Columna

La derechona

Ahora es cuando Sánchez necesitaría tener algo más de gracia

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, sale del hemiciclo del Congreso de los Diputados.CARLOS ROSILLO (EL PAÍS)

Una de las mayores virtudes de Felipe González es la de no ser un gracioso por obligación, de esos que tanto abundan en la Sevilla del no ze pué aguantar. Por eso, cuando Felipe tenía gracia en la política, la tenía de verdad. Y yo recuerdo cuando se le venía a la cabeza eso de la derecha, la derechona de siempre. Para mencionarla, bajaba la cabeza y el tono de voz, como si fuera a embestir. Le salía a la perfección: la gente le votaba y le dio una cómoda mayoría no solo porque estaba modernizando España, sino porque la derechona venía a impedirlo. Cuando a Felipe no le salía lo de se...

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Una de las mayores virtudes de Felipe González es la de no ser un gracioso por obligación, de esos que tanto abundan en la Sevilla del no ze pué aguantar. Por eso, cuando Felipe tenía gracia en la política, la tenía de verdad. Y yo recuerdo cuando se le venía a la cabeza eso de la derecha, la derechona de siempre. Para mencionarla, bajaba la cabeza y el tono de voz, como si fuera a embestir. Le salía a la perfección: la gente le votaba y le dio una cómoda mayoría no solo porque estaba modernizando España, sino porque la derechona venía a impedirlo. Cuando a Felipe no le salía lo de ser gracioso, aparecía Alfonso Guerra, y la derechona iba ya apañada.

Pedro Sánchez no tiene gracia. Puede ser que algo más que Zapatero, pero en todo caso muy poca. Y eso es una rémora cuando se tienen solo 84 diputados y a la derechona, la de siempre y la nueva, enfrente, que viene con toda la fuerza a impedirle que ponga en marcha su concepción de una España moderna. Viene con tanta fuerza que no tiene corrupción de la que arrepentirse, ni siquiera tiene que reconocer que Correa estaba invitado a la boda del hijo de Aznar y Botella.

Eso, la vieja. La nueva no tiene culpas que pagar por el pasado porque no estaba. Albert Rivera no estaba cuando el franquismo, ni cuando el antifranquismo. No estaba tampoco cuando el 78. Seguramente no estaba cuando su partido tenía un alma socialdemócrata, que se quitó para que no sufriera su otra esencia, la liberal. Pero no liberal de los de John Stuart Mill, sino de los de Fukuyama.

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La derecha española que, como siempre, está aliada a una Iglesia que protege los restos del dictador, y los bienes robados a los españoles.

Sánchez está intentando consumar su propuesta a base de jugadas novedosas, de algunas triquiñuelas legales, para poder sacar adelante los Presupuestos de 2019.

Lo que pasa es que el camino de los trucos es muy inestable, y los aliados de ocasión, como los nacionalistas, también. Los cambios de envergadura pueden estar muy comprometidos.

Ahora es cuando Sánchez necesitaría tener algo más de gracia. Y, si no, una mayoría parlamentaria para la que solo hay un camino: convocar unas elecciones generales para las que ya tiene el programa hecho.

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