de personalidades de la cultura, los sindicatos, la universidad y la política (Serrat, Pedro Almodóvar, Javier Bardem, Aitana Sánchez Gijón, Leonor Watling, Rosa Montero, Javier Cercas, Luis Landero, Unai Sordo, Pepe Álvarez, Joaquín Almunia, Manuela Carmena...) llamando a los ciudadanos a frenar en las urnas “la ofensiva conservadora con derivaciones ultraderechistas”. La movilización de personalidades del mundo de la cultura viene precedida de varios actos de censura en ayuntamientos gobernados por el PP y Vox, como la cancelación de Orlando, de Virginia Woolf, en Valdemorillo (Madrid), y de una obra sobre un maestro republicano en Briviesca (Burgos); la suspensión de la exhibición en Santa Cruz de Bezana (Cantabria) de la película infantil Lightyear, donde sale un beso entre dos mujeres, o la visita del concejal y diputado autonómico Jesús Albiol, de Vox, a la biblioteca municipal de Burriana (Castellón) para confiscar cinco revistas, dos de ellas infantiles, en catalán. Nicolás Sartorius, encarcelado durante la dictadura tras ser condenado en el proceso 1.001 por formar parte de la cúpula de Comisiones Obreras, lamentó la posibilidad de que el país vuelva a ser esa “España cutre” que a él le tocó sufrir, y llamó al electorado de izquierdas, más “retraído” que el de sus rivales, a acudir masivamente a las urnas: “Queremos más derechos y menos derechas”.
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