«Es la fe anticipo de lo que se espera, prueba de realidades que no se ven» (Hebreos, 11:1). ¿No es esto lo contrario de la arquitectura? No hay nada más visible y material que una viga, un encofrado, una planta, un perfil y un alzado. Y, sin embargo, quizá ha llegado el momento de pensar que detrás de todo esto subyace un etéreo armazón de creencias y expectativas. Eso es lo que nos propone el arquitecto Julio Jiménez Corral con su exposición Fe, que acaba de inaugurar en la madrileña La Fresh Gallery (hasta el 12 de julio) y forma parte de la sección Off del festival PHotoEspaña. La muestra reúne 35 fotografías de edificios tomadas con cámara digital por el propio Jiménez durante sus viajes a distintos lugares del mundo —aunque el autor prefiere no citarlos expresamente, no es difícil reconocer Barcelona, Jordania o la Brasilia de Niemeyer, entre otros—, y después impresas sobre papel de algodón. Las imágenes no se retocaron digitalmente, pero están encuadradas de tal modo que se resalta una cualidad abstracta e incluso irreal de la arquitectura. La idea general es que cualquier proyecto arquitectónico es consecuencia de algún tipo de fe que le ha servido de detonante. «Ideas construidas basadas en la fe, ya sea ideológica o religiosa», destacan desde la galería, «a las que el tiempo no ha dado la razón». La exposición sigue un itinerario narrativo que comienza con un rascacielos bañado por la luz del atardecer que exhibe el letrero «Trump». Se trata de una referencia a la fe en el dinero, en el poder puramente económico. «No sabemos cuál será en el futuro la vigencia de unos edificios planteados así», explica Jiménez. «Mientras que los que hicieron hace 1.500 años unas personas que partían de una determinada idea sí están vigentes. Ellos tenían detrás una idea. ¿Y nosotros qué tenemos? ¿A Donald Trump en Las Vegas?». Esos edificios milenarios son unos túmulos y otras primigenias construcciones religiosas excavadas directamente en la roca que parten de la fe en Dios y el Más Allá. El misterio sigue en ellos tan presente como el primer día, por lo que aún cumplen en gran medida el fin para el que fueron proyectados. Tenemos por tanto un flash-back desde un mundo actual en el que es el poder del dinero lo que opera como motor de toda actividad humana (incluida la construcción de edificios) hasta unos orígenes donde ese papel lo desempeñaban la religión y un cierto sentido espiritual de la vida. Entre medias pasamos por el brutalismo de los grandes centros de decisión, que en este caso parten de la fe en la organización política. Este es otro de los poderes predominantes, el más oficial de todos. La política también supone una forma de fe para muchos individuos. «Es un viaje en el tiempo y el espacio», define Julio Jiménez Corral. «Al principio pensaba más bien basar el hilo conductor en Las ciudades invisibles, el libro de Italo Calvino, con las descripciones de ciudades fantásticas que Marco Polo refería a Kublai Kan como informador del emperador, pero después lo descarté por la complejidad de ponerlo en práctica». Jiménez es arquitecto además de fotógrafo, por lo que, inevitablemente, toda crítica al sector se convierte aquí en autocrítica. En este sentido, uno de los momentos más interesantes de la exposición es el dedicado a la obra de Santiago Calatrava, que para Jiménez encarnaría otro tipo de fe: «La fe en la potencia del hormigón y también en la repetición, porque su arquitectura se compone de elementos que se van repitiendo una y otra vez; es como un gran manifiesto de la repetición». Pero, sobre todo, esa crítica a la práctica contemporánea de la arquitectura surge del contraste entre la brillante superficie de los edificios más modernos y la dignidad vetusta de las milenarias construcciones rupestres. «En la arquitectura, el proceso debería empezar por la reflexión, que después se procesaría y por fin se generaría un resultado», considera Jiménez. «Pero yo tengo la impresión de que ahora ocurre al revés». Las fotografías se han colocado en una posición más elevada de lo habitual, de manera que nos vemos forzados a alzar la vista para contemplarlas, como haríamos frente a un Cristo en un altar. Al salir de la galería, y tras haber reflexionado sobre lo visto, casi podemos escuchar una voz que nos dice: «Puedes irte; tu fe te ha sanado».