Eduard Fernández: “A riesgo de que me den, me resulta una auténtica salvajada doblar a los actores españoles al catalán”

El actor vive un año crucial con dos películas: ‘El 47′ y ‘Marco’, que se presenta estos días en el festival de cine de Venecia. Aquí visita junto al director Marcel Barrena los escenarios del barrio barcelonés de Torre Baró, donde transcurre la primera de ellas

El actor Eduard Fernández, que estrena esta temporada dos películas: 'El 47' y 'Marco'.Mariano Herrera

Una parada de autobús en el centro de cualquier ciudad puede deberse a un trámite mecánico. Pero en algún punto del extrarradio, quizás esconda detrás una heroicidad plagada de luchas, reivindicaciones, tozudeces, audacias, riesgos y sacrificios. Una parada de autobús en según qué lugares apartados del meollo puede llegar a convertirse en una historia de película. La trama perfecta con un héroe de barrio como protagonista y un reparto de verdaderos guerreros de sus derechos acompañándole, como fue el caso de ...

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Una parada de autobús en el centro de cualquier ciudad puede deberse a un trámite mecánico. Pero en algún punto del extrarradio, quizás esconda detrás una heroicidad plagada de luchas, reivindicaciones, tozudeces, audacias, riesgos y sacrificios. Una parada de autobús en según qué lugares apartados del meollo puede llegar a convertirse en una historia de película. La trama perfecta con un héroe de barrio como protagonista y un reparto de verdaderos guerreros de sus derechos acompañándole, como fue el caso de Manuel Vital y los habitantes de Torre Baró, en Barcelona, y la línea que el protagonista, un buen día, harto de que nadie le hiciera el menor caso en su reivindicación de acercarlo a sus vecinos, secuestró para plantar el vehículo delante de las casas que todos ellos habían construido con sus propias manos. El director de cine Marcel Barrena cuenta esta historia real en El 47, con Eduard Fernández en el papel de Vital. Ninguno de los dos —ambos nacidos en Barcelona, hace 42 y 59 años respectivamente— había subido nunca a Torre Baró, ese barrio que quedaba para ellos, según entras en Barcelona por la autopista, a la altura de la cementera. Gracias a este proyecto cinematográfico, ambos se han convertido en buenos aliados de sus vecinos, muchos de ellos inmortalizados en los planos de una película que cuenta lo que vivieron aquel 7 de mayo de 1978 y, sobre todo, antes.

La fecha del secuestro fue un colofón tan genial como estrambótico y desesperado. Pero la historia comienza 30 años atrás: “Es la peripecia de los emigrantes, de quienes llegaron aquí y tuvieron que abandonar sus lugares, instalarse en otro y convertirlo en propio. Son gente de Andalucía, Extremadura y Castilla que también ha construido Cataluña con sus manos, unas manos especiales, con mucho callo, que merecen respeto y admiración por haberlo hecho y porque, además, no han abandonado lo que levantaron”, dice Eduard Fernández.

El actor Eduard Fernández (izquierda) y el director Marcel Barrera, en Torre Baró.Mariano Herrera

El actor se prepara para un otoño con dos papeles fundamentales en su carrera: el de Vital y el de otro héroe que resultó una farsa, como fue el caso de Enric Marco. Ambos son el yin y el yang. Uno, a base de carisma y voluntad transformó su realidad inmediata. El otro, con una cara más larga que su espalda se hizo pasar por superviviente del Holocausto y se inventó una vida plagada de mentiras. Así lo contó Javier Cercas en su novela El impostor y bajo su piel se ha metido ahora Fernández en Marco, la película de Aitor Arregi y Jon Garaño que compite en la presente edición del Festival de Venecia.

Para darle la razón sobre el primero en una tarde cálida de verano, ahí están más o menos al fresco, en su patio con vistas a la torre del barón que da nombre al barrio, Carmen Lasso y Desi González Domínguez, junto a Daniela Villarreal, mexicana, que no vivió aquello, pero es vecina. Hoy tienen el transporte garantizado hasta arriba gracias a la línea micro de el meu bus. Con solo llamar por teléfono suben a buscarlas y las bajan a la meridiana. Pero lo tienen que reservar a menudo porque allí, en lo alto del vecindario, ya no les queda ni servicio médico ni un triste colmado donde hacer la compra. Después de haber rodado la película, con algunas de sus carencias vecinales todavía intactas, Salustiano, apodado el Picasso de Torre Baró, dijo: “Habría que secuestrar otro autobús”. Desi González le da la razón: “Pues no estaría mal”. Él no llegará a verla, murió en agosto. Y ellas, a sus edades y con la tralla que han tenido que soportar, aunque todavía continúen muy reivindicativas, padecen sus achaques.

Están deseando disfrutar de su historia en pantalla cuando se estrene en cines el próximo 6 de septiembre, como el resto del barrio, y que el impacto resuelva algo la situación. Pero, sobre todo, quieren que se haga justicia a aquel hombre que les solucionaba la vida y acabó sabiéndose manejar en el laberinto retorcido de la Administración. “Ibas donde Manolo y le decías: ‘Que me han denegado la beca para el comedor del colegio de los niños’. Se presentaba donde tocara y yo no sé qué les decía, pero lo apañaba”, cuenta Carmen Lasso.

Eduard Fernández (segundo desde la derecha), con vecinos de Torre Baró: de izquierda a derecha, Carmen Lasso, Daniela Villarreal y Desideria González.Mariano Herrera

Manuel Vital (Valencia de Alcántara, 1923-Barcelona, 2010) estaba ahí para todo y desde el principio. Llegó de Valencia de Alcántara (Cáceres) en 1947 como un joven sin futuro marcado por un padre republicano asesinado en la guerra y enterrado en una fosa común. Se organizó con los vecinos para librar la prohibición del derribo de viviendas que construían con sus propias manos y acabó sacándose una plaza de conductor municipal. “Era entrañable y guerrero. Un líder natural”, recuerda su nieta Joana. Se casó con Carmen Vila Olivé, una monja que enseñaba a los emigrantes catalán y colgó los hábitos para el matrimonio. Ella le transmitió el idioma, él contribuía a aliviarle con los años y masajes en los pies la tortura de unos huesos anquilosados por subidas y bajadas entre barrancos de barro. “En casa hablaban cada uno los dos idiomas, no hubo ningún problema, convivieron con eso de la manera más natural”, dice su descendiente.

En la película, el bilingüismo se erige como una clave para desentrañar la historia en todos sus niveles. Marcel Barrena espera que todo el mundo lo sepa captar. Más cuando en esta película aborda a todo un personaje que acaba abrazando los dos idiomas como propios. Fernández entrenó el acento extremeño, por un lado, pero el alma del personaje lo conocía a fondo gracias a sus orígenes. “Siempre quise hacer un charnego, al Pijoaparte de Juan Marsé, por ejemplo, que me fascina. Mis abuelos venían de Burgos, Ciudad Real, Murcia y La Rioja. No tengo nada de sangre de aquí, cero, esas cosas que a mí me la sudan bastante. Pero me considero catalán, de Barcelona y español…, pues, claro, también. En casa no hablábamos catalán, sino castellano, y cuando instauras una lengua en un ámbito, cambiarla te resulta muy difícil. Pero lo aprendíamos muy bien fuera”.

Cuando la naturalidad de entenderse no ha generado ninguna fricción, cuesta que irrumpan algunos políticos con un conflicto artificial dispuestos a azuzar. “Me crispo mucho cuando empiezan algunos con el asunto de la lengua que divide: a mí no me ha pasado en la vida”, cuenta Barrena. Por eso, el cineasta ha querido que esa comunión de los idiomas también resulte fundamental en El 47: “En lo profundo de esta película anida el bilingüismo. Si la doblaran, te cargarías el mensaje, intentamos convencer de ello desde dentro”.

Eduard Fernández, en el barrio barcelonés de Torre Baró. Mariano Herrera

Fernández agrega algo más a este punto: “Además, es que resulta bonito escuchar dos lenguas que conviven. Conforma una dinámica que lo convierte en algo más rico. Debemos resaltar como necesario y bueno que este país sea así, que se hablen en él muchos idiomas. A quien le escueza tendrá que hacer un ejercicio para entenderlo. Y es positivo que se muestre y se ­realce en lugares como el Congreso. Toda España, en eso, debería sentirse orgullosa”. De todas formas, matiza: “Cataluña es bilingüe, aunque uno de los idiomas ha sufrido persecución durante varias décadas. Pero opino, a riesgo de que me den, que hoy me resulta también una auténtica salvajada doblar a los actores españoles al catalán, como se hace en TV3. Tengo que decirlo. Viene de la poca curiosidad por conocer a fondo el trabajo de los grandes. Lo mismo da que sea Javier Bardem, que Penélope Cruz o Ricardo Darín. No tiene sentido y eso nunca se puede hacer en nombre de la cultura”, asegura el actor.

Barrena y Fernández ya habían trabajado juntos en Mediterráneo, una obra que cuenta el compromiso de aquellos que tratan de salvar sistemáticamente vidas en el Estrecho. Quisieron repetir, pero con una historia cercana a los dos, entroncada en su ciudad. Así, Barrena encontró en diversos artículos la epopeya de Vital, a la que ha aplicado para llevar a la pantalla los rasgos de las victorias colectivas de Frank Capra, la rabia de Ken Loach y la compleja sencillez plagada de ironía de Azcona y Berlanga. No le costó que entendieran la idea en Mediapro, la productora. “Contaba un acto de disidencia pacífica muy digno”, afirma el cineasta.

Panorámica de Torre Baró, en Barcelona.Mariano Herrera

Tampoco le costó volver a convencer a Eduard Fernández, siempre deseoso de involucrarse en papeles con perfil controvertido. “Yo soy muy político”, afirma el actor. “Me parecía importante contar precisamente ahora quién ha construido Cataluña, cómo nos hemos organizado y nuestra relación con el resto de España, eso tan complejo. Hacerlo a través de gente de fuera que se ha integrado muy bien. Te diría que Castilla en eso puede ser hasta más dura. Hay cierta sensación en algunas partes de que España es solo lo que queda por la meseta y no, España es todo y de todos, esto de aquí, también”.

El concepto político, para el intérprete, toca sobre todo lo cotidiano: “Ahora, que estamos en un bar, podemos observarlo en el trato al camarero. Tengo un amigo dueño de uno y lo nota: ‘Por mucho que seas muy de izquierdas o muy del cine, al gilipollas se le ve a distancia’, me dice. En el lenguaje también se palpa la política. A mí me parece una salvajada calificar un partido como marca. Si aplicas eso a cualquier grupo, entonces será lógico que llegue un día alguien y lo compre, aunque se base en un colectivo que defiende ideologías. Que no digan marca, por favor. Se habla muy mal. Y hablar mal no consiste en soltar un juramento, sino en retorcer de esa manera el lenguaje”.

Le inquieta también la trampa kafkiana que impone el sistema a la hora de lidiar con cualquier trámite: “El hecho de no poder dirigirte a alguien cuando necesitas resolver un problema, que no puedas hacerlo contándoselo a una persona. Eso lo imponen para impedir al ciudadano protestar. En ese sentido, también me atraía la historia. Porque va de lo contrario. Empieza con un grupo de gente que quiere construir las casas con sus manos. Trata de lo tangible, de lo cierto. Me repele todo aquello que nos conduce a convertirnos en máquinas”.

Eso le sedujo también de Manuel Vital. Lo descubrió inspirándose en la gente que le rodeó. En su calle, su barrio. “También en su parquedad. Creo que era un tipo que podía llegar a ser borde, hacer el esfuerzo justo por comunicarse. Quizás ese rasgo viniera de un complejo al que se sobrepuso”, comenta Fernández. “Al final, lo que defiende Manolo es la dignidad. Lo que pide no es que le regalen nada, sino reivindicar el hecho de que forma parte de un mismo pueblo, como el resto de los catalanes. Solo pretendía que les permitieran adaptarse bien a vivir como ellos. Dejar claro que lo que levantaron eran sus casas, que se habían ido de su tierra, algo que produce mucho dolor, y que pudieran quedarse aquí no como un favor, sino, precisamente, porque la razón les asistía”.

Eduard Fernández y Marcel Barrera ya habían trabajado juntos en la película 'Mediterráneo'.Mariano Herrera

Como Eduard Fernández es un actor obsesionado con la complejidad, también ha abordado a alguien en quien el concepto de dignidad se tuerce. Del Manolo Vital, héroe transparente y auténtico del barrio, ha pasado a uno más tramposo. De la aparente sequedad de Vital y su economía del lenguaje a todo un charlatán, como define Fernández al personaje. Es el caso de Enric Marco, el otro papel que va a convertir este curso para el intérprete en un año crucial dentro de la carrera de todo un consagrado. La intensidad le espera a la vuelta del otoño. A El 47, Fernández sumará el estreno de su primer corto como director, titulado El otro; su participación en la serie basada en La casa de los espíritus, la novela de Isabel Allende, que ha rodado en Chile, y también Marco, la película que él protagoniza y acude a la sección oficial del Festival de Venecia, ahora en plena actividad desde su arranque —el 28 de agosto— hasta su clausura el 7 de septiembre.

El actor asegura que el de Marco puede ser el personaje más complejo que ha abordado quien ha logrado ya tres Premios Goya por Fausto 5.0, En la ciudad o Mientras dure la guerra y una Concha de Plata en San Sebastián con su magistral composición del agente Francisco Paesa en El hombre de las mil caras. “Posee algo muy potente, me volví bastante loco con él”, reconoce. Cuando Arregi y Garaño se lo propusieron, le daba miedo meterse en la piel de alguien tan mayor. En una de sus conversaciones notaron que había cogido algún kilo de más y le dijeron: “Eso está muy bien”. Fernández se motivó: “Engordé 17 y me rapé el pelo”. Lo dio todo para encarnarlo, como hizo en su transformación para Vital entrenando acentos y componiendo físicamente el machaque, su desconcierto ante el Goliat de la burocracia y su determinación a la hora de resolver situaciones con sus propios recursos. Marco también los tenía. Pero los utilizó para alimentar su propio egocentrismo. Pasó como un gañán a la historia por haberla retorcido con uno de los asuntos que más duelen: el Holocausto. Dijo haber pasado por el campo de Flossenbürg cuando en realidad había acudido a Alemania pero como voluntario enviado por Franco en ayuda de Hitler. Aun así, llegó a presidir Amical, la asociación que reunía en sus filas a españoles que habían salido con vida de los campos de concentración. Dio cientos de charlas en colegios e institutos, llegó hasta el Congreso de los Diputados con su impostura, pero, al final, lo desenmascararon las investigaciones del historiador Benito Bermejo. “Como fue eso, un charlatán, arrancaba a hablar y no paraba, creo que de esa pulsión vienen todas sus invenciones: de tanto largar, acabaría inventando lo suyo”.

Una vez descubierto y señalado como un mentiroso, no se rindió. Después de que Cercas publicara su libro —todo un éxito—, Marco acudió a los directores vascos para que le dedicaran un documental. No llegaron a rodarlo, pero grabaron horas de conversación con él que han servido a Eduard Fernández como fuente para el personaje. “Me inspiró mucho su infancia. Nació en un psiquiátrico, lo arrancaron de los brazos de su madre y se lo dieron a un padre acusado de maltrato. Me imagino a un niño a quien no querían intentando quedarse en un sitio sin que lo dejaran, fabulando tras el trauma de haber venido al mundo en un lugar donde los enfermos iban vestidos con batas de rayas blancas y azules”.

Marco se defendía argumentando que con sus falsedades no había hecho mal a nadie. Pero sus mentiras lo destruyeron. Todo lo contrario a Vital, cuya lucha por mejorar el barrio y su golpe de efecto de película con aquel secuestro del autobús lo han elevado a categoría de leyenda.

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