Neil Hannon, líder de The Divine Comedy: “Nunca formé parte de la fraternidad del ‘britpop’, nadie me invitaba a sus fiestas”
Su banda lideró junto a los Pulp de Jarvis Cocker la facción más elegante y literaria del pop británico de los noventa. Hoy sigue lanzando discos brillantes y contra corriente. Recorremos el Madrid de las tertulias y las pinacotecas junto a él.
Últimamente Neil Hannon (Derry, Irlanda del Norte, 54 años), conocido como artífice del grupo musical ...
Últimamente Neil Hannon (Derry, Irlanda del Norte, 54 años), conocido como artífice del grupo musical The Divine Comedy, piensa mucho en la muerte. Bromea con que en esta visita a Madrid ha estado a punto de morir tres veces: “Primero casi me atropella una moto, después un repartidor en bici y, finalmente, uno de esos autobusitos que circulan por las calles estrechas del centro. Con tanta obra no se puede ni andar por las aceras. ¿Cómo podéis vivir así?”. Nos hemos comprometido a hacerle la mañana de promo algo más agradable, dando un paseo por el eje del arte. Como ya conoce el Prado (“me encantan sus grecos”), iremos hasta el Reina Sofía, museo que no ha visitado nunca y donde verá a solas el Guernica. “Un cuadro muy pertinente para estos tiempos. El pequeño Neil acomplejado que llevo dentro se siente algo culpable, no estoy acostumbrado a este trato de superestrella. Pero, qué demonios, tras 35 años de carrera al fin lo merezco”.
Neil Hannon creció artísticamente empotrado entre indies arrogantes y hooligans del rock, todos disputándose un lugar en la corte del britpop de los noventa. Él lució con orgullo su rareza, enfundándose trajes con corbata y cultivando un pop orquestal de aires clásicos cargado de romanticismo y sarcasmo. “Nunca formé parte de la fraternidad del britpop, nadie me invitaba a sus fiestas. Siempre les parecí ese chico raro de Irlanda del Norte. Pero ya he hecho las paces con todo eso. Tengo parte de culpa. Nunca fui muy bueno en la interacción social. No tengo buenos amigos en general, aparte de los músicos de mi banda”, dice sin mayor drama. Mientras muchos iban cayendo, su estilo ajeno a las modas hizo de él todo un superviviente.
Nos hemos citado en el Café Gijón, punto clave de la tertulia literaria madrileña, días antes de que cierre por reformas y se anuncie su venta a un importante grupo de restauración. Nada más apropiado para un artista que estudió en la misma escuela que Oscar Wilde y Samuel Beckett (la Portora Royal School, en Enniskillen), optó por la obra magna de Dante para bautizar su proyecto musical y compuso en sus inicios un tema, ‘The Booklovers’, donde cita hasta 73 escritores del tirón: de Cervantes a Zola, de las Brontë a Bret Easton Ellis, de Kafka a Ballard. Un chiste que, en el momento, le valió ser tachado de pseudointelectual. Algo que hoy no discute. “Aún hay muchos autores de esa lista que no he leído. Ahora estoy recuperando a Dickens, pero soy un lector lento. Ni siquiera pude con la Divina comedia. ¡Es tan aburrido! El nombre lo escogí por no enfadar a mi padre, obispo de Clogher. Yo quería ponerle The Passion, por la canción ‘Talk About the Passion’, de R.E.M., mi grupo favorito por aquella época. Pero mi padre me dijo: ‘Te agradecería mucho que no llames a tu banda como el principal dogma del cristianismo’. Paseando enfadado por la biblioteca de casa, concluí: ‘Pues esto mismo”, se ríe. Ya entonces esta era su aspiración: “Hacer canciones que superaran en romanticismo al beso entre Julian Sands y Helena Bonham Carter en el campo de amapolas mientras suena un aria de Puccini en Una habitación con vistas, una de mis películas favoritas. Aún hoy no lo he conseguido”, lamenta.
Decíamos que Hannon piensa mucho sobre la muerte al hilo de su decimotercer disco, Rainy Sunday Afternoon, el primero que publica pasada la cincuentena y donde ahonda en el paso del tiempo. “Con los años, la idea de la mortalidad va adquiriendo un peso, es inevitable. Quizás por eso he querido hacer un disco propio en Abbey Road, donde ya registré la banda sonora de Wonka [el musical protagonizado por Timothée Chalamet]. El trabajo mejor pagado de mi vida. Gracias a ese dinero, he podido tachar de mi lista una de las cosas que quería hacer antes de morir”. En este viaje musical a su memoria transita desde lo más banal (su primer viaje de niño en Navidad a Londres, una discusión tonta con su esposa en el confinamiento) hasta los grandes temas, como la reciente muerte de su padre por alzhéimer o cantar sobre el abandono del nido de su hija Willow con ella a los coros. “Tiene 23 años y su propia banda, Burglar. Y hace ese indie ruidoso que nunca me atreví a tocar a su edad. Yo empecé como un pringado. Ahorré meses para comprar una guitarra eléctrica por 20 libras a un amigo de mi hermano y cuando la tuve en mis manos, pensé: esto no suena como en la tele. No sabía ni que me hacía falta un amplificador”.
Cimentó sus sueños de convertirse en estrella del pop viendo a grupos icónicos desfilar por el programa Top of the Pops. “Al mismo tiempo, pasaba el día en el cuarto de dibujo escuchando a mi padre al piano, que para relajarse entre sermón y sermón tocaba piezas románticas de Rachmáninov, Brahms o Chopin. Sí, éramos esa clase de familia que tiene un cuarto de dibujo, aunque no te creas que nos daba la pasta para venirnos de veraneo a España. De mi padre heredé ese primer amor por la música. También un temperamento terriblemente moralista, aunque me haya vuelto terriblemente liberal para compensar”. A los 15 años, la disciplina al piano le dio sus primeros réditos. “Yo era orejón, bajito, apocado. Las chicas no me hacían ni caso. En un descanso con mi grupo de coro, me senté a tontear con las teclas. Toqué las primeras notas de ‘Take on Me’, de A-ha, y al segundo tenía a la chica más guapa sentada a mi lado. Pensé nerviosísimo: Dios mío, está funcionando, ya sé lo que tengo que hacer en la vida”.
Revela que la mayoría de los himnos románticos que le han hecho célebre los compuso sin saber qué era exactamente el amor. Algo que dice no haber entendido hasta su segundo matrimonio, con la excantante y activista animalista Cathy Davey. Vive con ella desde hace casi 15 años en la casa de campo donde le gustaría morir (por seguir ahondando en el tema), en Kildare, a una hora de Dublín. Este condado es conocido por ser el epicentro de la cría de caballos para carreras en Irlanda, también por su alta tasa de abandono. Su esposa regenta My Lovely Horse Rescue, una ONG que ha extendido su actividad a otros animales. “Actualmente tendremos unos 160 o así, sobre todo cerdos. A los que me estáis leyendo: no compréis cerditos como mascota; son muy monos, pero siempre crecen. Ella hace casi todo el trabajo junto a voluntarios. Yo solo me dedico a pasear a nuestros cuatro perros. Muchos esperan encontrar en mí un dandi, cuando no soy más que un viejo folkie vegetariano”, esgrime.
Lo confirma sin pudor: Hannon se inventó un personaje musical para ligar. Su imagen comenzó como un remedo mod para derivar en la parodia del mujeriego al estilo de Alfie (el personaje de Michael Caine en la película homónima de 1966). Todo pura impostura para plantar cara a sus complejos. “Siempre pienso en cómo me las apañé para engañar a todo el mundo. Primero, para parecer una estrella de pop. Y después, para proyectar un sex symbol, algo aún más ridículo. Cuando aterricé en Londres, yo era ese chico esmirriado y sin pasta que se apoyaba en la confusión generalizada y la arrogancia de la juventud para salir adelante. Las chaquetas que ves en mis primeros discos debieron costarme 15 libras, como mucho. No pude permitirme un traje a medida hasta después de Casanova [su álbum de consagración, en 1996], y solo me lo hice porque mi mánager se empeñó en que nos pareciéramos a The Drifters. ¡Aunque éramos demasiado blancos! [Risas]”.
Casi le desmontan la película con una sesión de portada para Les Inrockuptibles junto a Jarvis Cocker, de Pulp. Eran los dos poperos intelectuales del momento (‘Príncipes del kitsch’, lo titularon). “Por entonces no abundaban los estilistas, las revistas asumían que proyectaras tu propia imagen. Y era un puto estrés. Me presenté con un abrigo que había comprado como por una libra y me parecía muy cool, pero tenía pinta de pordiosero. Fueron amables, tiraron unas cuantas fotos y llamaron a los pocos días para repetirlas: ‘Por favor, que esta vez Neil se ponga algo decente”. Hoy, confiesa, ha minimizado su armario a unos pocos trajes buenos y algunos looks de profesor de geografía.
Con permiso de Jarvis Cocker, el líder de The Divine Comedy es el mejor contador de historias del pop británico reciente. Mientras tomamos un taxi al paseo del Prado, insiste en que Pulp sigue siendo uno de sus grupos favoritos. En la radio del coche suena Bad Bunny. ¿Le gusta? “No sé quién es, sería incapaz de saber si es un nombre destacado en el cartel de un festival”. ¿Y Rosalía? “He escuchado hablar de ella, pero no la he escuchado, al menos conscientemente. No estoy muy al tanto de la actualidad”. Al menos ha tenido la oportunidad de conocer brevísimamente a algunos tótems que lo han marcado. Repasamos algunos paseando junto al Jardín Botánico.
El productor de su primer disco, John O’Neill, de The Undertones, le hizo notar el gran parecido de su voz con la de Scott Walker. “No lo conocía de nada, y compré un recopilatorio que vi anunciado en la tele. Me obsesioné tanto que estuve enviándole mis discos durante años. Hice por coincidir con él un minuto cuando ambos participamos en un disco para Ute Lemper. Solo me salió: ‘Perdón por todo lo que he robado de tu música’. Apenas dijo nada, se quedó parapetado tras su gorra y gafas de sol. Cuando se fue, me noté empapado, había estrujado el vaso que tenía en la mano del nervio”. Algo parecido le confesó a Michael Nyman. “Para mí, su música era como punk pero con cuartetos de cuerda. Nos juntaron a tocar en el festival de Edimburgo y me dijo: ‘Así que tú eras el pesado que no paraba de enviarme discos’. Hay muchos artistas a los que admiro que han resultado no ser los mejores especímenes humanos. No importa. Sigo viendo las pelis de Woody Allen”. La lista sigue. “Para Morrissey, nuestro breve encuentro fue muy decepcionante. Cuando le presenté a mi esposa, perdió todo el interés en nuestra conversación. Sigo escuchando a The Smiths, no voy a dejar de hacerlo porque Morrissey sea un idiota”. Fue el telonero de Bowie en un cartel que incluía también a Suede. “Yo no era fan loco, pero me sometí al ritual de solicitar una audiencia con él. Y ahí estábamos, Brett Anderson [líder de Suede] y yo, en la puerta de su camerino. Cuando asomó, pasó de largo al baño y ni nos miró. A la vuelta nos dio la mano un segundo, espero que después de lavárselas”. Llegamos a la puerta del Reina Sofía, y Hannon respira aliviado. “Así podemos dejar mi lista de grandes y breves fracasos. A ver qué tal se me da intimar con Picasso”.
Frente al Guernica, se entrega a la solemnidad del momento. Frena al guía. “No hace falta que me expliques mucho, lo miraba a menudo en un libro que tenía de niño por casa. He leído bastante sobre él”. Y procede a recordarnos cuando taparon el tapiz que lo reproduce en la ONU en 2003, al salir el secretario de Estado estadounidense Colin Powell a anunciar que iban a bombardear Irak. A pesar de haberse criado en pleno conflicto norirlandés, el cancionero de Hannon ha permanecido siempre al margen de declaraciones políticas explícitas. Sin embargo, en el disco que acudirá a presentar a Barcelona el 5 de marzo y a Madrid el 7 de marzo de 2026, encontramos dos de las canciones más concienciadas que le hemos escuchado. En ‘Down the Rabbit Hole’, que suena como salida de un enloquecido musical, apunta a los extremismos que provoca caer en el agujero de las conspiranoias online. “Vivimos en un mundo donde ya todo es susceptible de formar parte de una conspiración, donde un secretario de salud puede alzarse como teórico de la conspiración y prohibir vacunas contradiciendo pruebas científicas. Y en Europa vamos camino de lo mismo. Toda esta polarización política, donde los extremos son cada vez más extremos, me provoca nostalgia por los viejos conservadores y socialistas”, suspira.
De igual manera, ‘Mar-a-Lago by the Sea’, que suena a Xavier Cugat puesto de oxicodona, mece los recuerdos imaginarios de un Donald Trump desde la cárcel, añorando su residencia vacacional. “Engañando a perdedores en el green. / Cambiando esposas por reinas de belleza. / Entreteniendo a sanguijuelas fascistas. / Cuánto echo de menos los baños de oro donde meaba”, enumera su letra. “La escribí como puro desahogo. Imaginé a Trump en una celda, sintiendo nostalgia por su hermoso palacio de vulgaridad. Es un tipo que ha conseguido encarnar un complicado chiste sobre el mundo todo el tiempo. Solo que, parafraseando a The Smiths, es un chiste que ya no hace gracia”. Puestos a seguir imaginando, antes de dejarle marchar, nos apunta qué futuro querría vivir. “Me gustaría ver cómo la humanidad despierta de su pesadilla y descubre que todos estos populistas antiinmigrantes de derechas no han sido más que unos farsantes. No solucionan los problemas, causan más. Y, por favor, que no se deshagan de la ciencia. ¡La ciencia funciona, de verdad! ¡Sed majos con la gente!”, se despide.