Rozalén vuelve a Albacete: una navaja, una madre “muy Almodóvar” y las grabaciones en la tumba de su padre
Aclamada como una voz destacada por su conciencia musical, la cantante es premio de las Músicas Actuales y tiene un Goya. Viajamos con ella a su ciudad natal para entender la ‘rozalenmanía’
Rozalén saca la navaja. A mitad del paseo por el centro de Albacete, se detiene y mete la mano en el bolsillo para mostrar una navaja que le regaló su padre. “Para él, como para todos los albaceteños, las navajas son muy importantes porque todo lo solucionan. Por eso, siempre se regalan”, explica. Ella la lleva consigo y la enseña orgullosa, como si fuera un objeto mágico, que le conecta a su padre fallecido y a su tierra. Acaba de dejar atrás el Pasaje de Lodares, la preciosa edificación de arquitectura modernista creada...
Rozalén saca la navaja. A mitad del paseo por el centro de Albacete, se detiene y mete la mano en el bolsillo para mostrar una navaja que le regaló su padre. “Para él, como para todos los albaceteños, las navajas son muy importantes porque todo lo solucionan. Por eso, siempre se regalan”, explica. Ella la lleva consigo y la enseña orgullosa, como si fuera un objeto mágico, que le conecta a su padre fallecido y a su tierra. Acaba de dejar atrás el Pasaje de Lodares, la preciosa edificación de arquitectura modernista creada a principios del siglo XX a imagen y semejanza de las galerías italianas y uno de los lugares más emblemáticos de Albacete. Es entonces cuando, navaja en mano, reflexiona sobre lo trascendental que es para ella estar “conectada con los ancestros”. Tiene ese regalo de su padre, pero también las canciones. “Cantar folclore también es recordar a tus ancestros. A tus abuelos, a tus padres…”, dice, mientras el filo del metal reluce en la mañana soleada. Su intenso brillo parece simbolizar el de María de los Ángeles Rozalén Ortuño (Albacete, 36 años), conocida artísticamente con el apellido de su padre, una artista que ha viajado hasta su ciudad natal para celebrar una década de carrera y hundirse en su pasado con el fin de explicar todas las señas de identidad de su aclamada música folclórica.
El paseo prosigue y la navaja sigue en la mano de Rozalén, que actualmente vive en Valdemorillo, en Madrid. Este pequeño cuchillo es como su Rosebud, aquel trineo que citaba el protagonista de la película Ciudadano Kane porque le recordaba a los años inocentes y felices de su infancia. De hecho, la cantante lo cita en la canción Es Albacete: “La navaja de mi padre / Esa que lo corta todo / Todo menos mi raíz”. Es Albacete se incluye en su último disco, Matriz, una obra que ha cosechado muy buenas críticas desde que se publicó, el pasado otoño, y que le ha llevado a asentarse como una de las voces más importantes de la escena actual después de ganar en 2021 el Goya a la mejor canción original por Que no, que no, de la película La boda de Rosa, de Icíar Bollaín, y recibir el Premio Nacional de las Músicas Actuales, galardón concedido por el Ministerio de Cultura y el más importante en la música española, y que también han ganado artistas como Joan Manuel Serrat, Amaral, Santiago Auserón, Kiko Veneno, Christina Rosenvinge, Luz Casal o Martirio. La canción, una jota representativa de la búsqueda de conexión de Rozalén con sus ancestros, fue la que compuso en honor a su ciudad y que cantó cuando dio el pregón de la Feria de Albacete en septiembre del año pasado. “La vida es toda infancia y esta tierra marcó la mía”, dijo antes de entonar sus versos ante 12.000 albaceteños que se congregaron frente al balcón del Ayuntamiento en la peatonalizada plaza del Altozano. Hoy, mientras pasea por las mismas calles que la vieron crecer, Rozalén no puede dar tres pasos sin que alguien la pare para pedirle una foto o autógrafo, la salude o le lance todo tipo de piropos. Es un rostro tan conocido en la ciudad que, literalmente, es el primero o el último que ven muchos en Albacete: un enorme cartel publicitario con su cara preside la estación de tren de Albacete-Los Llanos porque ha participado en la última campaña turística de Castilla-La Mancha. Este es otro motivo más para que la rozalenmanía sea imparable en tierras manchegas… y ya se haya propagado a más territorios de la Península.
La raíz más profunda de Rozalén con Albacete se encuentra en el barrio de Fátima. Allí, después de nacer en el hospital universitario de la ciudad, se crio en una casa “muy humilde” de 57 metros cuadrados. “No tenía habitación propia”, cuenta al pasar por ella. “Como mi padre trabajaba en Toledo, dormía con mi madre en su cama de lunes a viernes, pero los fines de semana, cuando mi padre regresaba a casa, dormía en el sofá del salón”. Su padre, Cristóbal, era un sacerdote que dejó la sotana por casarse con su madre, Ángeles. “El permiso del Papa tardó en llegar, por lo que, primero, nos casamos por lo civil y, luego, por lo religioso en Torrejón”, cuenta Ángeles Ortuño, “Angelita para todo el mundo”. Angelita y la madre de esta, “la abuela Ángeles”, fueron las personas que más inculcaron a Rozalén el amor por la música. Ambas hacían palmas a la niña y le recitaban poesías en casa y en Letur, el pueblo de la familia materna, enclavado en la sierra del Segura, donde pasaron tantos fines de semana y tantas vacaciones. “Mi María Ángeles siempre tuvo mucho talento”, recuerda su madre, una mujer muy dicharachera, llena de energía e inspiración para su hija. “Mi madre canta mejor que yo”, confiesa Rozalén. “Y es única. ¡Lo que se pierde Almodóvar de no conocer a mi madre!”, añade con una sonrisa kilométrica. Más allá del talento heredado, las tradiciones, tan importantes en tierras manchegas, también desempeñaron su papel, y su madre quiso mantener una con ella. Dice una tradición en Albacete que, si la primera vez que se le corta las uñas a un bebé se hace detrás de una puerta cantando y el canto es bonito, el bebé tendrá muy buen oído para la música. “Son cosas de viejas, pero funciona”, señala Angelita mirando a su hija, quien ahora ejecuta esta tradición con los bebés de sus amigas.
Aquellas primeras uñas fueron cortadas en la casa de 57 metros cuadrados que ahora tiene una placa que recuerda que allí vivió Rozalén durante 18 años. Después, la joven prodigiosa del canto de Albacete se fue a otra casa cercana con su familia, en la que ahora vive su madre sola, rodeada de fotografías familiares, y en la que murió su padre y su abuela Ángeles pasó sus últimos años de vida antes de ser ingresada en el hospital. Esa casa es un piso más grande, donde descansa una vela encendida al fondo del pasillo con las imágenes de las vírgenes del Pilar y de los Llanos. “Es en recuerdo a mi marido y a mi madre”, explica Angelita. Al lado está la habitación que todavía es de Rozalén, aunque en los últimos años esté ocupada por sus sobrinos Nahara y Fran, hijos de su hermano Fran. Sin embargo, entre los gatitos colgados en la pared, las muñecas y un payaso con saxofón todavía se ven vestigios del pasado de la cantante: sus diccionarios de inglés Oxford, sus primeros premios musicales y sus pilas de cedés en las que se pueden ver sus gustos adolescentes marcados por discos de Queen, Tom Jones, Los Secretos, Jorge Drexler, Héroes del Silencio o recopilaciones de cantos brasileños, bolivianos o por la libertad. Y otro al que guarda mucho cariño: la banda sonora de la película Titanic. “¡Menuda obsesión tuve con esa película! Me enamoré locamente de DiCaprio. Cantaba la canción a todas horas y mi abuela me hizo un cuadro de punto de cruz del barco. Soy la mayor experta sobre la historia del Titanic por culpa de la película. Lo leí y lo vi todo sobre la tragedia”, confiesa Rozalén. Y, sin mediar pregunta, añade entre risas otra obsesión: “Los Backstreet Boys y las Spice Girls. ¡Me encantaban! En mi grupo de amigas, yo era la pelirroja de las Spice Girls, la que era un poco más fresca. ¡Hasta me echaba espray rojo en el pelo!”.
Aquella Rozalén adolescente está registrada en un gran álbum de fotos llamado Fotos de mi Mª Ángeles y que guarda su madre en el salón. Aparecen imágenes de la niña junto a jarrones de flores —”la gran obsesión de mi madre era ponerme al lado de flores”, indica Rozalén—, con su hermano, con sus padres, con sus abuelos y con su guitarra. Estas últimas se recogen en un epígrafe en el que se lee: “Loca por la música”. Razón no le falta al texto. La joven Rozalén demostró muy pronto que lo suyo con la música era más que una pasión. A los siete años formó parte de la rondalla del barrio de Fátima, a la que perteneció durante nueve años como instrumentista de guitarra y bandurria. “Cuando empecé en la música evitaba contar esta parte de mi vida porque el folclore estaba como mal visto, como algo muy caducado. Ahora lo cuento con mucho orgullo. Qué tontos somos a veces…”, explica la cantante, quien en Matriz se rodea de las rondas de Motilleja y Boltaña. Su madre, muy folclórica, exclama: “¡No veas qué colorín cogía el piso con esa música!”.
Muy cerca de la casa del barrio de Fátima se encuentra el colegio Santo Ángel de la Guarda, donde una Rozalén adolescente entró en contacto por primera vez con el micrófono y con una audiencia. Al llegar al centro se ve un letrero sobre la pared de ladrillo en el que se lee: “Ser para los demás”. Los niños se percatan de que Rozalén ha entrado al colegio y salen disparados a abrazarla. Si la pasión que se percibe en las calles al verla es grande, aquí la rozalenmanía es incalculable. Los niños están locos con ella. Algunos se quedan abrazados como lapas felices que no hay forma de separar. Ella ríe y habla con ellos, intentando no perder el equilibrio. Uno de los secretos de Rozalén es su éxito trasversal, atravesando varias generaciones: sus conciertos están repletos tanto de señoras como de jóvenes, mientras no para de crecer la fiebre por ella entre los más pequeños. Es algo muy difícil de ver en la música. Pablo Noguera, director de management de RLM, su agencia de representación, y que la acompaña en este viaje, intenta explicar esta pasión que despierta entre los niños: “Creo que se debe a que es muy escuchada en los colegios. Usan su canción ‘La puerta violeta’ para explicar las agresiones machistas”.
La puerta violeta es una de entre un buen puñado de canciones que Rozalén tiene dedicadas a diversas causas. Hoy en día, su nombre es sinónimo de conciencia y solidaridad. Está en tantas iniciativas que, como reconocen en RLM, su agenda está “imposible”. Lo difícil es no verla metida apoyando cualquier causa. Siempre está disponible para marchas y eventos en favor del movimiento feminista, del colectivo LGTBI, de la protección de los animales, de la lucha contra el cáncer, del impulso de la musicoterapia con enfermos de párkinson y colectivos en riesgo de exclusión social, de la defensa del mar Menor… Incluso se ha ganado el corazón de las personas sordas porque en todos sus conciertos lleva a su amiga Beatriz Romero, una técnica especialista en interpretación de la lengua de signos. Aparte de esta responsabilidad social, Rozalén se reconoce como una persona “hipersensible”. “Casi diría que tengo un problemón. Hablo de algo que me toca y me emociono. Es muy fuerte porque no puedo ver muchas películas o no puedo verlas otra vez. Por ejemplo, La lista de Schindler. Cuando la vi me quedé jodida un mes. Se me repetían imágenes, no paraba de pensar en ella… En fin, esa sensibilidad es la que también me hace componer canciones, pero no mejoro en eso… Voy a peor”, dice con una sonrisa. Ya de adolescente, la primera canción propia que cantó en su vida con público fue una reivindicativa. Fue con 14 años en el teatro escolar. Era un tema compuesto por ella sobre las pateras y el problema de la inmigración. “Siempre le preocupaba todo lo social”, cuenta Eduardo Sánchez, que fue su profesor y actualmente es el director del colegio Santo Ángel de la Guarda. “Pero nunca perdía la alegría”, añade. José Hernández, su profesor de secundaria de Historia, lo corrobora: “Era muy inquieta. Una muy buena alumna preocupada por lo social. Entraba en todo tipo de debates sobre las injusticias y la discriminación”. Sin embargo, Rozalén recuerda que, unos meses antes, se quitó el miedo de cantar en la parroquia del barrio, donde solía tocar canciones de Víctor Manuel o Joaquín Sabina. El cura Pedro Roldán la obligó a cantar un día. “Tenía tanta vergüenza que lo hice de espaldas a los feligreses”, confiesa la cantante, quien se había pasado mucho tiempo en su cuarto imitando a Mónica Naranjo, Ana Torroja o María Belmonte con micrófonos de bola de papel de plata hechos por su abuela Ángeles.
Hoy ya no se ven esos micrófonos en la habitación de Rozalén, aunque sí, apoyados en una esquina, los bastones que usó su abuela para moverse por la casa. En esa habitación pasó los últimos cuatro años de su vida la abuela Ángeles cuando estaba enferma y era cuidada por su hija Angelita. Rozalén los recuerda muy bien y cuenta que tiene muchas horas de conversaciones grabadas con su abuela. “Tenía un coco tremendo”, indica. “Ella me dio uno de los mejores piropos que me han dicho en la vida. Era muy religiosa y su revista favorita era Vida Nueva, la de la Iglesia. Me hicieron una entrevista allí y ella la leyó ya muy enferma. Me dijo: ‘No me quiero morir porque no me quiero perder tu vida”. A Rozalén le tiembla un poco la voz. Cuando su abuela murió, en noviembre de 2020, algunos medios de comunicación se hicieron eco de la noticia. Ella, siempre tan activa en redes sociales, había compartido momentos con la que calificó como su “heroína”. “Sus enseñanzas eran dignas de observar con atención”, dijo cuando lo comunicó. Ahora, simplemente, recuerda algunas reflexiones con ella: “Mi abuela me decía antes de morir que se quería morir. Decía que ya había vivido todo y que se podía morir. Se quejaba de que no sentía ya nada por culpa de las pastillas que tomaba. Decía que ya no lloraba ni sentía y eso no era vida. Pienso mucho en eso. Porque yo quiero sentir, es decir, reír y llorar”. Y añade otro pensamiento que le dejó su abuela: “Ella también decía: ‘Quien quiere la fama no desea la felicidad’. Yo no lo entendía cuando lo decía, pero ahora sí”.
Rozalén quiere la felicidad más que la fama, pero la fama ya forma parte de su vida y le trastocó su brújula. Lo reconoce ahora, sentada en un bar de Albacete consultando un menú del día y después de seguir haciendo de embajadora de la ciudad al explicar las excelencias culinarias manchegas y comentar lo “rico” que está el atascaburras, un contundente plato campesino que aparece en El Quijote y que está elaborado con patata, ajo, bacalao, nueces, huevos y aceite de oliva. “Fui a la psicóloga para saber cómo había que gestionar el éxito”, confiesa. “Me hacían daño muchos comentarios de todo tipo por mis canciones reivindicativas o por el simple hecho de cantar. La psicóloga me dio herramientas para saber que todos mis actos tienen consecuencias. Hay comentarios destructivos que no tienen ningún argumento, pero otros sí. Hay que saber comprender cosas que lees o te dicen. Aprendí eso y a entender que todo es como una lluvia de verano que se pasa, nada es tan importante. Cuando empiezas a tener una pequeña parte de gente que te odia es porque te va muy bien”.
Matriz —nombre que viene de unir las palabras matria y raíz— es un trabajo en el que late el amor de una forma natural y diversa. De hecho, la primera canción, en la que colabora Rodrigo Cuevas, se titula ‘Te quiero porque te quiero’. “En el disco hay mucho amor a la tierra. La transmisión oral del folclore ha sucedido por las mujeres. Se cantaba en cocinas, patios, lavanderías…”, explica la cantante, quien reconoce que tiene “espejos” en Natalia Lafourcade y Sílvia Pérez Cruz. Esta última le hizo “un gran regalo” cuando le cedió la canción Amor del bo, una habanera incluida en el disco y en la que ambas cantan en catalán. Rozalén también lo hace en el álbum en gallego con Tanxugueiras y en euskera. “No tiene sentido un disco folclórico si no es compartido”, asegura. Por compartir, quiso compartir hasta música con sus ancestros. En el álbum hay unos interludios que son trocitos pequeños de canciones que cantaba con su familia y que fueron grabados en el cementerio frente a la tumba de sus abuelos y su padre.
Cristóbal Rozalén murió en casa el 17 de febrero de 2022. Se encontraba en la habitación de su hijo Fran, justo enfrente de la de Rozalén, cuando le acometió su último aliento. “Estaba viendo la entrevista a Bono que le hacía Ana Pastor cuando, de repente, se fue”, explica su mujer Angelita, que se lo encontró muerto sobre la cama y el televisor encendido. Cristóbal había trabajado durante años como jefe de prensa del político socialista y era muy querido en su pueblo, Balazote, del que Rozalén es hija adoptiva. A él le dedica la canción Si me quieres escribir. “Era la canción que más le emocionaba. Nos recordaba a mi abuelo Francisco”, cuenta. “El folclore me ha acompañado a saco en el proceso de duelo”. Y rememora todas esas veces que su padre le decía que tenía que estar siempre disponible para sus seguidores: “Siempre soltaba: ‘Si esta gente te ha comprado 20 discos, tienes que pararte con cada uno y firmárselo. Comes gracias a ellos”.
Rozalén camina por el casco histórico de Albacete y se para cada tres pasos a atender a los que la asaltan. Autógrafos, selfis, conversaciones variopintas… Está siempre disponible, como le enseñó su padre. La música folclórica, recogida en Matriz, ha sido su forma de llegar hasta la raíz de sí misma, de conectar con sus ancestros, de reivindicar el mundo rural con el que creció. El tatuaje de una rama de olivo se deja ver en uno de sus tobillos. Es otra forma de recordar de dónde viene. “Mi infancia fue muy feliz. Estaba muy ligada al silencio, a la naturaleza y a estar rodeada de gente mayor”, dice. En el bolsillo, mientras tanto, guarda la navaja que le regaló su padre. Y en este punto conviene volver a tirar de las tradiciones manchegas, que tan importantes son para la familia de esta cantante tan querida en su tierra. La tradición en Albacete dice que, cuando alguien regala una navaja, se debe dar a cambio la moneda más pequeña que se lleve encima en ese momento. Porque, si no se da moneda, la navaja puede traer mala suerte. A la vista de los resultados, con Rozalén sonriendo sin parar, metiéndose en mil proyectos, recibiendo premios y reconocimientos, y llenando aforos allí por donde va, no hace falta preguntar a la María Ángeles si cumplió con la tradición: le dio la moneda más pequeña a su padre.