La tos del mundo

Vivimos desde hace lustros en el mundo del estornudo sin pañuelo, de la receta inventada y de la desidia común ante la higiene básica

Una ilustración de tres personas estornudando. Jorge F. Hernández

Agradezco a quien evita esparcir los gérmenes de sus estornudos, tanto como los contados prójimos que procuran no contagiar a todos con su ignorancia o soberbia. Celebro a quien tose cubriéndose la boca y a los miles que caminan sin tener que mirar a los demás como contagios ambulantes y celebro a quien se lave las manos antes y después, durante y al final de cada día tanto como alucino a quien llegue a embarrarte la piel de sus palmas en medio de la mesa a la hora de comer, por encima de las viandas y con un gastado billete de moneda incierta en la mano izquierda porque acaba de pagarle al ta...

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Agradezco a quien evita esparcir los gérmenes de sus estornudos, tanto como los contados prójimos que procuran no contagiar a todos con su ignorancia o soberbia. Celebro a quien tose cubriéndose la boca y a los miles que caminan sin tener que mirar a los demás como contagios ambulantes y celebro a quien se lave las manos antes y después, durante y al final de cada día tanto como alucino a quien llegue a embarrarte la piel de sus palmas en medio de la mesa a la hora de comer, por encima de las viandas y con un gastado billete de moneda incierta en la mano izquierda porque acaba de pagarle al taxista.

Bien visto, celebro a quienes aún sin entrar en pánicos escénicos toman las debidas medidas de precaución e higiene para mitigar el miedo de una nueva pandemia que parece obnubilar todas las teorías de la conspiración hasta ahora formuladas y me asombra la casi instantánea capacidad global para volver virales las referencias ancestrales al actual coronavirus como crípticas predicciones que se habían formulado en una novela de Dean Koontz o en los dibujos de Ásterix y Óbelix.

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Una vez más, parece que el mal siempre queda lejos hasta que las circunstancias y el tiempo se encargan de recordarnos de su ominosa cercanía y una vez más se subraya que todo aquello que parecía inverosímil o inverificable se vuelve invisible para de pronto aparecer en la saliva con la que acaba de estornudarnos un compañero de viaje y así como el contagio es inadvertido hasta que crezca la fiebre, así también parece esparcirse el cúmulo de chismes y noticias infundadas, filfas y falsas creencias que agrandan la ignorancia universal bajo la ya trillada sintomatología de aseverarlo todo sin verificación, opinar de todo sin reflexión ni razón o condenar absolutamente todo esfuerzo sin el mínimo velo de la paciente espera. Vivimos desde hace lustros en el mundo del estornudo sin pañuelo, de la receta inventada y de la desidia común ante la higiene básica… Y sí, parece que el guion de nuestra historia universal ha entrado una vez más en un capítulo que exige reflexión y recogimiento: los párrafos que demandan la sincera aceptación de que el mundo anda tosiendo síntomas de un inmenso dolor ecuménico, que bien podría ser incurable.

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