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El milagro de los panes y los peces que hacen las gambianas

El microcrédito es una herramienta eficaz para empoderar mujeres y erradicar la pobreza. Una comunidad en Gambia está sacándole mucho partido

El microcrédito ha permitido a millones de personas acceder a pequeñas cantidades de dinero que han impulsado sus economías familiares. Estos microcréditos reducen la pobreza y la vulnerabilidad de los más desfavorecidos. En Gambia, un grupo de mujeres fundó en 1987 la Asociación Financiera de Mujeres Gambianas (GAWFA) para ayudar económicamente a cualquier mujer que quisiera desarrollar su negocio. También las forma para sacar el mayor rendimiento a su proyecto.

Aminata Jallow, de 24 años, lleva tres trabajando en su peluquería. Tras su formación como estilista ha decidido probar suerte. Ha pedido dos microcréditos, el último de 450 euros, con los que ha podido alquilar un local para montar una peluquería en su ciudad, Basse Santa Su, al Este del país.

En sus inicios, GAWFA se constituyó como una ONG, pero para obtener una licencia para poder operar como sociedad de ahorro y crédito se convirtió en institución microfinanciera en 1997. Es miembro del Banco Mundial de la Mujer (WWB), con sede en Nueva York, y cuenta con el apoyo de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) y el Banco Mundial, entre otros.

En la imagen, la peluquería de Aminata: Tres paredes de ladrillo pintadas de verde, carteles y recortes de revistas con fotografías de mujeres con diferentes peinados cuelgan medio desenganchados. Dos espejos a los que les falta alguna esquina y una planta de plástico adornando la estancia forman esta singular peluquería donde Aminata realiza sus peinados.

Muchas veces por falta de espacio y exceso de calor, Aminata se ve obligada a terminar trabajando en la calle sentada entre sus clientas, delante de su peluquería.

La gestión de los microcréditos es muy sencilla y de reducida burocracia, con un tiempo corto de devolución del préstamo, desde un mes hasta un año, y con desembolsos pequeños, pues se basa más en la confianza que en la necesidad de presentar garantías físicas. Así, la posibilidad de recibir nuevos créditos depende de la devolución del primero.

La ONU declaró el 2005 como el Año Internacional del Microcrédito por ser un mecanismo fundamental para conseguir los Objetivos del Milenio de 2015 al concentrarse en actividades del sector informal, movilizar el microahorro, combatir la usura y procurar la igualdad de género en el acceso a la actividad económica.

Madinding Jobarteh tiene 42 años y, antes de conocer los microcréditos, no trabajaba. Su familia dependía del dinero que ganaba su marido. Hace cuatro que empezó con su proyecto: un comercio de alimentación. Ha necesitado recurrir dos veces a los microcréditos para comprar existencias. Gracias al dinero ahora trabaja en el mercado de Basse Santa Su vendiendo condimentos. El negocio funciona bien, con lo que no tiene dificultad para ir devolviendo el préstamo.

En las últimas décadas, las instituciones microfinancieras han proporcionado financiación a unos 200 millones de personas, según el último informe de la Cumbre Mundial del Microcrédito. Esta capacidad de empoderar a poblaciones de bajos ingresos ocupa un lugar muy importante dentro de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible.

Isatou Saidy, de 25 años, vive Basse Santa Su. Su marido estuvo trabajando en España hace unos años, pero la falta de empleo le hizo volver a Gambia. Ahora tiene un modesto comercio cerca de su casa donde vende un poco de todo. Para complementar los ingresos que él aporta con el negocio, Isatou decidió elaborar jabón para lavar ropa. Para poner en marcha la producción necesitaba una pequeña inversión de dinero que consiguió a través de un microcrédito de unos 200 euros para las materias primas y los utensilios necesarios. Fabrica jabón de manera artesanal en su casa, con la ayuda de su familia, y sobretodo de su hijo mayor.

Isatou diluye en una palangana sosa cáustica con agua caliente, le añade aceite y, sin parar de remover, la mezcla agregando harina disuelta en agua. Obtiene una pasta de color amarillento que deja secar durante una hora. Más tarde, y con sus manos envueltas en dos bolsas de plástico a modo de guantes, empieza a dar forma a pequeñas porciones de la masa. El resultado es un jabón blanquecino en forma de esfera que una vez seco vende en el mercado.

La gran mayoría de los usuarios de microcréditos son mujeres, ya que ellas son las que están más marginadas de los recursos económicos y sociales en los países pobres, pero también por su capacidad para derivar mayores beneficios a sus familias, administrando los gastos del hogar a partir del dinero que ganan y siendo también las que ahorran.

Penda Jaw vive en Kobakunda, tiene 38 años, y cinco hijos que cuidar. No había tenido la posibilidad de acceder al mundo laboral hasta que conoció las microfinanzas. Después de plantear su proyecto al agente de GAWFA, le concedieron su primer microcrédito, con el que pudo hacerse con una parada en el mercado de Basse.

GAWFA presta ayuda financiera a más de 50.000 mujeres, de las cuales más del 90% vive en zonas rurales y se dedican principalmente a la agricultura y al comercio. Esta ayuda financiera, a veces tan modesta como 100 euros, sirve para comprar fertilizante para sus cultivos, semillas, o una máquina de coser con la que iniciar un negocio.

Hace cuatro años que Kujeje Mariko posee una pequeña parcela en un huerto comunitario en Kaba Kama, donde cultiva hortalizas que después vende en el mercado de Basse Santa Su. Antes de entrar en este huerto comunitario y acceder a los microcréditos, su trabajo en el campo le servía para subsistir, produciendo apenas lo necesario para la comida diaria.

Por pequeña que sea la ayuda, esta sirve para apoyar las necesidades básicas de sus familias. Muchas son capaces de enviar a sus hijos a la escuela, permite cocinar tres comidas al día o realizar mejoras en la vivienda, así que tiene un efecto importante en la salud y el bienestar del hogar. La asociación también a sido capaz de construir una cultura de ahorro entre sus socias, ya que, para acceder a su primer microcrédito, primero tienen que realizar un depósito de 100 dalasis (un poco más de dos euros) y esperar tres meses antes de poder solicitarlo.

Hace diez años que Maimuna Jaiteh tiene un puesto en el mercado de Basse, donde vende pescado ahumado. Un olor intenso llena toda la zona donde está su mercancía: Cajas llenas de peces se amontonan detrás de ella esperando ser vendidas. En el mostrador, como únicas herramientas, sus manos y una vieja balanza.
Kurumba Drammeh, de 55 años, trabaja un pedazo de tierra dentro del mismo huerto comunitario que Kujeje, en Kaba Kama. Se hizo socia de GAWFA en 1997 después de conocer el trabajo que realizaban a través de la radio. El acceso al mundo financiero de mujeres como Kurumba o Kujeje ha facilitado la creación de muchos de estos huertos comunitarios, donde la unión de este capital facilita la construcción de pozos y el mantenimiento de las cercas que rodean estas pequeñas parcelas, algo que, de forma individual, sería mucho más costoso.
Kurumba ha utilizado 13 microcréditos de unos 200 euros cada uno. La economía de subsistencia en los países pobres hace que ahorrar entre cosecha y cosecha sea muy difícil, por lo que se acaba necesitando de la ayuda de los microcréditos para poder comprar semillas para el próximo año. El sector agrícola es uno de los que más recurre a la microfinanciación, por ser el más frágil e inestable.

Fatou Jongo Baldeh, de origen senegalés, empezó con una pequeña tienda en su casa de Masanjang cuando logró su primer microcrédito, que su marido ayudó a pagar. La tienda funcionaba bien, con lo que no tuvo problemas para devolver el préstamo. Aprovechando las obras de ampliación de la carretera que va de Basse Santa Su hasta la frontera con Senegal, solicitó otro microcrédito con el que hizo construir un restaurante junto a la carretera para dar de comer a los trabajadores. Prepara casi toda la comida en su casa.

Cada mañana, con la ayuda de sus hijas, Fatou lleva el desayuno hasta donde están los trabajadores. Ahora esta pensando en pedir un tercer microcrédito para ampliar el restaurante, poner electricidad, comprar una nevera y, si sobra dinero adquirir una máquina de coser para su hermano.

Hace un año que Koney Krubally pidió el último de sus seis microcréditos. Se dedica a la agricultura trabajando en un huerto comunitario, donde principalmente cultiva cebollas. Para aumentar el rendimiento de su parcela de tierra, una vez en casa y después de cortar los tallos de las cebollas, los machaca con el mortero y los prensa con sus propias manos hasta sacarles toda el agua para hacer una especie de bolas que después deja secar al sol.
Las bolas que Koney hace con los tallos de las cebollas son fáciles de conservar y son muy utilizadas como condimento para cocinar en la estación seca. Así que, una vez secas, se dirige al mercado de su ciudad, Basse Santa Su, a vender tanto las cebollas como los tallos convertidos en bolas.