El coronavirus ha exacerbado las desigualdades educativas en el mundo
El 40% de los países más pobres no apoyaron a alumnos en situación de riesgo durante la crisis sanitaria, según un informe de la Unesco
Los problemas de inclusión en la educación ya existían antes de la pandemia del nuevo coronavirus, pero la crisis sanitaria, que ha dejado sin clase a 1.300 millones de niños en todo el mundo, los ha puesto en evidencia —y los ha exacerbado— quizás más que nunca. Según la Unesco, hasta el 40% de los países de ingresos bajos y medio-bajos no apoyaron a los alumnos en situación de riesgo durante la crisis sanitaria. Un problema que, de no ser corregido rápidamente —y eso es bastante más fácil de decir que de hacer— amenaza con hac...
Los problemas de inclusión en la educación ya existían antes de la pandemia del nuevo coronavirus, pero la crisis sanitaria, que ha dejado sin clase a 1.300 millones de niños en todo el mundo, los ha puesto en evidencia —y los ha exacerbado— quizás más que nunca. Según la Unesco, hasta el 40% de los países de ingresos bajos y medio-bajos no apoyaron a los alumnos en situación de riesgo durante la crisis sanitaria. Un problema que, de no ser corregido rápidamente —y eso es bastante más fácil de decir que de hacer— amenaza con hacer más disfuncional aún el único ascensor social con algunas garantías del planeta: la educación.
“Repensar el futuro de la educación es tanto o más importante tras la pandemia de la covid-19, que ha exacerbado y puesto de relieve las desigualdades. Si no se actúa, se obstaculiza el progreso de las sociedades”, advierte la directora general de la Unesco, Audrey Azoulay, en la cuarta y última edición del Informe de seguimiento de la educación en el mundo, publicado por la Unesco.
Pero el problema viene de largo. Menos del 10% de los países cuentan con leyes que ayuden a garantizar la plena inclusión en la enseñanza, destaca el trabajo que, bajo el lema “todos significa todos”, se centra en la cuestión de la igualdad de oportunidades en la educación.
Ya antes de que la epidemia hiciera tambalear el sistema escolar, 258 millones de niños y jóvenes de entre 6 y 18 años (el 17% del total) estaban totalmente excluidos de la educación. “Lograr que todos los niños vayan al colegio sigue siendo una gran demanda y un compromiso de los países, pero los avances son muy lentos”, lamenta en conversación telefónica el director del informe, Manos Antoninis.
Y, aunque sería un gran logro, los problemas no se resolverían simplemente con mayores tasas de escolarización. Los problemas de inclusión, advierte Antoninis, también se dan dentro del colegio. “Muchos niños no avanzan más que lentamente, repiten curso…”, recuerda.
Uno de los principales denominadores comunes de estos menores es la pobreza: según el informe, salvo en los países de altos ingresos de Europa y Norteamérica, “solo 18 de los jóvenes más pobres completan la secundaria por cada 100 de los jóvenes más ricos”. A ello se une que, a menudo, los factores de exclusión —idioma, condición de migrante o desplazado, género (casi ninguna joven de un entorno rural pobre termina la enseñanza secundaria en al menos 20 países, la mayoría del África subsahariana), religión, orientación sexual o discapacidad— se “superponen”, acota Antoninis.
El experto considera que, aunque el coronavirus podría ser una oportunidad para “replantear” los sistemas educativos para hacerlos más inclusivos, “hay preocupación de que las cosas empeoren aún” más. Dos son los grandes “miedos” en torno a los efectos de la pandemia en la educación. Por un lado, que muchos de los niños que se quedaron sin colegio con el confinamiento, sobre todo en los países más pobres, “no vuelvan a clase cuando se reabran las escuelas” porque preferirán —o se verán obligados a ello— salir a buscar trabajo para ayudar a sus familias. Este es, subraya el especialista, un problema esencialmente de los países más pobres, porque crisis previas han demostrado en naciones más ricas, como Francia o España, que el efecto podía ser el contrario: como de todos modos no hay empleo, muchos alumnos prefirieron prolongar sus estudios mientras duró la época de incertidumbre económica.
El segundo gran temor, sin embargo, es global: que los países, que ya se han gastado billones de dólares en salud, protección social, en ayudar a empresas y en preservar empleos, se olviden de la educación. “El dinero tiene que venir de alguna parte y mucha gente teme que la educación sea uno de los perdedores potenciales cuando los gobiernos tengan que decidir dónde gastan el dinero”, resume Antoninis.
¿Habrá una “generación covid”, una parte de la población marcada por el impacto de la pandemia en su educación? Es muy difícil predecirlo, reconoce Antoninis.
Tanto la suspensión de exámenes como el cierre masivo de escuelas es un evento sin precedentes y, por tanto, no hay datos fiables en los que apoyar las predicciones. Apenas está la experiencia de las largas vacaciones estivales que tienen los niños en algunos países, especialmente los europeos, y que en el caso de los alumnos más vulnerables puede provocar la pérdida de algunas capacidades de aprendizaje, recuerda. Pero, al fin y al cabo, las vacaciones, por muy largas que sean, no son eternas, y muchos recuperan el ritmo con la vuelta a clase. Sin embargo, ahora los estudiantes se han visto obligados a permanecer durante varios meses alejados de las aulas. Y, una vez más, son los más vulnerables, los de familias pobres, con menos recursos y que por tanto tampoco han podido seguir la educación a distancia establecida en muchos países —que no en todos— los que más se verán impactados. De hecho, el problema ha sido detectado también en países avanzados como España o Francia, donde el 8% de los estudiantes perdieron contacto con sus profesores a las pocas semanas de empezar el confinamiento, recuerda Antoninis.
En cualquier caso, uno de los objetivos debe ser luchar por garantizar la inclusión en las escuelas y quizás hasta replantearse los mismos sistemas educativos desde la base. Al fin y al cabo, recuerda Antoninis, no hay que perder de vista lo que significa inclusión. “Se trata de creer que tu estudiante tiene potencial, que puede tener problemas, desafíos o necesidades especiales, pero que no es el alumno el que se debe ajustar al sistema, sino el sistema al estudiante”.
España y el lastre de las repeticiones
Para la Unesco, no hay duda. “La repetición de curso, practicada en el mundo entero, es un desafío a la inclusión (…) porque estudiantes con desventajas tienen una mayor probabilidad de repetir”. Y España tiene una de las tasas más altas del mundo y de Europa: el 29% de los estudiantes de 15 años estaba repitiendo algún curso de la ESO en 2018, frente al 13% de media de los países de la UE. “No es una buena señal”, advierte por teléfono el director del informe de la Unesco, Manos Antoninis.
“Una tasa muy alta de repetidores acaba estigmatizando a los estudiantes, porque los que están marginalizados son los que más posibilidades tienen de quedarse atrás, como minorías, niños de origen inmigrante… Es muy importante que España afronte este desafío”, subraya el experto, que recuerda que esto contribuye exponencialmente a un abandono escolar temprano (otra estadística que también deja a España en mal lugar, con un 17,3% frente al 10,6% de media de la UE).
No se trata tampoco, indica el informe, de hacer un paso de curso automático. Y ahí está el problema: ¿cómo evitar la “estigmatización” de repetir curso pero garantizando que el alumno adquiere suficientes conocimientos para avanzar en los diferentes niveles educativos? “Se tiene que combinar la promoción automática con maneras de dar oportunidades de aprendizaje adicionales”, apunta.
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