La artista que convirtió su propio rostro en su gran obra
La francesa ORLAN se hizo en los noventa una operación estética radical: en vez de retocarse según el canon, se puso cuernos. Ahora vuelve al arte con una revisión de los retratos de Picasso a Dora Maar
ORLAN insiste en que su nombre se escriba siempre con mayúsculas. “Me molesta muchísimo que no se tenga en cuenta”, dice con una sonrisa traviesa, de complicidad, pero también de advertencia. Esa predilección por las letras versales “no es un capricho”, insiste, sino una seña de identidad. Siente que es una manera de alzar la voz, de no dejarse silenciar, de no resignarse a pasar inadvertida: “Las mujeres tendemos a ser cautas, prudentes, y eso nos condena con frecuencia a pasar por la vida de pu...
ORLAN insiste en que su nombre se escriba siempre con mayúsculas. “Me molesta muchísimo que no se tenga en cuenta”, dice con una sonrisa traviesa, de complicidad, pero también de advertencia. Esa predilección por las letras versales “no es un capricho”, insiste, sino una seña de identidad. Siente que es una manera de alzar la voz, de no dejarse silenciar, de no resignarse a pasar inadvertida: “Las mujeres tendemos a ser cautas, prudentes, y eso nos condena con frecuencia a pasar por la vida de puntillas. A menudo ni siquiera hace falta ejercer la violencia patriarcal para silenciarnos, nosotras mismas nos quedamos quietas, calladas y en la sombra”.
Desde sus primeros años en Saint-Étienne, la mujer antes conocida como Mireille Porte (nacida en 1947) ha buscado su lugar al sol haciendo ruido. Un ruido fértil que abarca la pintura, la escultura, la fotografía, la performance, el arte digital, conceptual, “carnal” o generativo. Reconoce que ha incurrido en ocasiones en una cierta “estridencia”, como cuando se sometió a una serie de intervenciones quirúrgicas, retransmitidas en riguroso directo a museos y galerías de todo el mundo, con el objetivo, según nos cuenta hoy, “de reflexionar sobre la arbitrariedad, la tiranía y la estrechez de los cánones estéticos”.
Esta fase de arte corporal transformativo (que no body art, porque ORLAN rechaza la idea de infringirse dolor, no concibe la creación artística “como un acto de inmolación masoquista”), dejada atrás en los años noventa, le proporcionó notoriedad, pero también suscitó críticas feroces: “Dijeron que estaba loca, que aquello no era arte, me llamaron farsante y exhibicionista. Tuve que pagar el peaje que se cobra a los que se atreven a saltarse un tabú”, recuerda. Porque ORLAN no se operó para embellecerse: “Lo hice para alejarme todo lo posible del canon, para convertirme en mi propio monstruo”. Aquel tour de force quirúrgico la dejó con la barbilla de la Venus de Botticelli conviviendo en osado equilibrio con la frente de la Mona Lisa, la nariz de una escultura de Diana y un vistoso par de cuernos que ella describe como sus “órganos de seducción”. Le resultan bellos en la medida en que son peculiares: “Me hacen distinta, y mucha gente no entiende que la belleza estriba, precisamente, en lo que te convierte en ti misma porque te diferencia de los demás”.
ORLAN ha acudido a Barcelona para presentar uno de sus últimos proyectos, Las mujeres que lloran están enfadadas, que se exhibe estos días en la galería RocioSantaCruz. Se trata de una serie de 12 fotografías “híbridas”, intervenciones alevosas (o “apropiaciones flagrantes”, como prefiere decir ORLAN, que reivindica el carácter poco reverente y casi “delictivo” de la operación) en la obra de Pablo Picasso. En concreto, en los retratos que el pintor malagueño realizó de su compañera, la también artista Dora Maar. ORLAN ha querido dialogar con Picasso desde la fascinación, pero también, en más de un sentido, desde la discrepancia radical: “Picasso era un genio, no me cabe duda. Adoro su arte desde que vi por vez primera un cuadro suyo, La planchadora, que me dejó anonadada en la adolescencia, justo en la época en que estaba empezando a percibirme a mí misma como una artista”. A Picasso le reprocha su misoginia, así como la falta de empatía que, en su opinión, se percibe en casi toda su obra, pero admira “al creador superdotado y sin prejuicios que se reinventó una y otra vez y dejó una huella inmensa en la historia del arte contemporáneo”.
La presente exposición es un intento de “apropiarse de las formidables armas estéticas de Picasso y utilizarlas contra Picasso”. No se trata de juzgar al hombre y sus relaciones con su pareja: “La propia Dora Maar también tenía aspectos dudosos, o francamente aborrecibles, como la religiosidad integrista y el antisemitismo en que cayó en la parte final de su vida. Además, ¿quién soy yo para juzgar cómo gestionaron su intimidad esos dos seres humanos, cuando es obvio que me falta información y ellos ya no están aquí para defenderse?”. Lo que le importa es “la imagen de Dora Maar que Picasso quiso compartir con el mundo”. La retrató “siempre llorosa, siempre frágil, encontrando tal vez un deleite fetichista en sus lágrimas”. Así que la intervención, la “hibridación” de ORLAN ha consistido en “irrumpir en esos cuadros para convertir ese llanto en lágrimas de cólera, en un acto de autoafirmación y de rebeldía”. ORLAN ha irrumpido situando imágenes descontextualizadas de ella misma (“mis ojos, mis orejas, mis labios”), con la mirada de una mujer del siglo XXI que desmonta y subvierte.
La artista rechaza de entrada la noción de que sigue haciendo arte “carnal” y transformativo: “Eso es solo una parte de mi trayectoria, las performances quirúrgicas. No voy a volver a operarme. He pasado página. Hoy prefiero experimentar con la inteligencia artificial y el arte generativo, o con la música. En su día hice esculturas con resina y mármol de Carrara o pintura en diversos formatos. Todo eso es ORLAN. Los historiadores de arte del futuro lo van a tener muy difícil para encasillarme”. Pese a todo, minutos después, al hilo de otra reflexión sobre Olympe de Gouges y otras mujeres ilustres que se jugaron el pellejo por sus ideas, la artista vuelve sobre sus pasos: “Tal vez he sido demasiado tajante al afirmar que ya no hago arte carnal. Es evidente que el mío es un arte hecho por y para el cuerpo. Desde el cuerpo y con el cuerpo, aunque no siempre en el cuerpo”.
Incluso cuando diseña robots con su propia imagen (o inspirados en animales en vías de extinción), ORLAN lo hace desde la fisicidad más rotunda. Y se sigue transformando: “Aunque ahora centro más bien el esfuerzo transformativo en esa trastienda del cuerpo que es la mente. En cierto sentido, mi obra maestra soy yo misma. He conseguido convertirme paso a paso en el ser humano que siempre quise ser”.
Ese “devenir ORLAN” ha sido un esfuerzo con frecuencia ingrato, doloroso, que incluye demandar en 2016 a Lady Gaga por plagiar su universo creativo en el videoclip de Born this way por 29 millones de dólares y terminar perdiendo y abonando 18.000 en concepto de costas. Lo ha constatado en sus memorias -lo de Lady Gaga, no-, escritas durante el confinamiento, recién publicadas y pendientes aún de traducción al castellano: “Vengo de muy lejos. He recorrido un largo camino, y algunos de los tramos me ha tocado transitarlos casi en solitario, ante la incomprensión incluso de las personas más cercanas. Pero solo tengo una vida, y no estaba dispuesta a vivirla para papá, para mamá, para la Iglesia o para el Estado. Este es mi juego, y he decidido jugarlo con mis reglas”.