Un viaje por el Maine de Stephen King
“¿Quién querría vivir en un mundo sin monstruos?”, se preguntó el escritor. Decidió abrir una puerta a otro mundo sin salir de casa y convirtió su tierra en escenario del terror. Un viaje por los territorios reales y de ficción del autor de ‘It’ y ‘El resplandor’
Existe un lugar en Bangor, Maine, en el que puede sostenerse el hacha de Jack Torrance. Es una librería con un único tipo de libros, y una inacabable colección de objetos relacionados con esos mismos libros. Su nombre es Gerald Winters and Son Rare Books, esto es, Libros Raros Gerald Winters e Hijo, aunque popularmente se la conoce como la tienda de souvenirs y novelas, en tantas y tan distintas ediciones como pueda imaginarse, de su vecino más ilustre: Stephen King (Portland, 75 años). Situada en el número 48 de la calle Main, la tienda tiene aspecto de pequeño museo no oficial —puede ...
Existe un lugar en Bangor, Maine, en el que puede sostenerse el hacha de Jack Torrance. Es una librería con un único tipo de libros, y una inacabable colección de objetos relacionados con esos mismos libros. Su nombre es Gerald Winters and Son Rare Books, esto es, Libros Raros Gerald Winters e Hijo, aunque popularmente se la conoce como la tienda de souvenirs y novelas, en tantas y tan distintas ediciones como pueda imaginarse, de su vecino más ilustre: Stephen King (Portland, 75 años). Situada en el número 48 de la calle Main, la tienda tiene aspecto de pequeño museo no oficial —puede recrearse un cementerio de animales, o mostrarse el impermeable ensangrentado de Georgie Denbrough y una colección de puertas cerradas— por el que tal vez el propio King se deja caer de vez en cuando.
Sí, King pasa parte del año en Bangor. Es allí donde se encuentra su mansión de puerta forjada en hierro —y murciélagos— del siglo XIX. En el número 47 de la calle Broadway. Pero también viven en Bangor los protagonistas de It, de Un saco de huesos, de Insomnia, de El cazador de sueños, y, en parte, de 22/11/63. Porque Bangor es Derry, una de las tres ciudades ficticias de Maine —Castle Rock y Salem’s Lot son las otras dos— que King inventó cruzando al otro lado de un espejo propio: el que le permitió que todo lo que no existía en el aburrido mundo de su infancia existiera en realidad. No, King no quería vivir en un Maine sin monstruos. Así que creó su propio Maine, uno en el que todo es idéntico y terroríficamente distinto a la vez. Empezando por Thomas Hill Standpipe.
La mastodóntica torre de agua, que King contemplaba desde el banco en el que a veces se detenía a tomar notas para It, es el lugar donde supuestamente vive, o, mejor, del que sale Pennywise en la novela. Sí, el maléfico payaso mutante capaz de encarnar hasta el último monstruo, y miedo, imaginable —en cierto sentido, It es, como dijo Bret Easton Ellis, “el Ulises del terror”—, flota allí abajo. La estatua de Paul Bunyan, el leñador gigante, y superheroico, mito del folclore estadounidense y canadiense, hasta cierto punto ridícula, inofensiva, inquieta sin remedio a todo aquel que recuerde cómo acaba poseída por algún tipo de demonio —uno de esos miedos hechos monstruos—, y ataca al gracioso Richie Tozier. La estatua tiene también un pequeño papel en Insomnia.
El lago del que emerge el fantasma en Un saco de huesos es uno de los destinos más que probables del río que cruza Derry, y que a buen seguro es el mismo que cruza Bangor. Los graneros abandonados y los solitarios campos de fútbol con los que convive Carrie White en Chamberlain —un diminuto pueblo de Maine real, una copia necesariamente deformada del existente— podrían encontrarse también en Castle Rock localidad a unos supuestos 200 kilómetros de Derry—, epicentro de La zona muerta —nació con ella, en 1979—, Cujo, La mitad oscura, La tienda, un puñado de relatos y hasta la reciente Elevación. Con algún Plymouth Fury —la futura, y maldita Christine— debió cruzarse el escritor en su a la vez idílica y claustrofóbica adolescencia.
Porque si algo tiene el paisaje de Maine, del otro Maine, el Maine que empezó existiendo únicamente en la cabeza de un niño que se negaba a vivir en un mundo sin monstruos —”¿quién querría vivir en un mundo sin monstruos?”, se ha preguntado en más de una ocasión el escritor— y acabó convertido en un creador de monstruos, es la clase de mezcla perfecta que ha convertido su obra en un clásico del género. Tomemos la inocente mente de un niño como se toma la inocente mente de un lugar, apaguemos la luz y abramos la puerta a lo desconocido. Ocurrirá que ya nada, ni nadie, volverá a ser el mismo. Ni el lugar, ni el niño. King convirtió su ciudad en su propio reverso jugando a que todo fuera posible. La maldijo con el poder de la ficción, por macabra fortuna para todos.