Arquitecturas mentales

El Papa recibe una limosna por parte de un niño en Sudán del Sur. Vatican Media (Europa Press)

Qué diría usted que está depositando ese niño en la mano del Papa? Yo habría jurado que una carta para Dios, del mismo modo que se entrega a los pajes de los Reyes Magos, en los grandes almacenes, una carta para Melchor o para Baltasar, no sé cuál es ahora el preferido. ¡Hay tantas cosas que le puede pedir a Dios un niño africano, incluso un niño a secas! Dios no debería necesitar cartas, lo ve todo, lo sabe todo, lo comprende todo. Dios está al tanto del frío, del hambre, del c...

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Qué diría usted que está depositando ese niño en la mano del Papa? Yo habría jurado que una carta para Dios, del mismo modo que se entrega a los pajes de los Reyes Magos, en los grandes almacenes, una carta para Melchor o para Baltasar, no sé cuál es ahora el preferido. ¡Hay tantas cosas que le puede pedir a Dios un niño africano, incluso un niño a secas! Dios no debería necesitar cartas, lo ve todo, lo sabe todo, lo comprende todo. Dios está al tanto del frío, del hambre, del calor, de la peste, está al tanto de los terremotos y ve a la gente cubierta por los escombros de lo que hasta hace poco eran sus hogares. Dios conoce la existencia del mal, pero no puede acabar con él sin acabar al mismo tiempo con el libre albedrío, signifique lo que signifique libre albedrío. Dios vive atrapado en una lógica de carácter teológico, qué le vamos a hacer, es su carácter.

Pues lo que el niño pobre le está entregando al Papa rico es un donativo. El niño cree que lo que Dios necesita para ser más Dios no es una lista de necesidades, sino un billete de curso legal, como si Dios fuera dinero y fuera más Dios cuanto de más dinero dispusiera. El niño tiene eso metido en la cabeza. El Papa podría haberle explicado que un botón de su sotana valía más que cien donativos como el suyo, o que el cáliz con el que oficia la misa es de oro, o que sus cardenales viven en apartamentos y pisos de lujo. Pero comprende que sería un escándalo, que es muy difícil desmontar la arquitectura mental del creyente ingenuo, de modo que acepta el billete sudado. Quizá se lave las manos después de deshacerse de él.

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