Los secretos de Passalacqua, el mejor hotel del mundo
No tiene la mística y el pedigrí del Raffles o el Savoy. Tampoco pertenece a una marca global como Four Seasons, ni es icono de ostentación como el Burj Al Arab. Pero este hotel boutique de 24 habitaciones, situado en una villa del siglo XVII a orillas del lago de Como, ha sido elegido por ‘The World’s 50 Best’ como el mejor del mundo. Su éxito es un síntoma
Apenas 58 kilómetros separan el aeropuerto milanés de Malpensa de la pequeña comuna de Moltrasio, al norte de Lombardía. La parte final del trayecto, de Cardano a nuestro destino pasando por la recatada y espléndida villa de Cernobbio, transcurre por una carretera que traza arabescos entre la frontera suiza (“si pierdes el equilibrio, te caes en el cantón de Ticino”, bromea el taxista) y la orilla del lago de Como. En la ladera del monte Bisbino, célebre por sus canteras de piedra grisácea, ...
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Apenas 58 kilómetros separan el aeropuerto milanés de Malpensa de la pequeña comuna de Moltrasio, al norte de Lombardía. La parte final del trayecto, de Cardano a nuestro destino pasando por la recatada y espléndida villa de Cernobbio, transcurre por una carretera que traza arabescos entre la frontera suiza (“si pierdes el equilibrio, te caes en el cantón de Ticino”, bromea el taxista) y la orilla del lago de Como. En la ladera del monte Bisbino, célebre por sus canteras de piedra grisácea, nos espera el Passalacqua, el mejor hotel del mundo según The World’s 50 Best, escondido tras una discreta verja, junto a una iglesia románica.
Construido sobre una parcela que perteneció en su día al papa Inocencio XI, el Passalacqua formó parte de las dependencias del monasterio de los Humillados y vio crecer a su alrededor la aldea fronteriza de Moltrasio. Fue un castillo rústico al pie de la antigua calzada romana que albergaba una huerta y un jardín y se transformó, ya en el siglo XVIII, en una espléndida mansión barroca, propiedad primero de la familia Odescalchi, cedida pocos años después a un aristócrata local, el conde Andrea Passalacqua. El conde dejó su ampliación en manos del arquitecto luganés Carlo Felice Soave y encargó frescos como una Madonna con niño en brazos que data de 1790 y se atribuye a Andrea Appiani.
A este lugar acudía la nobleza y la alta aristocracia lombarda en los años de máximo esplendor de la villeggiatura, el éxodo anual en que se embarcaban las grandes familias italianas para pasar un par de meses alejados de la ciudad, enriqueciendo el alma y expandiendo la mente. Aquí se hospedaron Napoleón Bonaparte o Winston Churchill. Aquí compuso Vincenzo Bellini, huésped de la villa entre 1829 y 1833, su ópera La extranjera y parte de La sonámbula. Desde hace apenas cuatro años, el Passalacqua pertenece a la familia De Santis, propietaria también del Grand Hotel Tremezzo, también junto al lago de Como. Los De Santis, el matrimonio que forman Antonella y Paolo secundados por su hija Valentina, adquirieron la mansión lacustre y la han transformado en un hotel boutique de lujo que cuenta con tres espacios (la Villa principal, el Palazzo y la Casa del Lago) y un total de 24 habitaciones de entre 30 y más de 250 metros cuadrados. Inaugurada en junio de 2022 como residencia exclusiva, la nueva Passalacqua acaba de ser elegida el mejor hotel del mundo por The World’s 50 Best —es la primera vez que este prestigioso ranking, que ya premia los mejores restaurantes y bares del mundo, presenta su lista de mejores hoteles—, por delante del Rosewood de Hong Kong, el Four Seasons de Bangkok, el Aman de Tokio o el Soneva Fushi de las islas Maldivas.
A primera hora de la mañana, un grupo de huéspedes hace yoga junto al Palazzo, el pabellón que sustituye a los antiguos corrales y caballerizas. Una pareja, instalada en la fastuosa Sala Azul de la Villa, desayuna salmón, arenques ahumados, caviar, té, queso fresco y tarta de mermelada de albaricoque. Delia Facchini, directora de relaciones públicas del hotel, nos invita a dar un paseo en dirección al embarcadero, cruzando las magníficas terrazas con sombrillas de pétalos de lirio, el jardín de invierno diseñado por J. J. Martin, la piscina junto al jardín de rosas o la plantación de laureles.
Minutos después, Valentina de Santis nos recibe en la suite Bellini, buque insignia del Passalacqua, bajo una lámpara de cristal de Murano cortesía del taller artesanal Barovier & Toso, entre pantallas de seda de Fortuny, jarrones chinos de porcelana, baldosas de Cotto Lombardo, tejidos de Rubelli o baños de mármol Breccia Pontificia. “Mis padres y yo nos enamoramos de este lugar en cuanto tuvimos la suerte de descubrirlo”, explica De Santis. “En el lago de Como hay una serie de célebres mansiones total o parcialmente abiertas al público, de Villa Carlotta a Villa d’Este, pero el Passalacqua era un espacio privado que se podía entrever desde lo alto de la colina de Moltrasio o desde la otra orilla, pero muy rara vez visitarse”. Comprobar que estaba en venta supuso “una muy grata sorpresa” para esta familia. La adquirieron en subasta “contra todo pronóstico”, según apunta De Santis, ya que consideraban muy probable “que acabase en manos de algún gran fondo internacional de inversiones”.
En cuanto se convirtieron en propietarios de este lugar “rebosante de historia y belleza”, dedicaron “tres años muy intensos a renovarlo y acondicionarlo, pero poniendo un especial cuidado en no alterar su exquisita atmósfera ni desvirtuar su esencia”. Para la empresaria, resultaba fundamental que, hasta el último detalle, “de la paleta de colores que predomina en cada una de las estancias a los acabados, el mobiliario, las antigüedades, aquel piano del rincón perfectamente afinado, los frescos de aquella bóveda”, tuviese una coherencia, una identidad y “contase una historia”. De Santis siente comprensible orgullo porque la “residencia conceptual” a la que ha dedicado tanto tiempo y esfuerzo haya sido considerada el mejor hotel del mundo. Cree que detrás del galardón hay una apuesta deliberada por “un concepto del lujo contemporáneo que no se base en la ostentación, sino en la capacidad de proporcionar experiencias”. Solo eso explica que The World’s 50 Best apostase por “un negocio familiar recién inaugurado de una relativa modestia si lo comparamos con el resto de los nominados”.
Silvio Vettorello, gerente general del Passalacqua y del Grand Hotel Tremezzo, acudió a la gala de Londres con De Santis para acabar recogiendo un premio que “en absoluto” esperaban, porque estar entre los 50 finalistas ya suponía un sueño hecho realidad: “Supongo que tuvieron que pasar la fregona para secar nuestras lágrimas”, bromea Vettorello. Para él, el Passalacqua es, más que un hotel boutique, “un hogar lejos de casa en que ofrecemos a los huéspedes experiencias tan cotidianas como inolvidables”. “Los invitan a entrar en la cocina a charlar con nuestro chef sobre recetas de cocina tradicional italiana y lombarda, leer un libro a la sombra de un laurel, meditar al amanecer entre rosales, recoger cerezas o melocotones de nuestro huerto frutal, navegar por el lago a bordo de una de nuestras lanchas, escuchar una ópera de Bellini en el mismo lugar en que fue compuesta”, enumera.
El bar del hotel es el feudo de Stefania, maestra mixóloga, autora de delicias con raigambre local. Y en la cocina reina el chef napolitano Alessandro Rinaldi, conversador elocuente. Apuesta por “reinterpretar recetas de la cocina popular haciendo uso de ingredientes locales y dándoles un toque personal de innovación y fantasía”. Siguiendo sus consejos, degustamos un imponente osobuco con salsa de setas, unos pappardelle con vino blanco o unos pluscuamperfectos macarons que traen al paladar una catarata de recuerdos de infancia, como al gastrónomo de Ratatouille. Una muestra más, en fin, de las sensaciones que proporciona una jornada a orillas del lago de Como, en el mejor hotel del mundo.