Damiani: las manos que mueven las gemas

En Valenza, en el norte de Italia, Damiani crea joyas siguiendo la tradición que convirtió esta ciudad en el corazón orfebre de Europa. Con un siglo de vida, hacen piezas con alma lejos de la industrialización de los grandes grupos

A mano o usando un tamiz, en el departamento de adquisiciones se supervisan una a una las gemas que llegan cada día.Alessandro Grassani (Contacto)

A una hora y media de Milán por carretera, en un pueblo de apenas 19.000 habitantes, se encuentra el epicentro de la joyería europea. En Valenza, patio de recreo de la familia Visconti, manufacturan las piezas que venden en todo el mundo firmas de lujo como Bulgari, Pomellato, Tiffany & Co, Cartier y Vhernier, alimentando una industria que factura 2.840 millones de euros anuales. Pero solo Damiani nació justo aquí, hace 100 años.

Por entonces, la tradición orfebre de Valenza databa de poco más de un siglo, desde que Francesco Caramora dejase Pavía para instalarse en un lugar que hasta la fecha se había dedicado a cultivar uvas y arroz. Su Cascina dell’Orefice, la quinta donde ejercía el oficio —y que compraría uno de sus aprendices, Piero Canti, cuando él murió tan famoso como endeudado—, ya aparecía en la cartografía napoleónica. Entonces había cinco talleres en la zona. En 1917 ya eran 43. Hoy, las cifras ascienden a 1.300 empresas y 8.400 trabajadores. Más de la mitad de los orfebres de Italia están aquí. Solo en Damiani, la plantilla roza el medio millar de operarios.

Giorgio Damiani en el despacho de Villa Bricco. "Mi padre siempre quiso comprar esta casa pero murió antes de poder hacerlo. Años más tarde, fuimos mis hermanos y yo los que cumplimos ese deseo".Alessandro Grassani (Contacto)

“Ahora todos quieren venir a Valenza porque atesoramos un saber hacer que no se encuentra en ningún otro lugar del mundo”, dice Giorgio Damiani, al frente de la enseña junto a sus dos hermanos en un triunvirato que ha hecho saltar a la empresa familiar hasta jugar en la liga de las multinacionales: Silvia, la mayor, maneja la imagen y la comunicación; Guido, el mediano, supervisa como CEO la estrategia, y Giorgio, el menor, se encarga del desarrollo de producto y las ventas. Pero no es lo mismo abrir una fábrica mastodóntica sobre los cimientos de una tradición ajena —como otras compañías del sector en esta zona— que haber nacido y crecido con ella. “Aquí está todo el mundo que se dedica a esto”. Valenza, de hecho, es la ciudad con más orfebres por metro cuadrado de Italia. “Y yo los conozco personalmente. Si hay una técnica nueva, somos los primeros en saberlo. Si necesito al artesano que domina una disciplina concreta, levanto el teléfono y hablo con él. Lo que hace única y compleja la producción de joyas es que no es industrial. Incluso ahora, con las grandes fábricas, la maquinaria y la tecnología, son las manos de los artesanos las que marcan la diferencia”.

Sante Rizzetto lleva 63 años engarzando gemas, 25 de ellos para Damiani. El laboratorio hoy lo dirige su hijo Simone.Alessandro Grassani (Contacto)

Su abuelo Enrico empezó la leyenda de esta marca en un modesto taller, haciendo joyas para las clases pudientes del norte de Italia. Sería su padre, Damiano, quien acometería la expansión industrial y comercial del negocio junto a su madre, Gabriella, irrumpiendo en un sector propenso al inmovilismo con ideas tan revolucionarias para su tiempo como crear catálogos de las colecciones que garantizaban un precio fijo —algo radical para la joyería fina— y ofrecer un seguro de robo porque, decía, sus joyas estaban hechas para disfrutarse, no para encerrarlas en una caja fuerte. Además de ofrecer diseños disruptivos, como Squalo, un brazalete de platino, oro amarillo y 41,19 quilates de diamantes que “parece que fue diseñado ayer, no hace 50 años”. Le valió a la firma su primer Diamonds International Award. “Los Oscar de la joyería, los llaman”. Ya tienen 18 de ellos, pero ese sigue siendo especial: “Porque demuestra lo vanguardistas que somos. Y porque lo diseñó mi madre”, dice Giorgio.

Para el centenario de la compañía han creado una edición especial del collar Belle Époque, una de sus colecciones más emblemáticas.Alessandro Grassani (Contacto)

En el clan Damiani el día empezaba y terminaba con las joyas. Respiraron el oficio desde niños. Nunca se plantearon dedicarse a otra cosa que no fuera continuar el legado que heredaron cuando su padre murió en un accidente en 1996. El futurible de pasar los mandos a una cuarta generación está sobre la mesa. Con condicionantes: hay que ganárselo. “No hay nada más equivocado que pensar que por ser de la familia se tiene un derecho hereditario, como en las monarquías. Una empresa no funciona así”.

Estos pendientes pertenecen a las colecciones Belle Époque y Margherita, con diamantes blancos y amarillos.Alessandro Grassani (Contacto)

No es que desde que en 2019 los hermanos recuperaran el total de acciones de la empresa, que salió a Bolsa en 2007, hayan escaseado las propuestas de compra. Con Richemont adquiriendo Vhernier y el señor Arnault, Tiffany & Co. y Pedemonte, cabría esperar que les hubiese caído alguna proposición sugerente. “¿Quién es el señor Arnault?”, replica el italiano. Se ríe, pero el mensaje es claro. “Hemos recibido ofertas. Pero difícilmente puede haber una que nos planteásemos aceptar”. Ser una de las pocas marcas que resisten en manos de la familia original es un escenario que les da ventaja. “Siempre que se compartan objetivos”. Nada como una riña interna para hundir hasta el más próspero de los negocios. “Vendemos joyas. Algo con un valor intrínseco, pero también emocional. Para un cliente, saber que detrás hay alguien a quien puede poner cara supone una confianza que, al final, es nuestra arma frente a los grandes. Eso y la pasión. Cuando lleva tu apellido, te entregas de otra forma”.

Giorgio Damiani, actual vicepresidente de la compañía y miembro del triunvirato que gobierna Damiani junto a sus hermanos.Alessandro Grassani (Contacto)

Los 100 años de la firma lo secundan. Aunque es aún más definitoria la colección que han hecho para celebrarlos: un centenar de piezas que son tan excepcionales en su diseño como raras sus gemas: “No podríamos repetirlas aunque quisiéramos”, asegura. Hay piedras que han salido del archivo familiar y se remontan a medio siglo. Otras que han tardado hasta cinco meses en encontrar. Como la aguamarina de la gargantilla Fantasy Cut Carioca: 214 quilates de gema. O el zafiro del collar Mimosa Eternal Blue: talla cojín y con 100,9 quilates. Ya se han vendido varias piezas, pero no pueden revelar modelos ni precios. “Lo que sí puedo decir es que ha sido como estar en Disneyland. Para un creativo poder experimentar sin límites es una fantasía”.

Juegos de zafiros, rubíes y paraíbas recién llegados a la oficina de compras de Damiani para ser convertidos en joyas de la firma. Alessandro Grassani (Contacto)

De camino a los talleres donde nació la firma, se pasa por la plaza con la fuente que el Ayuntamiento levantó en honor a Damiano Grassi Damiani. También por la escuela infantil que lleva el nombre de su esposa Gabriella. Y, al otro lado de la carretera, donde se encuentra la planta de Bulgari, por la que será su nueva manufactura: una estructura modernista de 12.000 metros que acogerá a 500 maestros orfebres y engastadores, apuntalando a Damiani como la única alternativa local a las multinacionales que en los últimos años se han hecho con una buena cuota de las manufacturas de la zona.

Todo el equipo de herramientas con las que un orfebre engasta las gemas, un arte que sigue siendo completamente manual. Se llaman, según su cometido, empujadores, punzones y perleros.Alessandro Grassani (Contacto)

Excepto por el cartel que reza Laboratorio Damiani en la entrada del taller, nada invita a pensar que aquí se fabrican piezas de alta joyería, encargos de magnates, jeques árabes y VIP coreanas, y partidas tan excéntricas como un busto de Alberto de Mónaco de 13 kilos de oro macizo —la primera de sus colaboraciones con el escultor californiano Barry X Ball—. No solo producen creaciones extraordinarias; también lo hacen rápido. Un encargo a medida, por peculiar que sea, ronda los tres meses, mientras a la competencia suele llevarle un año o año y medio. El proceso, que no por más corto es menos arduo, empieza con el diseño, que siempre pasa por los tres hermanos. No se fabrica nada sin el beneplácito de un Damiani. Para las colecciones más comerciales, se funciona con tecnología 3D y programas informáticos. Pero cuando hablamos de alta joyería, todo se hace mano, bocetando primero la pieza a tamaño real y coloreándola después con acuarela para utilizarla como una plantilla donde se van colocando las piedras hasta dar con la composición perfecta.

Manuela es la última incorporación al equipo de diseño. Para las colecciones más comerciales recurren desde hace años al 'software' de modelado 3D, pero la alta joyería se diseña a mano.Alessandro Grassani (Contacto)

A menudo son las gemas las que dictan el diseño. Como el set de turmalinas Paraíba que acaban de recibir. Al parecer están de moda: gusta que sean tan brillantes. Otras veces toca buscar las piedras basándose en el diseño. Desde que las piden hasta que cruzan la puerta del departamento de adquisiciones no suelen pasar más de dos días. Ventajas de estar bien conectados. Aquí se supervisan y examinan una a una las piedras que llegan a diario —y pueden ser varios cientos, cuenta Paola, una de las veteranas de la división—, verificando color, claridad, corte y quilates: las famosas cuatros ces que deciden su valía. Si algo no está a la altura, se devuelve.

A los procesos artesanos, como el tallado con broca y el pulido, se unen tecnologías como el 'software'. Alessandro Grassani (Contacto)

Fuera del estudio de diseño, donde además se encuentran los archivos —estantería tras estantería de esbozos clasificados en carpetas por año y colección—, se impone el bullicio de tornos, pulidoras y cinceles. De la sala de modelaje y la fundición a las mesas de engastado, pasado y presente se ensamblan sin grietas. Emplean métodos centenarios como la cera perdida, que ya usaban los egipcios. Pero ahora se ayudan de microscopios digitales y software. Mientras Gianpaolo enseña a soldar con láser una cadena fina como un hilo —algo que antes de que existiese esta tecnología era impracticable— a una aprendiz recién salida de la academia que Damiani abrió en 2018, una planta más arriba, Sante Rizzetto engarza a pulso un solitario. Tiene a sus espaldas 63 años engastando gemas, 25 de ellos en Damiani, y ninguna intención de jubilarse. “La experiencia que tenemos aquí es la clave de todo. Sin ese saber hacer que nos permite tramitar la creatividad, no tendríamos más que un fantástico dibujo en un papel”.

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