Dos pájaros

Carlos García Adanero y Sergio Sayas conversan en el Congreso de los Diputados, el 3 de febrero de 2022.Eduardo Parra (Europa Press)

No sabemos si están a punto de consumar la traición o acaban de llevarla a cabo. Sea como fuere, la foto se obtuvo durante el pleno del Congreso en el que se votó el decreto de la reforma laboral, y en el que Carlos García Adanero (izquierda) y Sergio Sayas (derecha) remataron el engaño al que nos habían sometido durante la jornada anterior y la mañana del día de autos. Que la disciplina del voto estaba garantizada, decían. Que eran personas respetables, responsables, gente recta, sin doble ...

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No sabemos si están a punto de consumar la traición o acaban de llevarla a cabo. Sea como fuere, la foto se obtuvo durante el pleno del Congreso en el que se votó el decreto de la reforma laboral, y en el que Carlos García Adanero (izquierda) y Sergio Sayas (derecha) remataron el engaño al que nos habían sometido durante la jornada anterior y la mañana del día de autos. Que la disciplina del voto estaba garantizada, decían. Que eran personas respetables, responsables, gente recta, sin doble cara y todo eso. Se trataba, en realidad, de no dar tiempo al PSOE para establecer otros pactos. Hablamos de una trampa, de un ardid consensuado sin duda con el PP para provocar una crisis que devino, justicia poética, en un ridículo espantoso para los autores intelectuales de la cosa. Todo en plan sucio, feo, todo con el mismo olor a podrido del tamayazo que arrebató en su día a Rafael Simancas la presidencia de la Comunidad de Madrid.

Quizá pensaron que en las aguas fementidas de la política actual podrían disfrazar de un impulso moral su ignominiosa actuación. Somos gente de bien, jamás haríamos algo que repugnara a nuestra conciencia, etcétera. En tal caso, ¿por qué no haberlo advertido antes, cuando su discurso habría sido más creíble? Porque el precio de la infamia incluía el fraude. Aquí tienen a ambos, de perfil, asomando sus rostros por encima de las mascarillas pandémicas, intercambiando alguna confidencia purulenta. Basta fijarse en la oscuridad de sus miradas torvas, como las de un sol enfermo, para advertir que no pueden tramar nada decente estos dos pájaros de mal agüero.

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