Ana Belén: “Hacerse mayor es una putada porque, mentalmente, te sientes tan joven”
La cantante y actriz, con 35 discos, 40 películas, cientos de representaciones teatrales y recitales y 1,2 millones de oyentes mensuales en Spotify, presentará la próxima gala de los Goya junto a Los Javis
Hemos cantado sus canciones. Llevamos 57 años viéndola en escenarios, en salas de cine y en cadenas de televisión con el pelo rizado, liso, largo o corto. ¿Quién no conoce a Ana Belén? ¿Y quién conoce a Pilar Cuesta Acosta (Madrid, 71 años)? Explica que está feliz porque Víctor Manuel llenó, la noche anterior, el 17 de diciembre, el WiZink Center de Madrid y porque la subió a cantar. También porque salió a comer con una amiga y, aunque procura sentarse en rincones, observó a d...
Hemos cantado sus canciones. Llevamos 57 años viéndola en escenarios, en salas de cine y en cadenas de televisión con el pelo rizado, liso, largo o corto. ¿Quién no conoce a Ana Belén? ¿Y quién conoce a Pilar Cuesta Acosta (Madrid, 71 años)? Explica que está feliz porque Víctor Manuel llenó, la noche anterior, el 17 de diciembre, el WiZink Center de Madrid y porque la subió a cantar. También porque salió a comer con una amiga y, aunque procura sentarse en rincones, observó a dos mujeres cuchicheando. “Al final se acercaron. ‘Ana, de mayores, queremos ser como tú’. “¿Cómo de mayores?, ¡pero si son mayores que yo, pensé!”.
Presentará los Goya después de recibir el de Honor en 2017.
Es como una redundancia, ¿no?
O el secreto de la eterna juventud.
No digo que sea joven, pero me hace feliz mi profesión. Si se le diese la oportunidad de seguir trabajando a gente que ha tenido un oficio que apasiona, ¿cuántos médicos elegirían seguir?
Está de gira con Romeo y Julieta despiertan…
Despiertan en la tumba 50 años después. Ella, anclada en los 13, y él, con amnesia.
Lleva 50 años con Víctor Manuel.
Siempre tengo la idea, o quizá el deseo, de que haya algún rincón inexplorado.
Eran ateos y comunistas. Y se casaron.
Para que nuestros padres no se disgustaran. Hacerlo por lo civil era imposible en el franquismo. La gente que no lo vivió no sabe la suerte que tiene y lo complicado que era todo. Nos casamos en Gibraltar. No legalizamos el matrimonio hasta hace dos años. Igual nos vimos mayores.
Ha sido muchas: cantante, actriz de cine, teatro y televisión… Amorosamente, ¿ha tenido la sensación de perderse algo?
Tengo la sensación de que he tenido suerte. Lo raro es estar juntos. Ni Víctor entró en mi vida siendo el primero, ni yo en la suya. Pero siempre hubo una idea de provisionalidad. No dar las cosas por hecho es bueno siempre. Y en una relación, más.
Víctor Manuel hace la compra.
Y cocina. No todos los días, cuando vienen los hijos o amigos.
¿Feministas desde el principio o han evolucionado?
Lógica y carácter. Si antes de empezar una relación pactas un contrato…, no sé si duraría. Creo que hemos aprendido. Cuando entré en su casa —él era el que tenía— abrí armarios y… latas y latas de anchoas. Me dijo: “Es que leí que la anchoa está desapareciendo. Y me gustan tanto…”.
Es hija de cocinero. ¿Su madre tampoco cocinaba?
A diario. Mi padre, solo el día de Nochebuena. Y discutían porque él estaba acostumbrado al pinche que tenía en el Palace que lavaba lo que iba dejando. Y mi madre de pinche, no. Todas las Nochebuenas acabábamos en la mesa sin hablar.
Su padre, en el Palace, y su madre, en una portería. ¿Una infancia de contrastes?
No era jefe de cocina. Se encargaba de las salsas.
¿Qué diferencia hay entre criarse en una portería de la calle del Oso y hacerlo en una casa del barrio de Prosperidad, como sus hijos?
Mucha. Pero no tanta. Como decía mi madre: “Hemos tenido muchas necesidades, pero carencia ninguna”.
Víctor Manuel le compuso una canción a esa calle.
Jugábamos en la calle. Había dos casas de putas. Y, cada vez que entraba un cliente, gritábamos: “¡Ahí va otro!”. Frente a nuestra casa vivía una señora que, en la descripción de mi madre, era “una mantenida”. Debajo, la zapatería de artistas Gallardo. Y nosotros: “¡Viene un haiga!”…, y llegaba Lola Flores en un descapotable a hacerse zapatos.
Y usted dijo: “Yo quiero esto”.
Pero no por el lujo. El sentimiento entre los niños que hacíamos cine, ¿sabes cuál era? Ni el lujo ni la fama: darles a nuestros padres una vida mejor. Si escarbas: Pepa Flores, Rocío Dúrcal, Joselito…, el denominador común es ese.
Fue una niña prodigio que se salvó de ser juguete roto.
Sí, porque la película Zampo y yo no funcionó. La hice con 14 años. Se estrenó un año después, cuando yo ya ensayaba Numancia en el teatro. Cuando me vi en ese estreno con el payaso, no me reconocía. Solo recordaba lo terrible que había sido el director.
¿Ha sufrido a directores difíciles?
No. Marisol y Rocío los sufrieron más. Pero no solo los niños. Otros actores contaron que Luis Lucia interrumpía el rodaje y decía: “Acompáñame al bar, tengo ganas de pegarme con alguien”. Y lo hacía.
¿Sintió alguna vez acoso?
Siempre creí que no. Pero cuando se empezó a hablar, me di cuenta de que había vivido situaciones de abuso de poder. “Ah, claro. Cuando iba aquel día con fulanito por la calle y me arrinconó contra la pared…”. Ahí está la raíz de todo: en el poder.
Con una profesión sin horarios, ¿cómo aprendió a delegar?
Es más fácil vivir con alguien que puede entender tu caos. Te vas, llegas tarde. ¿Eso lo va a entender un oficinista? Un panadero, que se levanta pronto, quizá. Pero nunca me planteé dejar mi profesión por mis hijos. No los habría tenido.
¿Su profesión por delante de todo?
No hizo falta esa decisión. Nos han acompañado de gira desde chiquitines.
Era legendario cómo protegían ustedes su intimidad antes de que existieran leyes.
Siempre querían hacerles la foto. Pero todo tiene que ver con cómo nos casamos: vinieron mis padres y hermanos, los de Víctor y un amigo suyo de Asturias. Lo tuvimos siempre claro.
Paradójicamente, sus hijos son personas públicas.
Han compartido más allá del teatro. Nos han visto disfrutar. Hemos hecho familia fuera de la nuestra.
¿Se sienten más libres entre gente también famosa?
Con gente que tiene un sentimiento de privacidad grande estamos más cómodos. Estoy harta de ver en revistas a niños pixelados. Eso no protege al niño de la presión de tener que vivir con un fotógrafo delante. Lo que hagan otros es decisión de esos otros. Pero es cierto que nos insultaban por no dejarnos fotografiar.
Eso ha hecho que sepamos quién es usted y casi nadie la conozca. Víctor Manuel la describe como una mujer muy fuerte, llena de dudas.
Soy miedosa y tengo miles de dudas. ¿Fuerte?… Es que cuando sales al escenario tienes que serlo. Aunque te estés muriendo por dentro tienes que pisar fuerte.
¿Qué es ser fuerte?
A veces saber ser vulnerable. Esta profesión te pide dejarte afectar y a la vez defender con fuerza lo que hagas, aunque sea una desgraciada tirándose por el suelo.
Menuda escuela de vida.
Lo aprendí de actrices que me ayudaron. Cuando empiezo a estudiar un personaje, hay un momento en que me atasco y me digo: ¿Y Berta [Riaza] cómo lo haría? Ella era chiquitina, pero salía al escenario y lo llenaba. Esa fuerza se trabaja.
Públicamente es dulce. ¿Guarda el genio para casa?
Tengo un pronto de “no me toquéis las narices”, y luego ya hablamos. Muchos hombres se descolocan cuando te plantas y dices no. Si dices no, tienes genio.
¿Le pasa con su hijo David?
Con él no.
Ha cantado y trabajado con él. ¿Cómo tener una relación profesional sin paternalismos?
Yo empecé a cantar sin ningún tipo de educación musical. Soy instinto. Él sabe explicarlo. Me mejora. Y, además, tiene un carácter parecido a Víctor: calmado. Analizan las dificultades en lugar de asustarse ante ellas.
Usted hizo su primera gira teatral con 17 años.
El autobús nos dejó en la plaza de Cataluña de Barcelona. Yo iba mirando hacia arriba y Julieta Serrano decía: “Oye, tú, la maleta”. Mi madre les pidió a ella y a Berta que me cuidaran.
¿Hubiera dejado a su hija irse con 17 años?
Sí. Tengo tanta confianza en el ambiente de esta profesión… Mis padres no sabían lo que era. Tuvieron mérito. Nos íbamos tres meses y con lo que te pagaban no podías poner conferencias.
Nunca le ha gustado llamarse Ana Belén.
Es que, de mayor, llamarte Ana Belén… Así, sin apellido… Cuando intenté cambiarlo me decían, quita, quita. En casa me llaman Ana.
Ha recibido más premios honoríficos —Goya, Grammy— que reconocimientos específicos. ¿Eso qué quiere decir?
Que vienen con la edad.
¿No le daba que pensar estar tan solicitada y tan poco premiada?
He estado nominada varias veces para el Goya. Y nunca he preparado el discurso.
Novia de España, musa de la Transición, sonrisa del Partido Comunista… De criticarle el físico a la mujer más deseada de España. ¿Eso la retrata a usted o al país?
“España, camisa blanca de mi esperanza, a veces madre, siempre madrastra…”. Conocemos nuestro país, pero no sabemos sentarnos y conversar.
¿Por qué el novio de España no era Víctor Manuel?
Porque las mujeres, en la sociedad, adornábamos. Sin embargo, me he movido en la burbuja de una profesión en la que hemos sido fuertes. A mí me cuesta mucho todo: un personaje, una grabación…, pero sé que tengo armas que he ido adquiriendo con los años. Lo que me produce inseguridad es saber hasta dónde deberías llegar y no siempre conseguirlo. No basta con estudiar, hay que hacerlo corpóreo y ahí hay una pelea tremenda.
Como cantante, ¿le pasa?
Menos. Eres más dueña de lo que haces. Estarás más afinada o menos, pero eres tú.
Miguel Ríos, Serrat, Fito Páez, Ketama, Chavela Vargas, Antonio Flores, Manolo Tena… ¿No ha sentido miedo de medirse?
Sentía admiración por muchos de ellos. Quise cantar con Chico Buarque, al que admiraba tanto que tuve que grabar de nuevo porque en lugar de cantar sobre el micrófono me pasé el rato cantándole a él.
No escribe sus letras. ¿Las ha sentido?
Para mí cantar una canción es como representar un personaje de teatro: interpreto. Cuando son canciones que Víctor ha escrito porque lo hemos hablado, las siento más.
“Desde mi libertad: siempre había sido una mitad sin saber mi identidad. / Debo empezar a ser yo misma y saber que soy capaz y que ando por mi pie”. Escribió Víctor Manuel. Esa no es usted.
Siempre he andado por mi pie, sí. Pero ahí hay reflejadas muchas vidas.
“Solo le pido a Dios”, siendo atea…
¡Solo le pido a Dios que no me dé todo lo que soy capaz de resistir! Soy una chica para un roto y para un descosido. Los actores somos así.
“Que la guerra no me sea indiferente…”. ¿Hoy oímos menos el dolor ajeno?
Estamos instalados en el sonajero, la distracción para adormilar a niños. Vivimos en una sociedad muy jodida. Injusta. Es necesario tener un mínimo para tener una vida con un cierto horizonte.
¿La clase media ha sido un espejismo?
Eso en España. En Latinoamérica nunca la ha habido. Hemos ido aceptando comodidades, distracciones y control. Aplaudimos el teléfono móvil. Y ese instrumento de contacto nos ha volcado sobre nosotros mismos. Lo que nos interesa de los demás es lo que piensan sobre nosotros.
Ha sido muy celosa de su intimidad y ha hecho su ideología muy pública.
El momento lo pedía. Hoy la gente está acobardada. En su momento los del PC éramos militantes en la clandestinidad. Parecía que los únicos éramos los artistas: Rosa León, Pepa Flores… y Alberti. Decías, pues si sirve para que se normalice esto…
Usted era comunista y respetada como artista por la derecha.
Hoy es o conmigo o contra mí, y elegir enfrentamiento sobre entendimiento es perder. Y sembrar miedo. ¿Cuántos actores, deportistas o músicos dicen “yo de política no hablo”?
¿Qué nos ha sembrado ese miedo?
¿En qué momento se jodió el Perú? Para la gente de la profesión fue cuando salimos a la calle con el “no a la guerra”. No estamos acostumbrados a respetar otras opiniones.
¿Se hizo comunista por enamoramiento?
No. Me hice cantante por Víctor, porque él me quitó los miedos. Pero al comunismo nos llevó Juan Diego. [Aquí Ana Belén se desmorona. Y no puede seguir hablando]. Es que… el día 14 fue su cumpleaños. Ha sido tanto…, tanta vida con Juan. “Juanito, venga, no te estás cuidando”. “Juanito…, ese pantalón…”. “Bueno, compradme vosotros el pantalón, así me vestís a vuestro gusto”. Era genial. En 1975, en la huelga de actores, entre paño y bola, nos dio a entender que él era del PC. Era la gente más lúcida, luchadora y solidaria. Y entramos.
¿Siempre los trataban como pareja?
Como un ente. Pero en la debacle del Partido Comunista, tras las elecciones del 81, vino el camarada Bardem, al que llamaban El maestro. Pedimos un congreso extraordinario para descubrir qué era lo que había pasado. Bardem estaba en contra. En ese momento, dije: “Hasta que haya un congreso, voy a suspender mi militancia”.
¿Ha cobrado alguna vez menos que sus compañeros?
Me he sentido bien pagada. Aunque eso no me hace ignorar lo que les pasa a otras mujeres.
¿Se ha ganado mejor la vida cantando o actuando?
Cantando. Tengo una casa, pero si decidiera no trabajar tendría que apretar.
No le ha asustado mezclar negocio y amor. Canta con su marido y su hijo. Su hermano es su mánager…
Ha sido un privilegio. Mi hermano me recuerda tanto a mi padre… Él disfrutó y mi madre me mantuvo en el suelo. Decía: “Concha Velasco…, esa sí que es buena actriz”.
¿Qué siente en un estadio cuando la gente canta sus letras?
Adrenalina. Luego tienes que pasar un par de días bajando el suflé.
¿Siempre ha sido igual de flaquilla?
Son genes. Mis hermanos y mis hijos son así.
¿Puedo preguntar cuánto pesa?
Ahora 49. Pero siempre he bailado y no quiero dejarlo.
¿Ha madurado mejor física o psíquicamente?
Ay…, si fuera al mismo tiempo. Hacerse mayor es una putada porque, mentalmente, tú te sientes taaaan joven.
Gesticula mucho.
¿Cómo actuar sin gestos? Cuando hago cine me tengo que frenar. Es marca de la casa. Lo hacía mi madre y lo hace mi hija.
Olea, Trueba, Aranda, Suárez, Camus, Eloy de la Iglesia… ¿Cambia con cada director?
Me adapto.
Pero siempre vemos a Ana Belén.
Bueno…, también les pasa a Robert De Niro y a Meryl Streep. Déjame que me consuele.
Manuel Gutiérrez Aragón dijo: “El que más o el que menos estaba enamorado de Ana Belén… Rodar era una excusa”.
Manolo siempre ha sido un provocador.
También dijo que no se llevaba bien con Ángela Molina.
Es un burro. Después de rodar Demonios en el jardín, la he ido a ver al teatro. Me parece una tía estupenda. Sabía que había mucha gente diciendo: “A ver estas dos”. Pero ni ella es diva ni yo lo soy.
¿Por qué necesitó dirigir Cómo ser mujer y no morir en el intento?
No lo necesité. Había leído la novela de Carmen Rico Godoy y me llamó su marido, Andrés Vicente Gómez. Quería que la dirigiera. Dije: “Tengo un respeto reverencial por los directores”. Y colgué. Víctor me preguntó: “¿Por qué has dicho que no? ¿Crees que lo harías peor que fulanito o menganito? Arrepiéntete cuando lo hayas hecho”.
¿Se arrepintió?
No. Aprendí. No dirigí esa película sola. La hicimos un equipo. Pero no lo he hecho más. Me gusta tanto ser actriz…
¿Cuándo desarrolló una opinión propia?
Te ayuda a tenerla la gente con la que creces. Mi madre, por ejemplo: “Tú siempre págate lo tuyo”.
¿Cuál ha sido su momento más difícil?
Una época muy violenta de la Transición. Como decía mi madre, yo me había “significado”. Y nos pusieron dos bombas en casa los Guerrilleros de Cristo Rey.
¿En qué ha cambiado más?
He cambiado mucho, pero me reconozco.