Evidencias en contra de la jornada escolar continua: dificulta la conciliación y los resultados académicos son peores

“La mayor parte de los proyectos de cambio a la jornada continua promovidos en los colegios ─frecuentemente copiados unos de otros─ son de una hiriente indigencia intelectual”

Un colegio de Barcelona, en 2020.MASSIMILIANO MINOCRI

Del mismo modo que hace varias décadas la sequía en Andalucía forzó a muchos centros escolares a pasar de la jornada partida a la continua, la covid ha provocado el mismo efecto. Este es el motivo por el que de nuevo asistimos al debate ─o, más bien, la bronca─ sobre el tipo de jornada: continua...

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Del mismo modo que hace varias décadas la sequía en Andalucía forzó a muchos centros escolares a pasar de la jornada partida a la continua, la covid ha provocado el mismo efecto. Este es el motivo por el que de nuevo asistimos al debate ─o, más bien, la bronca─ sobre el tipo de jornada: continua o partida.

Pese a que aparentemente este es un tema menor, ha sido la principal cuestión de debate en el seno de las comunidades educativas de la mayor parte de los centros públicos de primaria del país. Es importante señalar que este es un debate de la escuela estatal. Por ejemplo, en Madrid más del 60% de los centros estatales tiene jornada continua frente a un 3% en el caso de los concertados.

Más allá del interés que se pueda tener en los asuntos relacionados con la educación, este debate tiene ─como mínimo─ un doble atractivo. Por un lado, estamos ante un ejemplo de manual de cómo un grupo profesional ─en este caso, el de los maestros y de las maestras de la enseñanza estatal─ es capaz de hacer valer sus puntos de vista corporativos. Por otra parte, el proceso ha derivado en muchos centros en enfrentamientos ─entre el profesorado y las familias, y entre familias─ y en la negación del diálogo, elementos todos ellos dañinos para la democracia. Lo que podría haber sido un debate científico sobre cómo organizar de un modo eficaz los tiempos escolares se ha convertido, en muchas ocasiones, en una lucha de intereses entre varios grupos: por un lado, un profesorado que busca una jornada laboral más cómoda y, por otro, unas familias con intereses contrapuestos.

De acuerdo con quienes lo proponen, estas serían las principales supuestas ventajas del cambio de jornada:

1. El rendimiento de los alumnos es mayor y su cansancio es menor.

2. Las actividades extraescolares se extenderán y los comedores no se resentirán.

3. La vida familiar se verá notoriamente mejorada, ya que los niños podrán pasar más tiempo con sus padres y madres.

En lo que se refiere a la primera ventaja, los datos son contundentes. Desde que se implantó la jornada continua, se sabe que el rendimiento del alumnado en los centros con tal distribución horaria ─sea medido por las calificaciones escolares o por los resultados obtenidos en pruebas externas─ está por debajo del de sus compañeros que tienen jornada partida.

En el muy citado informe realizado por Caride en 1993 en Galicia se señalaba que tres cuartas partes del profesorado decían que el rendimiento es mayor en la continua. Sin embargo, sus datos indican que hay entre un 10% y un 20% más de fracaso escolar en los centros con esta jornada. Un estudio realizado en Andalucía en 2002 aportaba resultados similares. En el caso de la Comunidad Autónoma de Madrid, las pruebas de 6º de primaria de Conocimientos y Destrezas Indispensables (CDI) muestran que siempre los resultados obtenidos por los centros con jornada continua están por debajo de la media. Así, en 2008, el resultado para los centros con jornada continua fue de 5,5, mientras que la media fue de 5,82. En 2014, los resultados fueron, respectivamente, 6,7 y 6,9. Lo mismo sucede con las pruebas de 3º de primaria, también en Madrid. En un estudio publicado por la Fundación Europea Sociedad y Educación en 2019 ─esta vez con las pruebas de tercero─, se detecta que la nota media en Matemáticas es de 7,16 para el alumnado que acude a centros con jornada partida, y es de 6,77 para los de jornada continua.

En lo que se refiere al cansancio, tal vez sea cierto que la última hora de la tarde en la partida sea poco efectiva ─aunque no tanto como para recomendar una siesta de pijama y orinal─, pero lo mismo puede ocurrir con la última de la mañana en la continua. Los docentes afirman de modo casi unánime que es peor la última hora de la partida. De nuevo, la realidad no coincide con esta percepción. El informe de Caride detectó una mayor fatiga del alumnado en la jornada continua que en la partida. Entre las 13 h. y las 14 h., el 47% de los alumnos en jornada continua declara sentirse fatigado. En el caso de la partida, el del 27,4% se siente cansado a última hora. En los informes ─referidos a Francia─ de Testu y de Challamel se indica que el cansancio es claramente mayor en la última hora de la continua. Es más, el informe de Charamel detecta una subida del rendimiento a partir de las 15.00. Un informe de la OCDE de 2016 indica claramente que el rendimiento decae enormemente entre el mediodía y las dos.

Las actividades extraescolares que se exigen para la jornada continua suelen quedar al albur de las preferencias y capacidades presupuestarias de los ayuntamientos y/o de las familias. Ya en el informe de Caride se detectó que hay una menor participación en tales actividades dentro del colegio en los centros con jornada continua que en los de jornada partida. En estos últimos, la participación ronda o supera ─depende de los cursos─ el 50% mientras que en los de jornada continua está siempre por debajo del 30%.

Según los datos recopilados por la Conselleria d’Educació de la Comunidad Valenciana, solo el 25% de los alumnos participa en las actividades extraescolares. El dato confirma una tendencia detectada en el curso anterior al de la publicación del informe (2014-15). En los centros en los que se había implantado la continua el año anterior, la participación era del 40 %, pero descendía considerablemente en el segundo año de aplicación de la continua. Siguiendo en la Comunidad Valenciana, el uso del comedor baja más de un 30% en el grupo de centros que aplicaron la jornada continua a partir del curso 2014-15, y más del 18% en los del curso 2013-14. Para ser más precisos, los centros que en 2014-15 pasaron a la jornada continua tuvieron 2.997 comensales, mientras que en el curso anterior el número fue de 4.007. En estas condiciones, nada tiene de extraño que el sindicato del sector de Restauración Social de la UGT afirmara que había un riesgo real de pérdida de puestos de trabajo en el colectivo de comedores escolares, en el que trabajan alrededor de 20.000 personas.

Los defensores de la jornada continua consideran que esta favorece un mayor contacto de las madres y de los padres con sus hijos. Sin duda esto puede ser cierto en el caso de aquellas familias en las que los progenitores almuercen en casa y que dispongan de tiempo libre por las tardes para dedicarlo a sus hijos. Es lo que pudiera suceder, por ejemplo, en familias con ama de casa o con algún cónyuge con jornada reducida.

Hasta hace no mucho, se decía que lo habitual en Europa es la jornada continua. Desde que se ha generalizado la posibilidad de consultar este dato en Internet, ya no se hace uso de este argumento.

Contra las evidencias disponibles

El profesorado se ha implicado en el debate favoreciendo de un modo descarado el cambio de jornada indicando que está demostrado que es mejor esta jornada que la partida y negando validez a las evidencias disponibles so pretexto de que el único que sabe sobre la cuestión es el profesional docente. De hecho, la mayor parte de los proyectos de cambio de jornada ─frecuentemente copiados unos de otros─ son de una hiriente indigencia intelectual.

En las consideraciones generales de la subcomisión para el estudio de la Racionalización de Horarios del Parlamento español se señalaba que la “jornada continua encuentra numerosos detractores entre las personas expertas en conciliación”. Se dice, nada más y nada menos, que “la jornada continua parece responder más bien a las necesidades de conciliación del colectivo del profesorado, pero no a las necesidades de niños y de niñas”.

No siempre ha sido el profesorado el motor de la propuesta de cambio de jornada. Por ejemplo, en los casos de las ciudades de Toledo y de Alcalá de Henares fueron los padres y madres quienes iniciaron el proceso, eso sí, siempre con la aquiescencia de los docentes. Lo que no se ha visto, hasta ahora, es que las familias hayan sido capaces de conseguir el paso de la jornada continua a la partida. Si no media el apoyo del profesorado, no hay nada que hacer.

Para complicar las cosas, cabría aportar algún dato sobre la jornada escolar en la adolescencia y su posible incidencia en los tiempos escolares de los institutos de educación secundaria. Hasta hace poco tiempo se pensaba que los adolescentes se acuestan tarde ─y, en consecuencia, llegan adormilados a la escuela─ porque quieren ver la televisión, jugar con el ordenador, chatear, etc. Sin embargo, ahora sabemos que, desde el mismo comienzo de la adolescencia, se produce un cambio biológico en los patrones de sueño que se intensifica hasta el final de esta etapa vital. Tal modificación implica la necesidad de dormir nueve horas diarias y de acostarse y levantarse más tarde de lo que se hace durante la infancia o la madurez. El desajuste entre los horarios biológico y escolar perjudica la salud fisiológica, metabólica y psicológica de los jóvenes. Las clases de secundaria deberían empezar a las diez y media. Retrasar tan solo una hora el comienzo de las clases ─es decir, empezar a las nueve y media, por ejemplo─ plantearía un problema similar al terremoto del debate sobre la jornada escolar continua en la primaria. Un cambio así implicaría finalizar la jornada a eso de las tres y media (o cuatro y media en los días o casos en que la jornada se prolongue). Esto supondría afrontar la ya casi irresoluble cuestión del almuerzo. Si este pudiera resolverse en una hora ─o algo menos, aunque esto en España sería difícil, y sabemos de los riesgos de comer en poco tiempo─, los profesores de secundaria podrían alegar que no desean lo que buena parte de sus compañeros de primaria ya han rechazado.

Reconvertir la cuestión en un debate educativo

Llegados a este punto, ¿qué cabría hacer? El profesorado de la pública va a seguir insistiendo en conseguir la jornada continua. De hecho, se han detectado peticiones de traslado del profesorado de centros con jornada partida a colegios con continua. Trabajar en un centro con jornada completa se considera un agravio comparativo.

El informe que publicó en 2021 ESADE propone convertir el debate sobre el tipo de jornada en uno sobre educación a tiempo parcial o educación a tiempo completo al estilo de Alemania ─país que siempre ha contado con la jornada continua─. Plantea compensar al profesorado con un complemento salarial para aumentar las horas de permanencia en los centros (en definitiva, por hacer lo que ya hacen los profesores que están en colegios de jornada partida).

Para los sindicatos ─al igual que para el profesorado─ no hay duda: jornada continua. Un sindicato que se posicione contra esta jornada estaría abocado a perder las elecciones. La izquierda política difícilmente va a enfrentarse a los sindicatos.

Para la derecha la opción consistiría en dejar hacer. Todo este embrollo sobre la jornada escolar favorece la creación de centros concertados, especialmente en los nuevos desarrollos urbanos en los que a las jornadas laborales de unas familias en las que ambos cónyuges tienen empleo se añaden los tiempos de desplazamiento al trabajo.

En el caso de las familias se ha entronizado el reino de los particularismos: cada cual votará lo que más le convenga a sus intereses. El bien común ha desaparecido.

En fin, si alguien quería episodios carpetovetónicos, aquí tiene uno.

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