Análisis:Día del libro

Hay un muerto en la pantalla

Si alguien a medio camino entre Barcelona y Madrid, pongamos Zaragoza, cruzara la lista de firmantes en Sant Jordi con el programa de La noche de los libros llegaría a una conclusión parecida a ésta: el panorama editorial español se mueve entre la novela negra y el experimentalismo, es decir, entre el triunfo total del argumento y su ausencia radical, entre el fin del viaje y el viaje mismo, entre el qué y el cómo.

El encuentro entre la borrasca escandinava (Mankell, Larsson) y el anticiclón mediterráneo (Camilleri, Fred Vargas) ha producido en España una tormenta de muertos a la...

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Si alguien a medio camino entre Barcelona y Madrid, pongamos Zaragoza, cruzara la lista de firmantes en Sant Jordi con el programa de La noche de los libros llegaría a una conclusión parecida a ésta: el panorama editorial español se mueve entre la novela negra y el experimentalismo, es decir, entre el triunfo total del argumento y su ausencia radical, entre el fin del viaje y el viaje mismo, entre el qué y el cómo.

El encuentro entre la borrasca escandinava (Mankell, Larsson) y el anticiclón mediterráneo (Camilleri, Fred Vargas) ha producido en España una tormenta de muertos a la que se han sumado incluso los autores más tradicionalmente literarios. Muchas veces aplacando su mala conciencia con la pretensión de trascender el género, criticarlo desde dentro o usarlo, ese es el mantra, como el-mejor-instrumento-de-crítica-social-en-tiempos-de-crisis.

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En la orilla opuesta, la presente temporada ha vivido el salto a los grandes sellos (Alfaguara, Seix Barral, Anagrama) de escritores fogueados en editoriales pequeñas (Candaya, DVD, Berenice) y a los que, como en el cuento del sabio que señala la luna con el dedo, se conoció antes por la etiqueta y la cursiva (mutante, nocilla, afterpop) que por la obra. Hijos del pop y las nuevas tecnologías y nietos de una vanguardia ya centenaria, su propuesta, siempre en la frontera imposible del arte por el arte, es la cara b de la literatura de género.

Rafael Sánchez Ferlosio suele decir que una cosa es tejer y otra distinta, saber hacer jerséis. Dicho parafraseando con brocha gorda a El Roto: si no te sale el cuadro siempre puedes hacer una performance. Contra ese riesgo se alza el último Premio Nacional de Narrativa, Bilbao-New York-Bilbao, de Kirmen Uribe, una novela que demuestra que la más vieja tradición oral puede convivir con la Wikipedia sin chirriar. El hecho de que además se trate de una autoficción la convierte en una especie de fractal de lo que escriben los que saltaron del lápiz al lápiz óptico sin pasar por la máquina de escribir.

"Cuando termino un libro ya estoy deseando escribir el siguiente para saber qué pasará. Es divertido". La cita es de Donna Leon, una de las estrellas de la noche libresca madrileña. La otra estrella es André Glucksmann y sus palabras también aparecen con todos los honores en el programa: "La filosofía, al menos la mía, consiste en enfrentarme a la realidad más brutal: el telediario vespertino". Sin pretenderlo, tanto la autora estadounidense como el filósofo francés aciertan a señalar los dos polos entre los que se mueve el péndulo editorial: contar como toda la vida una historia de intriga de las de toda la vida o retratar no ya el mundo sino el mundo visto por televisión.

Pero no todo es frío y calor, ese mismo péndulo recorre en su trayectoria un panorama más poblado que nunca: 70.000 títulos al año y un bosque de sellos independientes que, de la contracultura californiana a la poesía nórdica pasando por la narrativa japonesa -un boom todavía asordinado-, garantizan la biodiversidad en las estanterías. Y, de cumplirse este año la profecía digital, también en sus pantallas.

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