Arranca el curso: la diferencia entre empezar las clases “en un hotel de cinco estrellas” y en barracones

8,3 millones de estudiantes vuelven a una rutina escolar que estrena Selectividad, plan de refuerzo de Matemáticas y Lengua y nuevas normas para el uso de móviles, en un sistema lleno de contrastes entre comunidades y etapas

Una profesora da la bienvenida a los alumnos del colegio Lluís Vives de Valencia.Mònica Torres
Barcelona / Castellón / Valencia -

Las clases han empezado este lunes en ocho comunidades autónomas, y para finales de semana lo habrán hecho en el conjunto de España. En total, 8,3 millones de alumnos y unos 780.000 profesores en un curso que estrenará la nueva Selectividad, adaptada a un enfoque educativo más aplicado, el plan de refuerzo de matemáticas, aunque de entrada con un presupuesto modesto de 95 millones de euros, normas para restringir el uso de los móviles y, si todo va como espera el Ministerio de Educación, comenzará también la reforma del marco del profesorado, que una vez concluido abarcará desde la formación inicial y continua hasta el sistema de oposiciones e incorporación de los nuevos docentes a los centros educativos. La rutina escolar se reanuda en un mapa escolar lleno de contrastes: el número de estudiantes se reduce a toda velocidad en el segundo ciclo de Infantil (3-6) y Primaria (6-12), mientras que, de momento, y a falta de los datos de este nuevo curso (los primeros, basados en cálculos y previsiones, se conocerán en unos días), continuarán aumentando en el primer ciclo de Infantil (0-3), en la Educación Secundaria Obligatoria (12-16), y en Formación Profesional, y manteniéndose estables en Bachillerato (a partir de los 16 años en las dos últimas etapas).

La evolución del alumnado no es solo muy diferente entre etapas educativas, fruto de las variaciones de la natalidad, sino entre territorios, debido, en buena medida a la muy distinta intensidad en la recepción de estudiantes procedentes de otros países. Esta viene siendo elevada desde hace años, sobre todo, en las comunidades del mediterráneo, Baleares, Cataluña, Comunidad Valenciana, y Murcia, mientras que ha permanecido baja en otras comunidades como Extremadura, Galicia y Asturias. Ello se traduce en la desigual tensión educativa que soportan las infraestructuras educativas. Mientras que en buena parte de los centros del interior y el este de España muchas escuelas se están quedando literalmente sin niños, en otros, especialmente en el litoral Mediterráneo, sigue habiendo miles de chavales que han empezado el curso en barracones. Estudiar en infraestructuras modernas o en la precaria estructura de los prefabricados es otra expresión de las desigualdades educativas del sistema educativo español.

Dos centros, el instituto escuela Sala i Badrinas, en Terrassa (Barcelona), donde en junio pasado se graduó la primera promoción que ha pasado toda la etapa obligatoria en barracones, y el colegio público Vicent Marçà, en Castellón, que después de vivir una situación parecida durante muchos cursos, inauguró el año pasado instalaciones nuevas adaptadas al cambio climático, encarnan ambas realidades. La comunidad educativa del primer centro se ha vuelto a movilizar este lunes, mientras que en el segundo, resume una de las docentes, han retomado las clases, después de tantos años de penurias, con la sensación de dar clase “en un hotel de cinco estrellas”.

Protesta, este lunes, a la entrada del Instituto Escuela Sala i Badrines de Terrassa, Barcelona. Massimiliano Minocri Massimilian

El bullicio rodeaba este lunes, poco antes de las 9.00, las puertas del colegio Vicent Marçà, en el barrio castellonense del Raval Universitari. Tiene 450 escolares y una demanda de plazas en auge después de la inauguración del nuevo inmueble, que, según resume su directora, Kyra Lozano, es “amplio, luminoso y ventilado, con una estética natural y neutra que se ajusta a la perfección al proyecto de dirección y al proyecto educativo”. Las clases en el colegio de Terrassa han comenzado, en cambio, con una concentración en la que se leían pancartas como la que llevaba Alex, de 8 años: “Los cuentos ya me los explican en la escuela. ¡Queremos el edificio ya!”.

Además de prepararse la mochila —la botella de agua, la ropa, la carpeta— Alex y muchos de sus compañeros tuvieron este domingo la tarea de preparar los mensajes de su protesta. Su centro lleva 13 años en barracones, y el proyecto ha sufrido un sinfín de retrasos, el último anunciado este mismo verano, cosa que ha culminado la paciencia de las familias. El hermano de Alex, que ha empezado las clases en el aula de 3 años, ha hecho, por su parte, un dibujo de cómo cree que será la nueva escuela. “Sí que la estrenaré”, asegura con convicción y esperanza.

Bajada de matrícula

La historia del Sala i Badrinas ―que toma el nombre de la que fue una conocida fábrica textil de la ciudad― se remonta a 2011, cuando abrió sus puertas, pero ya lo hizo con mal pie. Por un lado, los alumnos fueron alojados en barracones y, por otro, se instalaron en un solar donde el suelo estaba contaminado por la actividad gasística que tradicionalmente se había llevado a cabo en la zona, muy industrial. Se trasladó entonces a los alumnos a la biblioteca de otra escuela mientras se reubicaron los barracones en un espacio del parque Vallparadís, donde están desde 2013. Y en esta ubicación han ido creciendo, sumando cursos y convirtiéndose en instituto escuela en 2020. Pero el espacio del parque donde se encuentra encajada la escuela es limitado, así que los alumnos de secundaria han tenido que ser alojados en una escuela próxima, con espacios vacíos por la baja matrícula. El pasado junio acabó la ESO la primera promoción de alumnos que han cursado toda la etapa obligatoria en un espacio provisional.

Porque el edificio definitivo está proyectado en parte de la nave industrial que ocupaba la fábrica Sala i Badrinas. En un principio, la crisis de 2011 lo para todo. Pero después se han encadenado retrasos, con una explicación poco clara. Desde el AFA hablan de problemas burocráticos y de la complejidad de la obra, ya que la escuela debe encajarse dentro de la fachada de la nave, que está protegida. Las familias también intuyen que la falta de dinero y de “voluntad política” explicaría las demoras. En julio tuvieron noticias de un nuevo retraso de un año, que sitúa, de momento, la fecha de inauguración de instalaciones en septiembre de 2028.

El Departamento de Educación achaca el problema a retrasos y lentitud en el proceso de licitación por parte de Infracat (el organismo público que se encarga de la construcción de los centros educativos), pero aseguran que en octubre se adjudicará la redacción del proyecto. Con todo, defienden que en los últimos años Educación ha invertido 850.000 euros en adaptar la escuela que acoge a los alumnos de la ESO. “Mi hijo entró en el colegio en 2019, nos dijeron que en cuatro años tendríamos el nuevo edificio. Siempre son cuatro años, ahora lo vuelven a repetir, ya no nos creemos nada. Llevamos 13 años así, en junio se graduó la primera promoción que siempre ha estudiado en módulos”, asegura Anna Berney, miembro de la asociación de familias (AFA) de la escuela. Un centenar de personas, entre alumnos y padres, se han concentrado en el solar que debe acoger el edificio y allí han plantado unas mesas y unas sillas, para denunciar la situación. “En invierno hace frío y en verano, mucho calor. En el patio no hay sombras, no tenemos gimnasio y el comedor es muy pequeño”, se queja Manel, el padre de Álex.

Inicio de curso en el colegio Vicent Marçà de Castellón.CARME RIPOLLES

A la entrada del colegio Vicent Marçà de Castellón, Emma, de ocho años, y su hermana Leire, de cinco, no se muestran especialmente ilusionadas con la vuelta al cole después de tantos días de vacaciones, aunque las dos cuentan que tienen ganas de reunirse con sus amigos. El centro tiene ahora abundancia de niños después de haber pasado momentos delicados. Pasó mucho tiempo en unas instalaciones muy anticuadas, de la antigua Universidad de Castellón, y después por barracones. “Todo ello afectó a la demanda del centro por parte de las familias, ya que para ellas es importante tener unas buenas infraestructuras donde sus hijos estén bien, seguros y con todo lo necesario. Nos alegra mucho el incremento actual”, afirma su directora.

El colegio lleva el nombre del docente y escritor valenciano Vicent Marzà (escribía su apellido Marçà en su faceta literaria), impulsor de la enseñanza en valenciano y padre del exconsejero de Educación del mismo nombre durante la etapa del Gobierno del Botànic, el Ejecutivo de izquierdas que dirigió la Generalitat valenciana entre 2015 y 2023. Uno de sus objetivos en materia educativa consistió en modernizar las infraestructuras educativas, haciéndolas sostenibles desde el punto de vista energético y adaptadas al aumento de las temperaturas derivado del cambio climático. Y ese es el caso de este centro, que gracias a sus placas solares y su diseño genera buena parte de la energía que requiere para funcionar. El centro está envuelto en una zona natural que recrea un trocito de bosque, con pinos, corteza en el suelo y mesas de madera, dispone de un huerto ecológico, y un patio planeado pensado para que la cancha de fútbol no monopolice la zona de recreo y trate de abarcar, dice la directora, “las necesidades de todo el alumnado”.

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