El arte rebrota y busca el equilibrio entre el éxito comercial y los debates sociales
El arte renace con fuerza tras el parón de la pandemia con galeristas comprometidos, artistas activos y obras trangresoras
Cuenta la artista Concha Jerez que el corazón del edificio Sabatini del Museo Reina Sofía son sus escaleras: “Son caminables, con escalones muy bajitos, que te incitan a mirar hacia dentro, igual que el edificio, que siempre mira hacia el patio central”. La artista canaria, que este año cumple 80 años, conoce bien los entresijos del centro de arte madrileño. Varias de sus salas acogieron hasta el pasado enero Que nos roban la memoria, su última gran exposición. Sin embargo, hasta hoy no conocía la historia del mo...
Cuenta la artista Concha Jerez que el corazón del edificio Sabatini del Museo Reina Sofía son sus escaleras: “Son caminables, con escalones muy bajitos, que te incitan a mirar hacia dentro, igual que el edificio, que siempre mira hacia el patio central”. La artista canaria, que este año cumple 80 años, conoce bien los entresijos del centro de arte madrileño. Varias de sus salas acogieron hasta el pasado enero Que nos roban la memoria, su última gran exposición. Sin embargo, hasta hoy no conocía la historia del monumental ascensor construido con las medidas necesarias para aupar hasta su ubicación actual el Guernica, de Picasso, la obra que consagró la transformación del antiguo hospital de menesterosos de la capital en el gran centro de arte contemporáneo madrileño.
En el retrato grupal que abre este reportaje, Concha Jerez comparte el montacargas con un grupo de galeristas y artistas reunidos con motivo de la edición número 12 de Apertura Madrid Gallery Weekend, el evento que marca el inicio de la temporada madrileña de exposiciones y que organiza Arte_Madrid, una asociación que agrupa a 52 galerías de la capital. Entre el 9 y el 12 de septiembre, además de inaugurar sus muestras, los espacios participantes ofrecerán recorridos, visitas y encuentros. El objetivo es destacar el papel de las galerías en la vida cultural. También marcar la reactivación de la actividad artística de la capital tras un año y medio al ralentí por la pandemia.
No es baladí la presencia en este proyecto de Jerez, premio Nacional de Artes Plásticas 2015 y premio Velázquez 2017. Aunque la gran dama del arte in situ español lleva desde los años setenta interviniendo en espacios, instituciones y museos de todo el mundo, no exponía en una galería privada madrileña desde 1988. Ahora, varias piezas de vídeo surgidas a partir de performances e intervenciones de distintas épocas convivirán con obras específicas en Freijo Gallery, fundada en 2010.
“La galería siempre ha trabajado con autores muy implicados con su tiempo”, explica el artista y gestor Ramón Mateos. Dos años antes de la pandemia, Mateos propuso a la galerista Angustias Freijo aprovechar la planta superior de su local en la calle de Zurbano para trabajar con creadores nuevos y formatos más flexibles. El resultado de aquella propuesta, el proyecto curatorial LZ46, acumuló premios y testó una metodología que ahora ejemplifica la muestra de Jerez, Mediciones de tiempos. Nada que ver con colgar un cuadro en una pared y sentarse a esperar que alguien lo compre. “Lo que ha cambiado es el trabajo de los artistas”, apunta Mateos. “Ya no solo se quedan en su estudio, sino que han tomado un papel mucho más activo en la programación de sus propios proyectos”.
Las galerías conforman un eslabón complejo, y no siempre el más popular, en la cadena que constituye el ecosistema del arte contemporáneo. Para Manuel Fernández-Braso, codirector de la galería Fernández-Braso y presidente de Arte_Madrid, un objetivo de Apertura es normalizar la idea de que, para subsistir, el arte debe comprarse y venderse, por poco romántico que suene. “El coleccionismo es necesario porque los artistas necesitan vivir y tener ingresos para crear”, explica. “Y las galerías necesitan tener ingresos para mantenerse abiertas, pagar el alquiler o la hipoteca, los salarios de los trabajadores, los costes sociales y el desarrollo de su propia actividad. Organizar exposiciones, generar publicaciones y textos son labores muy costosas que se hacen gracias a los ingresos generados por la venta de obras”. Para apoyar sus palabras, el galerista alude al escenario de este reportaje. “En la nueva reordenación del Reina Sofía, un buen porcentaje de lo expuesto ha sido adquirido en galerías. Puede que el museo sea el final del recorrido, pero el origen somos nosotros”.
La veteranía de Concha Jerez defiende la misma idea. “Comercializar el arte no quiere decir que el artista tenga que someterse al mercado ni que el galerista pretenda que el artista cambie. Los buenos galeristas no hacen eso, sino que defienden a sus artistas. En 1990 hice una exposición en Wiesbaden y en España no se escribió ni una línea de ello, porque en aquel momento no trabajaba con ningún galerista que dijera ‘esa es mi artista”, recuerda.
En Madrid, la historia del negocio del arte está asociada a nombres como Fernando Vijande en los setenta, Juana Mordó y Elvira González en los ochenta o Soledad Lorenzo y Juana de Aizpuru en los noventa; marchantes, humanistas, críticos y relaciones públicas que, en unas décadas de cierto vacío institucional —la primera edición de Arco se celebró en 1982 y el Reina Sofía se inauguró en 1992—, fueron un rompehielos para difundir el arte nuevo y reciente y para impulsar un mecanismo imprescindible en el sector: la vida social, las amistades y las redes de contactos. “Antes las galerías eran un lugar de encuentro de distintas sensibilidades políticas, artísticas, culturales”, explica Fernández-Braso al rememorar el establecimiento que regentaba su padre. Allí, de niño, se revolcaba en la moqueta copiando con bloc y lápiz una obra de Miró mientras un grupo de habituales, “siete u ocho cada tarde”, se reunían para pasar la tarde charlando “como en una tertulia de café”.
En las últimas décadas, la profesionalización del sector ha llevado a una cierta asepsia. Al fin y al cabo, la galería de paredes blancas —y sin moqueta—, concebida como un espacio vacío o un contenedor neutro, ha sido fundamental para fomentar el silencio, la concentración y la sensación de extrañeza que potencia el arte conceptual. Sin embargo, cuenta Fernández-Braso, en los últimos tiempos hay un intento —él lo denomina “naturalización”— de volver a convertir las galerías en puntos de encuentro. “Ahora somos más racionales y menos románticos que antes, pero lo que nos interesa sigue siendo el contacto con el público”, apunta. “Las galerías se alimentan de estar con gente, de hablar con otras personas. A una galería se la mide por el peso de sus artistas en la sociedad”.
Las cuatro emprendedoras que en 2012 abrieron Twin Gallery también tenían en mente esta dimensión social. “Tenemos fama de ser una galería fresca pero seria”, explica Cristina Fernández, fundadora de la empresa junto a Beatriz Fernández, Blanca Fernández y Rocío de la Serna. “Planteamos proyectos de reflexión y con calidad, que no sean solo decorativos”. Este septiembre exponen nuevas obras de Valle Galera, una creadora nacida en 1980 que ejemplifica el patrón oro del mercado madrileño: artistas en la mitad de su carrera —es decir, ni tan emergentes como para resultar desconocidos ni tan consagrados como para entrar en la órbita de los museos—, con una relación duradera con su marchante —una exposición cada dos años, aproximadamente— y cuyas obras abordan cuestiones candentes. En sus nuevos trabajos, Galera traza una línea entre la estancia neoyorquina de Federico García Lorca, su contacto con la efervescencia cultural del Renacimiento de Harlem y la novela Passing (1929), de Nella Larsen, que cuenta la historia de una mujer negra que consigue ser identificada como blanca.
En la galería Casado Santapau, la temporada viene marcada por un sutil giro de timón: todas las muestras de este curso estarán dedicadas a la pintura. “Podemos exponer solo lo que nos gusta, creemos en ello y es un nicho de negocio”, explica Damián Casado, un profesional de la gestión cultural que en 2007 unió fuerzas con Concha Santapau para abrir un espacio especializado en discursos artísticos vinculados a la geometría y la arquitectura. En Apertura participan con Un poema a Madrid, la primera individual en la capital del artista de origen cubano Enrique Martínez Celaya. “Siempre he defendido mucho la pintura, no entiendo las galerías como una bienal paralela”, explica Casado, que aprecia un punto de inflexión en la capital. “Madrid ya no es la periferia sexy que era en los noventa, ahora competimos directamente con Londres, Milán o Zúrich. Mantener ese nivel no es fácil”. Tras el parón de la pandemia, explica, el público y los clientes han respondido. “No hemos notado ni una sola baja”.
Para Eva Albarrán y Christian Bourdais, la pandemia supuso un parón al poco de inaugurar en 2018 Albarrán Bourdais, su local en el callejón de Jorge Juan. Con dos décadas de experiencia en la producción de proyectos de arte contemporáneo, también son los responsables de Solo Houses, una alianza de arquitectura, arte y paisaje en la España rural. Ahora su galería madrileña presenta lo nuevo de Fernando Sánchez Castillo, un autor que emplea lo monumental para reflexionar sobre resistencia política. “Son temas que nos interesan”, explica Albarrán. El título de la muestra, Expositio, juega con la dualidad entre “exponer” obras de arte y “exponerse” física y públicamente en una protesta. Una de sus videoinstalaciones visita los escenarios de las manifestaciones de 1968 en México, violentamente reprimidas. Otra convierte máscaras de manifestantes en esculturas de bronce. “Creo que debemos congratularnos por tener galerías y coleccionistas privados dispuestos a asumir y completar las labores de educación y transgresión que en ocasiones las instituciones públicas no pueden tener. La tarea del coleccionismo es cada vez más importante para crear una disidencia intelectual”, apunta Sánchez Castillo, que confiesa encontrarse cómodo en un espacio donde exponen primeros espadas del arte con conciencia política, como Cristina Lucas o Dominique Gonzalez–Foerster. “A veces vemos el trabajo de las galerías desde una óptica neoliberal de comercio, pero son familias que establecen relaciones entre los artistas y hablan a la sociedad”, dice.
La labor de Fernández Castillo es siempre sutil y está cargada de capas de significado. Una de sus nuevas piezas es una imponente alfombra que habla tanto del papel ritual de la artesanía precolombina como de la imposibilidad de establecer un discurso histórico unidireccional. Comprender su urdimbre conceptual no es sencillo, pero ahí radica parte de su atractivo; aunque coleccionar arte no sea factible para muchos, el acceso a las galerías en Madrid, gratuito e inmediato, sí lo es. “Las galerías tenemos una función educativa también, especialmente en un panorama como el español, donde el arte contemporáneo no tiene una gran presencia en la formación de la mayoría del público”, apunta Bourdais.
Para Fernández-Braso, esta dimensión es fundamental: “Tenemos que superar el entretenimiento aséptico en el que estamos sumidos. No puede ser que todo sea fácil de digerir. El arte exige un esfuerzo intelectual porque te enfrenta a mensajes que a veces no compartes, pero comprender algo que te desorienta es una forma de dialogar con personas que no piensan como tú”. Dicho de otro modo: en ocasiones conviene entrar a una galería para comprender mejor lo que está fuera de ella.