Milan Kundera y la función del escritor

Sentía una admiración infinita por Cervantes, pensaba que los novelistas sólo debemos rendir cuentas ante él

Milan Kundera en París, el 2 de agosto de 1984.Francois LOCHON (Gamma-Rapho via Getty Images)

Milan Kundera pensaba que un novelista sensato no debe opinar sobre política: en cuanto un novelista opina sobre política, pensaba, pasa a ser juzgado por sus opiniones políticas y no por sus novelas, lo cual es una catástrofe, porque lo mejor que puede decir un novelista lo dice con sus novelas, no con sus opiniones políticas. Como insensato novelista que opina sobre política, opino que Kundera lleva razón. El escrito...

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Milan Kundera pensaba que un novelista sensato no debe opinar sobre política: en cuanto un novelista opina sobre política, pensaba, pasa a ser juzgado por sus opiniones políticas y no por sus novelas, lo cual es una catástrofe, porque lo mejor que puede decir un novelista lo dice con sus novelas, no con sus opiniones políticas. Como insensato novelista que opina sobre política, opino que Kundera lleva razón. El escritor checo habló muy poco de política en su escéptica madurez parisiense —no así en su juventud praguense de entusiasta estalinista—, pero nunca se libró del sambenito de escritor político, ni logró que sus libros dejaran de leerse como meros testimonios de un disidente de la Europa comunista. Una paradoja muy kunderiana, que demuestra que, como dijo el oráculo, hagas lo que hagas, te arrepentirás.

Kundera murió el 11 de julio en París, donde residía desde 1980. Apenas dio a la imprenta un libro irrelevante, pero, vistas con la perspectiva del tiempo, las cuatro novelas que publicó antes de La insoportable levedad del ser se me antojan casi ejercicios preparatorios. Cyril Connolly sostenía que la verdadera función de un escritor consiste en escribir una obra maestra. Kundera escribió dos: La insoportable… y La inmortalidad. La primera tuvo un problema: se convirtió en un best seller, lo que autorizó a los papanatas a despreciarla sin leerla, o leyéndola por encima. Lo sé porque yo era uno de ellos; de hecho, sólo la leí porque Italo Calvino aseguró que era un acontecimiento literario. Lo era. En esa novela cristaliza la fórmula Kundera, compuesta en lo esencial por cinco ingredientes. Primero: la feliz combinación del espíritu libérrimo, mestizo, gamberro, digresivo y humorístico de la novela primitiva (o cervantina) y el rigor geométrico de la novela moderna (o flaubertiana), que exige que cada pieza desempeñe una función en el conjunto, como en un rompecabezas. Segundo: la mezcla inextricable de narración y reflexión, de tal modo que, en las novelas de Kundera, las ideas son tan esenciales como los personajes o la trama. Tercero: una composición musical (Kundera era hijo de músico y estudió música), a base de repeticiones y variaciones de motivos que estructuran el libro y lo abren a sentidos imprevistos. Cuarto: una prosa de una transparencia cristalina, empapada de Kafka y ­Hemingway, capaz de sumergirse en honduras filosóficas sin perder claridad. Y quinto (pero no menos importante): el uso sistemático de la ironía; como cualquier persona sensata, Kundera sentía una admiración infinita por Cervantes, pensaba que los novelistas sólo debemos rendir cuentas ante él, que Cervantes había impuesto la ironía como instrumento esencial de la novela, que la ironía es una forma de conocimiento tan útil como la ciencia, y el humor, la cosa más seria del mundo.

He ahí su fórmula, que luego aplicó en sus novelas posteriores, deliciosa música de cámara comparadas con sus dos grandes sinfonías. (Es un reproche que se le podría hacer a Kundera: que, una vez que se encontró a sí mismo, no buscara otro Kundera). Fue sobre todo un novelista, pero sus ensayos son tan valiosos como sus novelas: salvo Vargas Llosa, no conozco a ningún novelista actual con una visión tan coherente, poderosa y persuasiva de la novela. Fuera de su país lo apreciamos mucho más que dentro, porque nadie es profeta en su tierra y porque sus novelas tocan puntos neurálgicos de la historia checa, ante los cuales los paisanos exigen que se tome partido con claridad, que es casi lo peor que puede hacer un novelista. Consideraba que la biografía de un autor es irrelevante para entender su obra, porque había leído a Proust y sabía que el verdadero yo del escritor “no se muestra más que en sus libros”. Consideraba asimismo que la novela es ante todo una herramienta de conocimiento existencial. “El valor de una novela”, escribió, “reside en la revelación de las posibilidades hasta entonces ocultas de la existencia como tal; dicho de otro modo: la novela descubre lo que está oculto en cada uno de nosotros”.

Milan Kundera fue uno de los novelistas fundamentales de la segunda mitad del siglo XX.

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