Así era la escuela anterior a la Logse, que dejaba fuera a muchos alumnos: los orígenes del conflicto educativo

Muchos detractores de la reforma educativa actual la vinculan con la ley que cambió la enseñanza en los años noventa. Pero, ¿cómo era el sistema antes de la norma que amplió la escuela obligatoria hasta los 16?

Clase en un colegio de Valencia, en 1986.JESÚS CISCAR

La reforma educativa, que sustituirá el modelo enciclopédico actual por uno basado en aplicar los conocimientos, cubre sus últimas paradas antes de empezar a aplicarse el curso que viene. Echará a andar entre las críticas de un sector de la sociedad, que con frecuencia van acompañadas de menciones a la Ley de Ordenación General del Sistema Educativo (Logse), la nor...

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La reforma educativa, que sustituirá el modelo enciclopédico actual por uno basado en aplicar los conocimientos, cubre sus últimas paradas antes de empezar a aplicarse el curso que viene. Echará a andar entre las críticas de un sector de la sociedad, que con frecuencia van acompañadas de menciones a la Ley de Ordenación General del Sistema Educativo (Logse), la norma que redefinió la enseñanza en España hace 32 años y fue, para los partidos de derecha y un buen número de profesores y ciudadanos de orientaciones políticas diversas, la madre de todos los problemas de la educación del país. Sus detractores acusan a aquella reforma, que muchos vinculan con la actual, de basarse en una pedagogía alejada de la realidad de las aulas, de vaciar las materias de contenidos, minar la autoridad de los docentes y la capacidad de esfuerzo de los alumnos, y bajar el nivel. Los datos, sin embargo, no apuntan en tal dirección, sino más bien hacia lo contrario, advierte Juan Manuel Moreno, profesor de Didáctica y Organización Escolar de la UNED, como en el caso de los resultados del Programa para la valoración internacional de competencias de adultos, un estudio de la OCDE. Y las críticas olvidan, en todo caso, que la escuela anterior a la Logse estaba pensada y funcionaba solo para una parte del alumnado.

La Logse, elaborada por los socialistas, amplió la edad de escolarización obligatoria hasta los 16 años. Cuando se aprobó, en 1990, solo el 51% de la población escolar de esa edad tenía la formación equivalente a lo que hoy es el título de Graduado en Educación Secundaria Obligatoria (ESO), contabilizando a los que terminaban segundo de BUP o la FP de primer grado, señala Miguel Soler, uno de los autores del nuevo currículo educativo y secretario autonómico de Educación de la Generalitat valenciana. En 2020, impulsada por la flexibilización en la evaluación aprobada con motivo de la pandemia, la tasa de graduados en ESO alcanzó el 84%, tras subir cinco puntos respecto al año anterior.

Uno de los objetivos de la Logse fue acabar con un modelo de enseñanza selectivo, una tradición que, con cambios, se remontaba a la fundación de la escuela moderna, en el siglo XIX, cuando se encomendó a los municipios la escuela primaria, hasta los 10 años, y a las provincias, la secundaria, a la que llegaban pocos alumnos y en la que existía un elevadísimo sesgo de clase, afirma Enrique Roca, que fue profesor, director de instituto y presidente del Consejo Escolar del Estado. “Solo una minoría podía hacer el Bachillerato e ir a la Universidad. Y los que procedíamos de clases humildes éramos muy pocos”, dice Roca, cuyo padre tenía un pequeño taller de sastrería en Madrid en el que él ayudaba trabajando de niño.

La Ley General de Educación (LGE), aprobada en 1970, elevó la educación obligatoria hasta los 14 años y amplió el número de alumnos que podían seguir estudiando. Aquel cambio, señala un informe elaborado en 1998 por el Instituto Nacional de Calidad y Evaluación, ya fue considerado por cierto sector, “especialmente en la enseñanza secundaria y universitaria”, un paso atrás en la calidad de la educación que “dificultaba la selección y formación adecuada de los alumnos más capacitados e interesados en proseguir estudios superiores”. Y ello a pesar de que, suponiendo un importante avance en la universalización, siguió siendo una escuela muy selectiva. “La educación”, escribía en 2007 el profesor de Sociología Blas Cabrera en un artículo que analizaba la ley de educación aprobada durante el franquismo, LGE, y la Logse, era percibida en la filosofía que inspiró la primera “como el canal fundamental a través del cual se desarrollan los procesos necesarios para que cada cual vaya a su sitio”.

La Logse pretendió cambiar radicalmente la situación, pero su éxito fue relativo. El abandono escolar temprano (jóvenes de 18 a 24 años que no estudian ni tienen al menos un título postobligatorio como el Bachillerato o una FP de grado medio) se redujo 12 puntos desde 1992 al año 2000 (del 41,1% al 29,1%), pero con el inicio de siglo el indicador se estancó y no volvió a bajar hasta la década pasada (en 2021 alcanzó el mínimo histórico del 13,1%). Los propios impulsores de la ley admitieron que su implantación, que coincidió con la crisis económica de principios de los años noventa, no fue acompañada del apoyo presupuestario necesario. A ello se sumó que el Gobierno socialista que la había diseñado y empezado a aplicar fue remplazado por otro del PP que tenía poco entusiasmo por ella. Y que buena parte de los profesores, elemento clave en cualquier reforma educativa, afrontaron el cambio, que les exigía un mayor esfuerzo y les asignaba nuevas responsabilidades, sobre todo en secundaria, con pocos recursos, escasa formación específica y dosis altas de escepticismo.

El principal autor de la Logse, Álvaro Marchesi, publicó en 2007 un estudio titulado Las emociones y valores del profesorado en el que preguntaba a una muestra de 1.791 docentes si volverían a la estructura organizativa escolar de los años setenta y ochenta, es decir antes de que se aprobara su ley. El 59% respondía que sí, y el porcentaje era superior, 63%, en el caso de los docentes de los centros públicos. En aquella década, el sistema educativo público había dado un nuevo paso en su universalización al acoger a un elevado número de alumnado inmigrante en pocos años. Los estudiantes extranjeros habían pasado de representar el 1,6% en el año 2000 al 11,9% siete años después en la escuela pública. La privada (concertada incluida) partió del mismo porcentaje a principios de siglo, pero solo lo aumentó la mitad en el mismo periodo, hasta el 5,6%.

Alumnos del instituto de San Martín de la Vega, en Madrid, el 28 de septiembre de 1995, primer día del curso.Claudio Alvarez

Seguir aprendiendo

La catedrática de Psicología Evolutiva y de la Educación Elena Martín, coautora del nuevo modelo de enseñanza, cree que en el hecho de que tanto la Logse como la actual reforma educativa tengan entre sus críticos a reconocidos intelectuales se debe, en parte, a que para ellos la escuela previa a la reforma de los años noventa funcionó; “realmente les hizo más competentes”. Pero con muchos otros, prosigue Martín, especialmente de clases humildes, aquel sistema de enseñanza enciclopédico y selectivo no funcionó y fueron expulsados del sistema educativo. “Para alcanzar una cultura amplia, lo primero que debe tener uno son ganas de seguir aprendiendo, como la gente que sale esponjada de la escuela. Pero hay otros que salen encogidos y a los que es muy difícil hablarles de aprendizaje a lo largo de la vida, algo imprescindible en la sociedad actual, en parte porque la propia escuela ha hecho que piensen que no saben aprender”.

El escritor y docente retirado Gregorio Luri no piensa que la crítica hacia la actual reforma educativa esté relacionada con la nostalgia. “No creo que se eche de menos un tipo de escuela, y no creo que haya un frente reaccionario entre los docentes. Al menos, yo no conozco a ninguno y hablo con muchos. Lo que hay es otra cosa. Una sensación muy profunda de desconcierto”, afirma. “De qué me sirve”, añade, “que tengamos una población escolarizada hasta los 16 años si el 25% termina su educación obligatoria sin ser capaz de entender un texto mínimamente complejo”. En el Informe PISA de 2018, el porcentaje de alumnos españoles por debajo del nivel básico de competencia lectora se sitúa en el 23,2% (en la OCDE dicha proporción se sitúa en el 22,7% y en la UE, en el 21,6%).

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