Torra es culpable del miedo

El ventajismo soberanista no es monopolio de un dirigente sectario y efímero. Puebla las redes y las tertulias

El presidente de la Generalitat, Quim Torra, durante la sesión de control al Govern en el pleno del Parlament.Quique García (EFE)

Cuando una secretaria judicial tiene miedo a mostrar su cara y los hoteleros piden no ser filmados, la sociedad está enferma. Y su presidente, Quim Torra, es culpable. Porque calla.

Pese a los mil destrozos que ha causado en los últimos años, la Generalitat conserva aún la caricia mítica de una ciudadanía sedienta de autogobierno.

Por eso resulta innoble que su titular accidental no haya saltado a placar las redes sociales manipuladas que se mofan de Montserrat del Toro, cuyo testimonio fue globalmente veraz, aunque con un error (la referencia a que creyó oír a Carme Forcadell) e...

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Cuando una secretaria judicial tiene miedo a mostrar su cara y los hoteleros piden no ser filmados, la sociedad está enferma. Y su presidente, Quim Torra, es culpable. Porque calla.

Pese a los mil destrozos que ha causado en los últimos años, la Generalitat conserva aún la caricia mítica de una ciudadanía sedienta de autogobierno.

Por eso resulta innoble que su titular accidental no haya saltado a placar las redes sociales manipuladas que se mofan de Montserrat del Toro, cuyo testimonio fue globalmente veraz, aunque con un error (la referencia a que creyó oír a Carme Forcadell) e impostado en algún otro episodio.

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Torra es culpable del linchamiento cuando calla, impelido por su familia íntima, afiliada a los CDR. Y casi siempre cuando habla. Pues encarna el ventajismo del soberanismo radical.

Al iniciarse el juicio, el día 12, se ufanó como autoridad del Estado al ser recibido con el protocolo debido por el presidente del Supremo, Carlos Lesmes.

Y al poco, el día 21, arremetió contra la institución. Dijo: celebra “un juicio fake” (porque le gustó la declaración de Jordi Sànchez); intenta “juzgarnos a todos” (no todos los catalanes son como él, Deo gratias); “se juzga al independentismo civil” (falso: él no está en el banquillo).

Luego, al declarar el catalanísimo —pero marianista— Enric Millo, espetó, incontinente, que la vista había “mutado de fake a juicio de la vergüenza”. O sea, este personaje no distingue un testigo de un juicio, un independentista de un catalán, una verdad de una fake new. Y se dice president.

Pero el ventajismo soberanista no es monopolio de un dirigente sectario y efímero. Puebla las redes y las tertulias.

El peor síntoma lo oímos en la asimetría con que niega, vehemente, pecados propios (los episodios violentos, incluso minoritarios) y subraya hasta el paroxismo vicios ajenos (el uso excesivo de la fuerza por las fuerzas de seguridad estatales).

No asume que algunos indepes ejercieron y ejercen violencia, aun si el grueso del movimiento haya acreditado pacifismo sistémico, desde luego hasta 2017. No importa que el comisario Trapote o el teniente general Gozalo acreditasen ayer episodios virulentos en algunos colegios el 1-O.

Y en cambio rechaza que los excesos policiales del 1-O obedezcan a errores o abusos individuales de algún agente o unidad concreta: es, para el ventajismo, el Estado como tal quien ataca a Cataluña.

Así que lo sempiterno: buenos, los nuestros; malos, el resto. Ya cuando Jorge Fernández chapoteaba en las cloacas del Estado no era un ministro catalán, sino un monstruo represivo español...

¡Qué lejos de la ecuanimidad del subsecretario Puigserver! (Interior): tras largas reuniones, concluimos “que lo que decíamos nosotros y lo que entendían ellos no era lo mismo. En un caso, era mantener la convivencia; y en el nuestro, que lo esencial era impedir el referéndum ilegal”.

El círculo imposible solo se cuadra si todos se ponen, al menos un rato, en la piel ajena. Lo contrario que Torra.

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