Cabalgando por Kirguistán entre pastores nómadas, lagos y montañas

Una ruta por este país de Asia Central con una belleza natural casi intacta: paisajes montañosos vírgenes, escarpadas crestas, lagunas de postal y ondulantes pastos donde conocer la hospitalidad kirguisa

Yurtas de un campamento nómada junto al lago de Song Kol, en Kirguistán.WITGOAWAY (Getty Images)

Kirguistán, un pequeño país incrustado en las altas montañas de Asia Central, es la prueba de que aún quedan lugares a resguardo de las oleadas turísticas. A gran altitud y rodeado por gigantes como China y Kazajistán, este territorio pasa casi desapercibido excepto para los enamorados del trekking o para esos viajeros que siempre buscan conocer lugares inéditos. En verano sí que ven turistas rusos y kazajos, pero se concentran en las playas del Issyk-Kul, el gran lago del país. Al margen de eso, Kirguistán es un país que redefine el concepto de hospitalidad y descubre al viajero una belleza natural casi intacta: paisajes montañosos vírgenes, escarpadas crestas y ondulantes jailoos —pastos de verano— por los que solo encontraremos a pastores seminómadas que viven en yurtas.

En sus impresionantes montañas, hogar de comunidades tradicionales de pastores, se han desarrollado proyectos de turismo basados en la comunidad que permiten conocer a los nómadas kirguises en sus yurtas, a la vez que se preserva el entorno natural del país. Además, los viajes a caballo, muy exigentes, permiten una experiencia única: el viajero se aloja en las yurtas de los nómadas y conoce, de cerca, cómo los pastores kirguises sobreviven en un medio tan hostil. Todo esto, en verano, desde mayo a septiembre, porque el resto del año más vale pensárselo dos veces antes de viajar hasta allí por sus bajas temperaturas.

Desde Bishkek, la capital, a la que llegan los vuelos internacionales, se pueden tomar muchos caminos. Uno de los más populares es la ruta circular a caballo, de unos 400 kilómetros, en la que se descubren algunos de los paisajes más interesantes del país. Esta lleva por el valle del Chuy y las gargantas de Shamsi hasta Song Kol, la joya central del país, un lago de alta montaña rodeado en verano de frondosos pastos donde el viajero puede alojarse junto con las pastores nómadas kirguises en sus yurtas. En este recorrido también se descubren los cañones de Konorchek, el paso de Kerkebes —un puerto de montaña con vistas fantásticas— y se desciende hasta Rot-Front, un asentamiento cercano a la frontera con Kazajistán.

La plaza de Ala-Too en Bishkek, capital de Kirguistán.Michael Hall (Getty Images)

Kirguistán es el mejor lugar en Asia Central para ensillar la montura y sumarse a los nómadas. Para adentrarse en esta aventura, las oficinas de CBT de todo el país alquilan caballos, pero también se puede hacer a través de agencias o directamente en los campamentos de yurtas.

Más información en la guía de Asia Central, en el libro Tu viaje empieza aquí, de Lonely Planet y en www.lonelyplanet.es

Los caballos en la Ruta de la Seda

La historia de las tierras altas de Kirguistán y sus habitantes estaría incompleta sin los caballos. Criaturas tan imbricadas en el pasado de la región como los hilos de las telas que transportaban por la Ruta de la Seda. El paso del tiempo ha cambiado muchas cosas en las tierras de Asia Central, pero tanto los seres humanos como los caballos siguen viviendo en armonía y las manadas de estos mamíferos son el orgullo de los pueblos kirguises.

Cabalgar es una forma cómoda y rápida de moverse por este país de montañas. Además, es la mejor forma de familiarizarse con la hospitalidad de los pastores kirguises y con el tiempo cambiante, y no siempre hospitalario, de los montes Tian Shan. Siguiendo los pasos de los nómadas, el viajero recreará las rutas de los mercaderes de la antigua Ruta de la Seda y explorará un territorio donde se juntan estepas, montañas y cielos.

Tres cazadores en la estepa de Kirguistán.Oleh_Slobodeniuk (Getty Images)

Salvajes y remotas, las montañas y estepas de Kirguistán requieren preparativos previos. Hay que asegurarse de que el equipo está en perfecto estado y saber de antemano que, lo normal, es cabalgar entre cuatro y seis horas diarias. Para los circuitos más largos, hay que tener cierta experiencia como jinete y viajar con un guía que hable kirguís y ruso —las dos lenguas oficiales del país— y que conozca a fondo la cultura. Los conocimientos de los pastores nómadas que conducen sus rebaños por las montañas son imprescindibles puesto que los senderos de este viaje son los mismos caminos que sus antepasados recorrieron durante siglos para llegar a los jailoos. Antes de ponerse en marcha, se debe establecer una rutina entre caballo y jinete: horarios y ritmos para cabalgar, comer, montar campamento y descansar. También se debe tener en cuenta que las labores de cada jornada van desde mantenerse en el sendero y encontrar hierba para que pasten los caballos hasta fomentar la cooperación y el trabajo en equipo. Conforme transcurren los días, el concepto del paso del tiempo se desvanece porque la mente y el cuerpo se ajustan a los ritmos de la naturaleza y el caballo.

Dos jinetes cruzan el río Tup, en Kirguistán.Alamy Stock Photo

Entrada a las montañas de Tian Shan

Los matices cromáticos de las montañas de Tian Shan son espléndidos: hasta que el sol seca la hierba en agosto, las laderas de las montañas deslumbran con las flores de primavera, mientras sus picos siguen cubiertos por un espeso manto de nieve. Sin embargo, la ruta por los caminos escarpados de uno de los macizos principales de Kirguistán es dura. Los jinetes deben hacer acopio de todas sus reservas físicas y mentales para llegar a los altos puertos de camino y al lago Song Kol.

El paso de Kerkebes, a 3.600 metros de altitud, revela una panorámica de 360 grados de cumbres, montañas y valles donde, en cualquier pueblo, los jinetes pueden pedir alojamiento en una granja y disfrutar de una banya rusa, una mezcla entre sauna y casa de baños. Y al subir por el sendero hacia Song Kol, atravesando las gargantas de Shamsi, destacan los valles floridos y los poblados de marmotas rojas. En las alturas, águilas y otras aves de presa se ciernen en las corrientes térmicas.

A orillas del lago Song Kol

Para cuando se divisa Song Kol, el viaje ha llegado a su ecuador. Entrar a caballo al lago Song Kol invita a reflexionar sobre el viaje. Visto entre las orejas de un équido, el mundo parece distinto y, quizá, se empiece a entender por qué los kirguises llevan tanto tiempo de estrecha relación con estos animales. En esta región se desarrollan programas de turismo comunitario, así que es una buena oportunidad para tomarse unos días de descanso, alojarse en yurtas y realizar actividades para conocer la cultura de los kirguises. Y aquí es fácil disfrutar de los placeres sencillos como ver a los caballos dormitando al sol mientras se toma café.

Un campamento nómada a orillas del lago Song Kol.Tuul & Bruno Morandi (Getty Images)

En torno al lago se dispersan los campamentos nómadas donde los pastores y sus familias pasan el verano. Más de tres yurtas juntas indican que se aceptan huéspedes —si hay menos es improbable que faciliten un espacio privado—. En estos campamentos se hace mucha vida social. Cuando terminan las tareas del día, los pastores intercambian visitas y es frecuente que inviten también a los viajeros ecuestres a tomar té o a comer. Estos usos sociales son uno de los pilares de la hospitalidad de las estepas.

Además, los visitantes pueden echar una mano con las labores diarias, como ordeñar vacas y yeguas o preparar plov, un plato típico de Asia Central con verduras, carne de cordero y cabezas de ajo enteras. Cuando el tiempo es más fresco, los pastores nómadas practican juegos como el kok boru, una síntesis de prácticas tradicionales y deportivas en el que compiten dos equipos de jinetes que tratan de apoderarse de una carcasa de cabra o ulak (sustituida hoy por una reproducción), e inscrito en la lista de patrimonio inmaterial de la Unesco desde 2017.

La hospitalidad es un pilar fundamental de la cultura esteparia. Los nómadas kirguises deben invitar a los viajeros a sus yurtas aunque la familia solo pueda ofrecerles pan, caj (té) o kumis, bebida ligeramente alcohólica. “¿Caj?” o “¿Kumis?” suele ser lo primero que preguntan los pastores a sus invitados cuando entran en sus yurtas. El primero se toma a cualquier hora del día, muchas veces ya endulzado con azúcar o mermelada. Y el segundo, poco conocido por los estómagos occidentales, se elabora con leche de yegua o de vaca y es bastante agrio. Pero uno bien hecho y bien frío puede ser muy refrescante. Y si el sabor resulta desagradable, lo mejor es tomarlo despacio, pues la norma de cortesía exige que el anfitrión rellene el vaso.

El 'kumis' es una antigua bebida láctea fermentada típica de nómadas kirguises. Alamy Stock Photo

Otras experiencias kirguises

Para los que no quieran (o no sepan) montar a caballo, Kirguistán tiene otras opciones y lugares imprescindibles para senderistas y montañeros.

Uno de ellos es el valle de Alay, en el sur, perfecto para hacer senderismo entre las cimas nevadas o escalar el pico Lenin, de 7.134 metros, situado en el país vecino de Tayikistán. Aquí, con una mochila, se pueden recorrer varias rutas al estilo nepalí: de posada en posada, sin gentío y con un paisaje montañoso de primera, accesibles y de bajo coste.

También hay excursiones de un día hasta los lagos de alta montaña del valle de Alay. Un ejemplo son los lagos Besh-Kol, una bella sucesión de cinco lagunas que suelen estar nevadas hasta mediados de junio.

Otra opción es la ruta a pie Dam-Jayloo, también al sur, que serpentea durante tres horas por frondosos pastos hasta llegar al pueblo Kosh Kol, a 4.130 metros de altitud. El suave valle sin árboles, que parece más propio de Islandia o Groenlandia, ofrece buenas zonas de acampada.

Jyrgalan y Karakol, dos bases para la aventura y el ecoturismo

Otra idea es ir a Jyrgalan, en el este. Fundado como pueblo minero del carbón, pero revitalizado como base ecoturista, esta pequeña y acogedora localidad es un atractivo para familiarizarse con la vida rural o como base para explorar las montañas, que se elevan a las mismas puertas del pueblo. Antes de convertirse en base senderista era muy conocido como centro de deportes de invierno, sobre todo de esquí fuera de pista.

No muy lejos de Jyrgalan está Karakol. La ciudad es el campo base más popular para explorar el este del país, las praderas alpinas de las montañas Tian Shan o descubrir los encantos del gran lago Issyk-Kul. Como ciudad, no es muy atractiva, pero está rodeada por cumbres nevadas y se pueden descubrir algunas casas del periodo colonial que recuerdan su apogeo durante la época rusa. También es un lugar para hacer un alto y disfrutar de su oferta cultural, gastronómica y de alojamiento, descubrir sus mercados de animales o pasear por sus parques.

Un senderista por el Karakol Nature Park. Alamy Stock Photo

Más al sur, camino de la frontera china y en la provincia de Naryn, el remoto lago Kol-Suu es otra de las maravillas naturales de Kirguistán. Se extiende durante más de 10 kilómetros por una escarpada garganta y cuesta hacerse una idea de sus dimensiones hasta que los barcos que ofrecen paseos alcanzan su parte central, donde se ven empequeñecidos por las paredes rocosas. Descubrir el magnífico colorido y el espectacular entorno de este lago ya justifican un viaje que no es sencillo.

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