Reportaje:PERSONAJE

Cómo conquistar el mundo con un Flog

La mecedora se balancea -cric, crac- en el comedor de la casa humilde de San Cristóbal, un barrio popular de la ciudad de Buenos Aires (Argentina). Allí, en la mecedora, una de las personas que se balancean es Agustina Vivero, alias Cumbio, 18 recién cumplidos, adolescente que el pasado 14 de marzo mereció un reportaje en The New York Times bajo el título 'En Argentina, una cámara y un blog hacen una estrella'; que tenía 17 cuando escribió un libro llamado Yo, Cumbio (Planeta Argentina, 2008), éxito de ventas; que tenía apenas 16 cuando se transformó en la flogger m...

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La mecedora se balancea -cric, crac- en el comedor de la casa humilde de San Cristóbal, un barrio popular de la ciudad de Buenos Aires (Argentina). Allí, en la mecedora, una de las personas que se balancean es Agustina Vivero, alias Cumbio, 18 recién cumplidos, adolescente que el pasado 14 de marzo mereció un reportaje en The New York Times bajo el título 'En Argentina, una cámara y un blog hacen una estrella'; que tenía 17 cuando escribió un libro llamado Yo, Cumbio (Planeta Argentina, 2008), éxito de ventas; que tenía apenas 16 cuando se transformó en la flogger más popular de Argentina y el rostro de la campaña publicitaria de Nike.

La otra persona que se balancea -sobre el cuerpo contundente y macizo de Agustina Vivero- es rubia, los ojos claros, la boca llena, delgada, las piernas largas, los brazos finos, las uñas cortas: Maru, de 16 años, su novia.

Soy una celebridad queni: que ni baila, que ni canta, que ni actúa. No veo esto que me pasa como si fuera fama
Maru es la mujer perfecta. Me cocina, me prepara la ropa. Es como una madre, esposa, novia. Yo le quería dedicar el libro, pero todos decían que no

Un flogger es alguien que forma parte de un movimiento que consiste en el, digamos, arte de publicar fotos -propias, de familiares, de amigos- en un fotolog. Agustina Vivero le debe a eso (a su fotolog: fotolog.com/cumbio) treinta y ocho millones de visitas y una popularidad basada en ninguna aptitud particular. "Soy una celebridad 'queni': que ni baila, que ni canta, que ni actúa (...). Yo no veo esto que me pasa como si fuera fama. Creo que tengo popularidad gracias a una página de Internet, no mucho más que eso", escribe en Yo, Cumbio. Pero si todo empezó en Internet, el fenómeno se desató sólo después de pasar por la vida real. El 30 de diciembre de 2007, Agustina Vivero tenía un fotolog con una modesta cantidad de visitas cuando decidió reunir a sus amigos virtuales y hacer una fiesta. Invitó a veinticuatro y llegaron trescientos. En enero de 2008 los convocó, otra vez, ahora en las puertas de un mall (centro comercial) llamado Abasto: fueron veinte, pero para el quinto encuentro ya eran tres mil. Esa multitud adolescente fanatizada por una líder espontánea llamó la atención de los adultos. La noticia saltó a los diarios, las revistas, la televisión, y ella se paseó, parca y prudente, burlándose del término "tribus urbanas", hablando con naturalidad de su vida, de sus padres, de su novia, por todos esos sitios: los diarios, las revistas, la televisión. Poco después recibió una oferta de la empresa Nike para hacer una campaña publicitaria de ropa deportiva y allá fue su rostro, en gigantografías urbanas, junto a los de músicos de rock y deportistas internacionales. Hoy, las discotecas de todo el país le ofrecen dinero -500 euros por noche- a cambio de su presencia, tiene una línea de perfumes y de esmaltes de uñas, escribió un libro, prepara un programa de televisión para adolescentes producido por Endemol, estudia periodismo y sigue viviendo en la casa misma modesta de siempre.

Es mediodía y la calle atrona: bocinas, autos, gritos. El dormitorio de Agustina Vivero es una habitación al frente: colchones, sofá, ordenador. Viste bermudas, camiseta negra, piercing. La suya no es una vida muy larga, pero ha tenido sus disgustos: en febrero de 2009, alguien quiso atacarla a golpes en las puertas del Abasto; en Internet hay sitios donde se la odia foto a foto y circula un juego interactivo que propone diversas maneras de "eliminarla".

-Hasta los que me odian me benefician, porque hablan de mí y me dan más visitas. Años atrás existían los hippies, y la gente decía "Melenudos, sucios". Ahora dicen "Floggers putos". Lo que queremos es conocer gente. Usamos la página como un club. Pero no hay una filosofía de vida flogger, así como no hay una filosofía de vida de los periodistas o los cocineros.

No entiende el Facebook, ni sofisticaciones de la navegación por web, y se conecta sólo dos horas por día. "Podría vivir sin Internet", escribe. "Internet es mi conexión más amplia, pero hay muchas otras formas para conectarse con la gente. Nunca es lo mismo que el contacto cara a cara (...). Desconéctense: vengan al Abasto". Con el primer dinero que ganó, por grabar unos ringtones, le regaló a Maru un oso panda de peluche.

-Maru es la mujer perfecta. Me cocina, me prepara la ropa. Es como una madre, esposa, novia. Yo le quería dedicar el libro, pero todos me decían que no. Que quién sabe qué pasa después. Pero si nadie sabe qué pasa después.

Con dineros que llegaron más tarde se compró un ordenador nuevo: la mayor parte de los componentes del suyo eran de alrededor de 1998.

Varón sibilino, 15 años, cejas depiladas, apodado Lore, se asoma a la habitación y pregunta:

-Agus, tengo hambre. ¿Cocino?

-¿Y qué hay?

-Bifes.

-Aj.

Agustina Vivero está sentada ante su ordenador, pasando fotos de su fotolog: fotos de ella, o de ella y Maru, o de ella y amigos.

-Lore vive más acá que en su casa. Se hace pasar por hermano de Maru. Vestido de mujer son iguales. Le estamos buscando una novia.

La puerta vuelve a abrirse y es Lore, que pregunta:

-¿Primero hay que calentar la sartén y después echar el bife?

-No sé, Lore. Yo nunca hice un bife. ¿Pero vamos a comer bife solo?

-Con ensalada de eso verde... ¿Cómo se llama?

-Lechuga. Aj.

Entonces Agustina toma el teléfono, marca un número.

-Hola, amor. Tenemos hambre y no tenemos comida. ¿Tenés algo para traer? ¿Chop suey? ¿Qué es eso? Lo que quieras. Te amo. Chau.

Diez minutos después, y con comida, llega Maru: rubia, los ojos claros, la boca llena. Delgada, las piernas largas, los brazos finos, las uñas cortas. Y se abalanzan, se comen como dos cachorros. "Me gustan las personas tiernas, y es muy difícil encontrar chicos tiernos", escribe en Yo, Cumbio, para explicar por qué le gustan las nenas.

Rubén, el padre de Agustina, es fontanero. Ahora, mientras su hija y Maru se acurrucan en la mecedora, dice que ya quisiera él trabajar de flogger.

-Mis cinco hermanos y yo vivíamos de trabajar en la construcción, de vender ajos, diarios. Yo no quería eso para nuestros hijos. Agustina gana muchísimo más que yo, pero ese dinero es de ella. Y yo pretendo que gane más. Porque así va a poder elegir, decir: "Hoy no quiero hacer tal cosa".

En la mecedora, Agustina y Maru se revuelven, se hacen cosquillas.

-Qué gusto inmundo, amor.

-Es que me pinté las uñas con esmalte de ese que hace que no te comas las uñas -dice Maru.

-Tiene gusto a pescado. No te pongas más.

Después, Agustina dirá que no sabe qué será de ella en el futuro, ni cuánto durará lo que sucede.

-Soy alguien que tiene un par de visitas, nada más. Si cada uno empieza a sentirse lo máximo por cualquier boludez, el mundo sería una mierda.

Sería, dice. 

Mechas rojas, 'piercings' y tatuajes, Cumbio, o Agustina Vivero como se llama en realidad, es la 'flogger' argentina que ha logrado convocar a miles de seguidores para hacerse fotos espontáneas en encuentros que ella promueve. Es un fenómeno.

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