El recibo de la luz estalla
El incremento en la tarifa de la electricidad fue el gran detonante de la subida de precios en el final del año
Filomena fue el aperitivo de lo que estaba por llegar. El año empezó con el sobresalto del mayor temporal de frío y nieve en el centro de España en décadas, que disparó el consumo de electricidad en más de un 15% respecto a los habituales para esas fechas. Los precios, lógicamente, subieron, pero siempre en niveles más que manejables: el megavatio hora (MWh) en el mercado mayorista aún rondaba los 80 euros, una cifra que hoy invita a la añoranza. Después llegó lo peor: en lo puramente económico, 2021 será recordado co...
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Filomena fue el aperitivo de lo que estaba por llegar. El año empezó con el sobresalto del mayor temporal de frío y nieve en el centro de España en décadas, que disparó el consumo de electricidad en más de un 15% respecto a los habituales para esas fechas. Los precios, lógicamente, subieron, pero siempre en niveles más que manejables: el megavatio hora (MWh) en el mercado mayorista aún rondaba los 80 euros, una cifra que hoy invita a la añoranza. Después llegó lo peor: en lo puramente económico, 2021 será recordado como el ejercicio en el que una crisis energética en todos los frentes posibles —gasolina, gasóleo, gas natural y, sobre todo, electricidad— abrió un roto en el bolsillo de las familias y vapuleó cualquier pronóstico cabal de inflación.
Los 80 euros de Filomena se convirtieron en 100 a finales de julio, en 150 a mediados de septiembre, en casi 300 a principios de octubre, su pico histórico y en niveles muy cercanos a los actuales. Y nada invita a pensar que el precio medio en el mercado mayorista, del que bebe el coste de la luz que tienen que afrontar los hogares y las pymes acogidas a tarifas reguladas —4 de cada 10—, vaya a corregir su rumbo en los estertores del año. Se quedará, así, a un paso de triplicar los valores del año pasado. Y más que duplicará las cifras de 2019, cuando la pandemia ni estaba ni se la esperaba. Malas noticias para los usuarios, sí, pero también para las industrias que más electricidad consumen, que están teniendo que afrontar unas facturas mucho mayores que sus pares francesas y alemanas y que se las están viendo y deseando para seguir compitiendo.
La historia es más o menos sabida, pero nunca está de más recordar los dos factores que han descosido el mercado eléctrico. Primero y más importante, el coste disparado del gas natural, que ha llegado a cuadruplicar su precio este año por el aumento de la demanda asiática y las crecientes dudas sobre las interconexiones que surten a Europa. Segundo, pero también relevante, el encarecimiento del mercado europeo de derechos de emisión de dióxido de carbono (CO2).
Todo, bajo el paraguas de un sistema de fijación de precios en el que la tecnología más cara, la que aporta el último kilovatio hora, fija el precio que se abona al resto de energía producida. Y de un ecosistema de información imperfecta en el que muchos consumidores no saben ni lo que tienen contratado ni las opciones a su disposición. El resultado: una crisis imprevista que ha roto los esquemas, y que están aprovechando los defensores de la nuclear y de los combustibles fósiles para colar su mensaje en la agenda pública.
La subida de la luz se ha convertido en el principal detonante del aumento de los precios, con la inflación acercándose peligrosamente al 6% en el tramo final del año, llevándose por delante una fracción no pequeña de la renta de las clases medias —a las más bajas las ha protegido el bono social, duplicado para hacer frente a la coyuntura—. Y también una promesa política, la de Pedro Sánchez —”me comprometo a que cuando acabe 2021 se habrá pagado lo mismo por la luz que en 2018″, decía en septiembre a este diario—, cuyo cumplimiento se presenta como casi imposible a pocos días de que termine el año, al menos para ese casi 40% de los hogares que tiene contratada una tarifa regulada. Todo, a pesar de la rebaja fiscal —el IVA que grava la luz ha pasado del 21% al 10% y el impuesto de generación eléctrica ha quedado suprimido— y del redireccionamiento de los beneficios caídos del cielo de la cuenta de resultados de las eléctricas al abaratamiento de la factura. Medidas, todas ellas, tan bienvenidas —¿dónde estaría el recibo sin ellas?— como insuficientes.
Los árboles del hoy, cuando algo tan difícil de comprender como el coste del megavatio hora abre informativos, hacen difícil ver el bosque. Pero ese bosque está ahí, no tan lejos como pueda parecer. Un vistazo al mercado de futuros apunta a que el año que viene los precios seguirán en niveles históricamente muy altos, en el entorno de los 150 euros, pero por debajo de las cifras actuales. Siempre al compás que marca el gas natural, que necesariamente bajará después de la primavera, cuando pasen los meses de frío, no cabe esperar sino un descenso sustancial de la factura: los ciclos combinados, alimentados con este combustible, marcan el precio marginal muchas horas al día. Y su abaratamiento arrastrará consigo a los precios finales en el mercado mayorista.
En un horizonte algo más amplio, un factor mucho más estructural rebajará con fuerza la factura a medio plazo. A medida que las renovables sigan ganando cuota año tras año, ajenas a las turbulencias del momento, las franjas horarias con el viento y el sol marcarán el precio final del mercado. Ese optimismo tiene sustento: las últimas subastas de eólica y de solar rondan los 30 euros por MWh, seis veces menos, que se dice pronto, de lo que vale estos días la luz en el mercado mayorista. Aún quedan curvas y baches en el camino, pero los precios del mañana —o del pasado mañana— se parecerán más a los del ayer que a los del hoy.