Un atavío enfático

Lo de los disfraces ocurre en las mejores familias, no hay más que echar un vistazo a los modelos que lucen los soldados de la Guardia Suiza del Papa

Andrew Milligan (Cordon Press)

El guardia se muere de la risa, claro, frente a la mirada de extrañeza de la reina, que no acaba de acostumbrarse al espectáculo.

–Discúlpeme las pintas –parece decir el pobre–, la culpa la tiene el protocolo.

Este señor, lleno de bandas y dorados, que sostiene en su mano derecha una espada de juguete y de cuya falda escocesa cuelgan, justo a la altura de las glándulas sexuales, dos enormes borlas cuyo significado ignoramos, este señor, decíamos, se levantó esta mañana de la cama, se afeitó, se vistió de calle y se despidió de su mujer y sus hijos asegurándoles que se iba a traba...

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El guardia se muere de la risa, claro, frente a la mirada de extrañeza de la reina, que no acaba de acostumbrarse al espectáculo.

–Discúlpeme las pintas –parece decir el pobre–, la culpa la tiene el protocolo.

Este señor, lleno de bandas y dorados, que sostiene en su mano derecha una espada de juguete y de cuya falda escocesa cuelgan, justo a la altura de las glándulas sexuales, dos enormes borlas cuyo significado ignoramos, este señor, decíamos, se levantó esta mañana de la cama, se afeitó, se vistió de calle y se despidió de su mujer y sus hijos asegurándoles que se iba a trabajar. Y ahí lo tienen ustedes, trabajando, después de haberse colocado sobre el cuerpo las prendas que facilitan su labor de guardián del castillo de Balmoral, residencia de verano de Isabel II y el duque de Edimburgo.

Lo de los disfraces ocurre en las mejores familias, no hay más que echar un vistazo a los modelos que lucen los soldados de la Guardia Suiza del Papa. El asunto obedece a tradiciones seculares que conectan a las instituciones con su pasado, que es a la vez el pasado de cada uno de nosotros. Nada que oponer, en fin, a menos que surja, como en este caso, la risa. Si no fuera por la risa (la carcajada casi) del feroz guardián de la reina, uno habría pasado la página del periódico sin reparar en los detalles (especialmente en los detalles venéreos) de este atavío tan enfático. Pero la risa tiene la facultad de poner al descubierto la ridiculez de nuestras costumbres. Y por ahí, por la risa, se cuela asimismo la extrañeza en el observador de la fotografía.

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