Vuelven los impuestos
Los Estados Unidos de Biden lideran un cambio de ciclo fiscal: el G-7 ha pactado una subida global de sociedades, Europa aprieta con la fiscalidad verde y España está abocada a subir varias figuras tributarias
Esta historia arranca allá por los años 70. A finales de 1974, dos asesores republicanos se citan en Washington con un economista semidesconocido procedente de una escuela de negocios de segunda fila, Arthur Laffer. El profesor dibuja un gráfico sobre la servilleta y les convence de que el Gobierno recaudará más impuestos si reduce los tipos impositivos: la curva de Laffer se convertirá en la idea más influyente que llegó jamás al mundo garabateada en una servilleta de cóctel. Poco después, la hija de un tender...
Esta historia arranca allá por los años 70. A finales de 1974, dos asesores republicanos se citan en Washington con un economista semidesconocido procedente de una escuela de negocios de segunda fila, Arthur Laffer. El profesor dibuja un gráfico sobre la servilleta y les convence de que el Gobierno recaudará más impuestos si reduce los tipos impositivos: la curva de Laffer se convertirá en la idea más influyente que llegó jamás al mundo garabateada en una servilleta de cóctel. Poco después, la hija de un tendero de ultramarinos, licenciada en Oxford con beca, gana las elecciones en Reino Unido, y un tipo que se autodefine como “un Errol Flynn de serie B” asume el poder en EE UU: Margaret Thatcher y Ronald Reagan protagonizarán la llamada revolución conservadora, un nuevo contrato social basado en la fe en los mercados autorregulados, la globalización y el recelo de todo lo que suene a Estado, incluidos los impuestos. La derecha se ciñe a ese credo y obtiene resultados económicos relativamente buenos, aunque ahí empiezan a embalsarse desigualdades y otros excesos. Hasta la izquierda abraza esa ortodoxia: los Clinton, Blair y Schröder, por no nombrar algún expresidente español, aplican ese recetario. El péndulo permanece cuatro décadas en ese lado, hasta que en 2008 el sistema traspasa sus límites. El remate llega ahora, con el mundo patas arriba por la covid: un moderado de casi 80 años, Joe Biden —hijo de un vendedor de coches de segunda mano— capitanea un cambio de aires en la política económica. La nueva piel del capitalismo llega incluso al sistema fiscal: bajar impuestos ya no es de izquierdas. Y puede que en los próximos tiempos ni siquiera sea de derechas.
Corto y claro: vuelven los impuestos, como suele suceder después de las grandes sacudidas, y van dos en apenas una década. Tras la Gran Recesión hubo promesas de refundación del capitalismo, uno de los grandes gatos por liebre de la historia; de la crisis asociada al coronavirus apenas comenzamos a salir, pero las políticas de estímulo se han generalizado ante el temor a que el malestar acabe sacando viejos demonios del armario. La ortodoxia ha saltado por los aires. El mayor temor de las organizaciones multilaterales hoy es que los estímulos se retiren antes de tiempo. Ante la sucesión de crisis, con la incertidumbre radical propia de estos tiempos y con niveles de desigualdad corrosivos, el péndulo gira de menos a más Estado, de menos a más redes públicas de seguridad, de menos a más impuestos. Porque todo eso hay que pagarlo: la crisis del euro y la covid dificultan —por un tiempo— la vía de los ajustes de gasto, y ante el elevado endeudamiento se abren paso las subidas fiscales, por pura necesidad y porque el ethos está cambiando.
El arreón fiscal está liderado por Biden, y ha calado en las Organizaciones Internacionales, del FMI a la OCDE, poco sospechosas de socialcomunistas. El G-7 acaba de pactar un tipo mínimo global de Sociedades. La UE aprieta los dientes en fiscalidad medioambiental. Una victoria de los Verdes en Berlín podría cambiar muchas cosas. A algunos no les va a quedar más remedio: España está abocada a subir impuestos.
Las democracias liberales son intrínsecamente asépticas, salvo en contados asuntos. Uno de ellos son los impuestos: “Un robo diario”, los definía Reagan, que los odiaba con el hígado. “Los impuestos son el precio que pagamos por vivir en una sociedad civilizada”, decía un juez del Supremo en EE UU; “y sin embargo, demasiada gente quiere una civilización con descuento”, bramaba Franklin Roosevelt en plena Gran Depresión, antes de fijar gravámenes del 90% para los ricos. Esas cifras —que, lejos de lastrar la economía, coinciden con tres décadas de gran crecimiento bien repartido— no van a volver. Pero la carrera a la baja de los últimos 40 años (en 2018 los 400 estadounidenses más ricos pagaron tipos más bajos que la clase trabajadora) empieza a darse la vuelta. El apoyo popular a favor de un incremento del gasto financiado por impuestos va al alza, según las encuestas que cita el FMI: sube hasta 15 puntos si el encuestado tiene un familiar enfermo o en paro.
La audacia del Tío Sam. EE UU ha anunciado un paquete billionario de estímulos para apuntalar las infraestructuras y las maltrechas políticas sociales asociado, por primera vez en mucho tiempo, a alzas fiscales en Sociedades y sobre quienes ingresan más de 400.000 dólares anuales. Biden, además, presiona para globalizar ese arreón fiscal. El G-7 ha alcanzado un pacto que los optimistas califican de histórico: un tipo mínimo global de Sociedades del 15%, y la obligación de que las multinacionales paguen una parte de los impuestos donde operan. EE UU es el principal beneficiario, pero otras grandes economías, España entre ellas, también salen ganando: ese impuesto defensivo hará aflorar hasta 80.000 millones anuales; la OCDE estima que la elusión fiscal hace desaparecer unos 240.000 millones al año. El G-20 debería refrendar el pacto en unas semanas; la OCDE tendrá lista una propuesta para 139 países en verano, y la UE tiene otras medidas en marcha.
Un tipo mínimo del 15% no significa que todos los países tengan que fijar ese listón. Si una empresa española paga en Irlanda un 5%, Hacienda le reclamará el 10% restante; si cotiza al estupendo 0% en Bermudas, España la gravará al 15%. De ahí el adjetivo histórico: por primera vez se desincentivan los paraísos fiscales. Además, Reino Unido (con numerosos paraísos fiscales bajo su bandera), EE UU (que alberga varias jurisdicciones no cooperativas) y la UE (con cinco piratas en el euro: Irlanda, Luxemburgo, Países Bajos, Chipre y Malta) están a favor.
Ojo: la historia reciente está plagada de nuevos amaneceres fiscales abortados por la miríada de asesores fiscales que trabajan para las multinacionales. “Pese a las limitaciones, es un paso importante”, destaca Daron Acemoglu, del MIT; “si hay cooperación, las Haciendas podrán elevar sus ingresos sin castigar a las empresas normales, estrechando el agujero que generan Luxemburgo, Irlanda o las islas del Canal”. “Pero sin exagerar: si seguimos como hasta ahora, el malestar seguirá al alza; pero si gravamos demasiado, la inversión y el crecimiento se resentirán”, matiza. “Es un poco pronto para hablar de revolución fiscal”, avisa Alan Auerbach, de Berkeley; “pero en EE UU sí hay un cambio de guardia: los demócratas se han ido hacia la izquierda respecto a Obama y a Clinton”. Ese debate viene cargado de metralla. John Cochrane, de Chicago, pone el dedo en una de las llagas: “Cuando los estadounidenses se den cuenta de que para financiar un Estado del bienestar como el europeo hacen falta impuestos europeos y aceptar el crecimiento esclerótico de Europa, quizá se lo vuelvan a pensar”. Desmond Lachman, del neoliberal American Entreprise Institute, predice “un regreso a la enfermedad de los setenta, la inflación”.
Europa, menos agresiva. Puede que el arreón fiscal europeo sea menos agresivo; al cabo, el Estado del bienestar es más potente que el de EE UU. Pero la pandemia ha dejado temblando las arcas públicas, y un nutrido grupo de países han aprobado ya alzas fiscales o estudian hacerlo, según la OCDE. Hasta la Italia de Draghi planea una reforma fiscal con más progresividad pero con un efecto global neutro. Los Verdes, que lideran las encuestas en Alemania, anuncian “subidas sustanciales”. Europa, en fin, será menos audaz que EE UU, pero también se adentra en una nueva era fiscal: Bruselas espera realizar este mes la primera emisión de deuda conjunta para financiar el fondo de recuperación, un paso que marca un antes y un después en el diseño y ejecución del presupuesto común. La UE ha puesto en marcha este mes la primera fiscalía europea, encargada de perseguir los delitos contra los intereses financieros del club. Y el Parlamento Europeo ultima la aprobación de una directiva que obligará a las grandes empresas a detallar su factura fiscal país por país. “En Europa la presión fiscal ya es elevada: el objetivo no es una subida fiscal general, sino focalizarse sobre quienes pagan menos de lo que deberían: multinacionales que usan paraísos fiscales y ricos que evitan pagar el impuesto sobre la renta”, explica Gabriel Zucman, de Berkeley. Mark Blyth, de Brown, apunta que junto al debate impositivo es fundamental reformar las reglas fiscales europeas: “La UE es consciente de que la austeridad fue un desastre; si vuelve a hacer lo mismo, es probable que el euro salte por los aires”.
Está por ver, en definitiva, la fuerza del empujón fiscal en la UE. “Pero es cierto que los políticos han dejado de lado viejos dogmas espoleados por la necesidad”, dice Paul de Grauwe, de la London School. Los halcones volverán: no tardarán en vociferar quienes prefieren ajustes de gasto a subidas de impuestos. “Pero la covid cambia las cosas, es difícil que los votantes aprueben recortes en sanidad después de lo que ha pasado. Y creo que hay algo nuevo flotando en el aire: se pueden ganar elecciones diciendo que hay que gravar más a los ultrarricos”, remacha De Grauwe.
¿Y España? La economía española tiene un tremendo agujero en sus cuentas. El gasto en 2019, último año prepandemia, estaba en el 42% del PIB, cinco puntos por debajo de la eurozona: el sector público, a pesar de los mantras, no es demasiado grande. Y los tipos están en la media, pero la recaudación no: los ingresos están en torno al 39% del PIB, siete puntos por debajo de la presión fiscal del euro. Con la covid, el déficit se ha ido a las nubes, y la deuda alcanza el 125% del PIB. Estos números hacen más que probable, según media docena de expertos, que haya que tocar al alza varias figuras tributarias, como ya ha señalado Hacienda. Además, la redistribución deja mucho que desear: “Los más pobres pagan más impuestos en términos relativos que la clase media, y las transferencias sociales están menos focalizadas en los colectivos vulnerables que en países de nuestro entorno”, según el informe oficial España 2050.
Aun así, toda la derecha apuesta por rebajas fiscales: Pablo Casado, del PP, anuncia que bajará todos los impuestos cuando llegue al Gobierno, pese a que la última promesa de un calibre similar, la de Mariano Rajoy en 2011, terminó con la mayor subida de impuestos de la democracia. No hay margen. “Lo primero que hay que hacer es fijar el nivel de servicios públicos que queremos tener como país: esa es una elección política. Con el nivel actual, hay algo de margen de mejora de la eficiencia del gasto público y de lucha contra el fraude fiscal; pero salvo que haya una reducción drástica de prestaciones públicas, no parece posible bajar todos los impuestos”, concluye Óscar Arce, economista jefe del Banco de España.
“Como sugieren los datos, España no se mueve precisamente en el lado decreciente de la curva de Laffer”, subraya David López Rodríguez, uno de los expertos que ha reclutado Hacienda para esbozar la reforma fiscal. Traducción bíblica: a pesar de las promesas de algunos partidos, rebajar los tipos no elevará la recaudación, salvo que se vuelva a hinchar una burbuja. Los tiros van por otro lado. “En Impuesto de Sociedades, EE UU ya ha marcado la pauta. Y en España hay que tocar los impuestos que más recaudan. Hay que repensar los tipos reducidos del IVA, por ejemplo del turismo, pero cuando pase la crisis. En el IRPF veremos tipos más altos para los ricos, al menos de forma transitoria. Los impuestos verdes ya están ahí. Y habrá una armonización de Sucesiones para evitar la competencia fiscal”, resume Miguel Almunia, de Cunef. “El PSOE pone el énfasis en las políticas sociales y el PP en los ajustes, pero ambos partidos coinciden en el lado fiscal por hacer políticas procíclicas: ajustan cuando no deben, en plena recesión, y bajan impuestos cuando no deben, en plena recuperación”, critica.
Hay tal consenso entre los expertos, que sorprende un debate político tan extravagante. “A España le faltan cinco puntos de PIB, más de 50.000 millones, para cuadrar las cuentas. Eso no lo quiere ver Casado y tampoco este Gobierno, que lo deja para 2023, en vísperas de elecciones”, explica el economista Carlos Martínez Mongay. “El agujero solamente se corrige con una decisión política: peores servicios públicos o más impuestos. No hay más opciones, no salen los números”, abunda Santiago Lago, otro de los expertos de la comisión de Hacienda. Jesús Rodríguez, de Fundación Alternativas, apunta que el cambio de ciclo fiscal “va a ser más profundo en EE UU que en Europa, y más impactante en España que en otros países: necesitamos una reforma fiscal desde que explotó la burbuja, hace 15 años, y el sector público vio resquebrajarse los ingresos bajo sus pies”. Jorge Onrubia, de Fedea, critica “la obsesión de la derecha con Laffer, cuando la realidad ha enterrado esa teoría”, y vaticina que si el PP gobierna “no tendrá más remedio que subir impuestos y empezar a buscar excusas, como con Rajoy”.
Laffer, siempre Laffer. La famosa servilleta de cóctel, expuesta en el Museo Nacional de Historia de EE UU, en Washington, esconde una historia adicional: los dos asesores del Partido Republicano que se reunieron con Laffer en el restaurante Two Continents eran Donald Rumsfeld y Dick Cheney. Los dos individuos que tramaron la guerra de Irak son, en fin, los mismos tipos que urdieron las rebajas de impuestos a los ricos. “Las consecuencias son obvias”, se lee en la propia servilleta.