NIÑOS DEL MUNDO

Eso que llamamos progreso

Tuve que dejar de estudiar para dedicarme por entero a buscar y llevar agua a mi casa. Así que paso todo el día haciendo eso para mi familia, casi siempre bajo un sol abrasador. Y, después de todo, sólo recojo 100 litros de agua sucia". Sahoura Mahaman tiene 12 años y vive en Níger, donde sólo el 42% de la población tiene acceso al agua potable, y donde el 60% de las niñas y el 44% de los niños no van a la escuela.

Se cumplen 20 años de la Convención sobre los Derechos del Niño (CDN), adoptada por unanimidad por la Asamblea General de Naciones Unidas el 20 de noviembre de 1989. Es el tr...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Tuve que dejar de estudiar para dedicarme por entero a buscar y llevar agua a mi casa. Así que paso todo el día haciendo eso para mi familia, casi siempre bajo un sol abrasador. Y, después de todo, sólo recojo 100 litros de agua sucia". Sahoura Mahaman tiene 12 años y vive en Níger, donde sólo el 42% de la población tiene acceso al agua potable, y donde el 60% de las niñas y el 44% de los niños no van a la escuela.

Se cumplen 20 años de la Convención sobre los Derechos del Niño (CDN), adoptada por unanimidad por la Asamblea General de Naciones Unidas el 20 de noviembre de 1989. Es el tratado internacional más ratificado de la historia y recoge los derechos fundamentales de las personas menores de 18 años.

La CDN estableció la frontera entre paternalismo y justicia. Los niños eran seres a los que, por ser vulnerables, se protegía en una u otra medida, pero desde 1989 son sujetos cuyos derechos están reconocidos en un documento jurídicamente vinculante. Desde entonces, todo niño y niña en cualquier parte del mundo debe tener acceso a lo necesario para garantizar su pleno desarrollo, por imperativo legal. En 20 años se han dado pasos de gigante: la mortalidad infantil descendió en un 28%, pasando de12,5 millones de niños menores de cinco años muertos en 1990 a 8,8 millones en 2008. Es un claro ejemplo de avance, aunque la situación aún es inadmisible.

Entre las múltiples causas de mortalidad infantil están las relacionadas con la malnutrición. Una realidad que, en pleno siglo XXI, produce escalofríos y que no sólo existe, sino que ha crecido. El aumento del precio de los alimentos y la crisis mundial han agravado la tragedia de aquellos que viven en crisis permanente. Sin olvidar que cerca de nosotros también hay niños en riesgo de pobreza y exclusión, sea por su origen inmigrante, por el impacto de la crisis o por otros motivos.

Los propios niños ven la situación. En 1992, Severn Suzuki, de 12 años y miembro de la Environmental Children's Organization, lo verbalizó en la Cumbre de la Tierra:

"Recaudamos nosotros mismos el dinero para venir aquí, a 5.000 millas, para decirles a ustedes, adultos, que deben cambiar su forma de actuar. Al venir aquí hoy no tengo una agenda secreta. Sólo lucho por mi futuro. [...] Estoy aquí para hablar en nombre de todas las generaciones: de la nuestra y de las que están por venir. Estoy aquí para hablar en defensa de los niños hambrientos del mundo cuyos lloros siguen sin oírse. [...] No podemos soportar no ser oídos".

Hemos alcanzado cotas de bienestar y desarrollo tecnológico nunca imaginadas. Y se han registrado grandes progresos en derechos de la infancia, hay soluciones para cada uno de los problemas, y aplicándolas se salvan vidas -literalmente-, pero todavía la brecha entre este mundo y el que debería y puede ser es inmensa. Es necesaria la voluntad política.

Detrás de cada cifra se esconde un rostro, una mirada o una sonrisa, un ser humano que con toda probabilidad no llegará a serlo en plenitud.

Si fuéramos capaces de observar esa mirada y escuchar con avaricia su mente y su corazón, podríamos evolucionar mejor como seres humanos, desarrollar nuestra dimensión universal y abrirnos realmente al mundo: podríamos recuperar los valores que en nuestra alocada carrera hacia eso que llamamos progreso dejamos en el camino.

Nos daríamos cuenta de que manteniendo esta situación impedimos el avance de toda la humanidad, porque la verdadera medida del progreso es la forma en la que viven los niños.

Consuelo Crespo Bofill es presidenta de Unicef Comité Español

Archivado En