Libres como los pájaros
He hecho una copia ampliada de esta fotografía, en la que aparecen seis señores, entre los que han logrado incrustarse milagrosamente dos señoras, y la he puesto en la pared principal del salón de mi casa, donde en otros hogares cuelg...
He hecho una copia ampliada de esta fotografía, en la que aparecen seis señores, entre los que han logrado incrustarse milagrosamente dos señoras, y la he puesto en la pared principal del salón de mi casa, donde en otros hogares cuelgan La última cena. Los amigos que vienen a comer la observan atónitos conteniendo la risa, como si las personas retratadas no pertenecieran a su mundo o nosotros al de ellos, un mundo al que pertenecemos todos, incluido usted, hipócrita lector, mi semejante, mi hermano.
—Oye, que es el Rey —los reprendo—, junto a los miembros del Consejo General del Poder Judicial.
—Ya, ya —dicen—, intentando guardar la compostura.
El caso es que observan, atónitos, la foto. La observan y la observan y a base de observarla alcanzan, sin necesidad de haberse metido sustancia alguna, una extrañeza alucinante respecto a la realidad o a las realidades en las que nos entrecruzamos los unos con los otros, las unas con las otras y demás combinaciones posibles entre aquellos, aquellas y aquelles, por no dejar a nadie en el tintero. Se empiezan a preguntar cosas, en fin. Cosas sobre mí (¿se habrá vuelto loco?, ¿estará realizando un estudio sociológico en el que nos utiliza como cobayas?, ¿hablará en serio?) y cosas sobre sí mismos y sobre las modas crepusculares y sobre los toisones de oro y sobre los ritos funerarios y sobre el modo en el que la gente que vive en el más allá influye en la que vivimos en el más acá. Les llama mucho la atención el contraste entre los pies de los señores, recluidos en los pequeños ataúdes que llamamos zapatos, y los de la señora que posa junto al Rey, libres como los pájaros.